Libres del poder del pasado

Salmo 42

Constantin Cavafis, nos recuerda, en su poema La Ciudad: Algo que conviene que asumamos es que la ciudad irá siempre en nosotros. Es decir, que hay cosas en nosotros que son parte de lo que somos y que tendremos que aprender a vivir con ello, donde estemos. Y que, en tratándose de nuestros excesos u omisiones, estos o sus consecuencias irán con nosotros a donde quiera que vayamos.

Cavafis nos reta a aceptar que hay eventos y circunstancias en la vida que tienen el poder para afectar negativa y hasta desastrosamente nuestro presente y destino a menos que los asumamos, dimensionemos y enfrentemos adecuadamente.

En la historia del profeta Elías, cuando huye de Jezabel ignorando que él contaba con el poder de Dios tal como se hizo patente en su encuentro con los sacerdotes de Baal, encontramos cómo es que lo que llevamos dentro y no resuelto se convierte en el factor de riesgo que puede destruirnos integralmente, independientemente de las circunstancias en que nos encontremos y los recursos con los que contemos.

Eso que siempre irá con nosotros, puede ser tanto un evento, un patrón de pensamiento, un modelo relacional (es decir, el cómo de nuestras relaciones personales, familiares, sociales, etc.), que haya afectado nuestra vida de manera significativa y, aunque ya ha quedado atrás, siga afectando nuestro aquí y nuestro ahora.

Un enfoque psicológico del tema nos dice que toda pérdida produce un duelo, mismo que de no ser atendido adecuada y oportunamente seguirá afectando traumáticamente a quien lo padece con consecuencias colaterales significativas.

Elías también nos permite comprobar que en la atención de nuestros duelos no resulta suficiente una aproximación meramente psicológica o humanista. En la experiencia de Elías se hace presente una dimensión espiritual del conflicto que necesita ser atendida con los recursos espirituales propios del creyente. Esta dimensión espiritual tiene que ver con lo que nuestro Señor Jesucristo estableciera en Juan 10.10, cuando dijo, refiriéndose al diablo: El propósito del ladrón es robar y matar y destruir.

La Biblia se dedica de manera reiterada a advertirnos lo que Satanás quiere que ignoremos, que no tengamos en cuenta. Quiere que no creamos que el diablo existe, que tiene un propósito y que siempre está procurando cumplir con el mismo y que este propósito diabólico es nuestra destrucción total, es decir, que perdamos nuestra comunión eterna con Dios.

Nuestra condición de creyentes, nuestra salvación y fe, no detiene el propósito satánico. El diablo no renuncia nunca a poseer nuestra alma. Ello explica la necesidad de que nos revistamos de Cristo con la armadura de la fe a fin de que podamos mantenernos firmes contra todas las estrategias del diablo. 

Una de tales estrategias tiene que ver con el sobredimensionamiento, en el momento actual, de lo sucedido en nuestro pasado. Como Elías, quien en su huida tuvo diversas manifestaciones del poder de Dios y del acompañamiento del Señor. Pero aún a la puerta de la cueva y aun siendo testigo de manifestaciones extraordinarias del poder y del interés de Dios en él, Elías siguió aferrado a lo que le había sucedido y al cómo se había sentido en los momentos en que su fe e integridad estuvieron a prueba a manos de Jezabel. Habló de la persecución que sufría, pero nunca hizo referencia alguna a lo sucedido con los sacerdotes de Baal.

En distintos momentos he dicho algo que puede resultar chocante para muchos: que Satanás está detrás del sobredimensionamiento que acostumbramos a hacer, en el momento actual, de lo sucedido en nuestro pasado. Sobredimensionar es hacer que una cosa parezca tener un tamaño, una importancia o un valor superior al que en realidad tiene. De entrada, esta es una estrategia satánica que requiere de un acercamiento parcializado a los eventos, las circunstancias y los procesos relacionales del pasado.

El sobredimensionamiento de nuestras tragedias y pérdidas pasadas es un acercamiento parcializado, selectivo, porque en general sólo tiene que ver con lo malo que hemos vivido, como si sólo lo malo formara parte de nuestra experiencia. Como Elías, en nuestros recuentos generalmente no incluimos lo bueno, porque si lo hiciéramos, entonces las malas experiencias perderían tamaño, importancia y trascendencia. Algunas dejarían de ser pretextos en el quehacer de la vida.

Y, no, no se trata, desde luego, de menospreciar lo que hemos vivido dolorosamente. La muerte de un hijo o de un esposo o padre, la enfermedad propia o la del ser amado, las tragedias personales y sociales, etc., no pueden ser consideradas como poco o menos importantes, porque realmente son importantes. Pero, se sobredimensionan cuando en el presente impiden apreciar, valorar y disfrutar la realidad actual de la persona.

El clamor del salmista: ¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?, nos ayuda a entender mi propuesta. Uno de los sentidos del término turbar, puede ser traducido como de bajo volumen. También puede entenderse como aturdir a una persona hasta dejarla sin saber qué hacer ni qué decir.

Cuando nuestra alma cae en la trampa del diablo valoramos a la baja, consideramos menos bueno e importante, nuestro aquí y ahora en función de lo que perdimos, sufrimos o dejamos en el pasado. Astutamente, el diablo provoca que nuestra herida permanezca abierta y que contamine el todo de nuestro presente.

Para ello cuenta con una constante de insatisfacción-sobredimensionamiento. Es decir, la insatisfacción respecto del presente nos lleva a la necesidad de sobredimensionar el pasado. Mientras menos satisfechos con nuestro aquí y ahora, mayor importancia damos a lo negativo que sucedió en el pasado.

Lo reconstruimos y lo recordamos, pretendiendo que en el pasado se encuentran los mejores días, nuestros mejores momentos y las mejores experiencias de nuestra vida. Así que, si el pasado fue lo mejor, nada del presente puede compensar la pérdida de lo que ya se fue. Y si el pasado fue difícil, conflictivo, pensamos que el presente no puede ser diferente.

Pero, tal razonamiento es una trampa. Sobre todo, Satanás nos anima a no apreciar lo que somos ahora que estamos en Cristo. Nos provoca a menospreciar la obra de Cristo en y por nosotros. En su engaño pretende que no tomemos en cuenta que el Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo. 1 Juan 3 Es decir, que por Cristo y en Cristo, lo que vivimos y que nos lastimó tanto ha perdido su poder para determinar lo que somos y hacemos. Porque estando en Cristo somos nuevas criaturas y todas las cosas so hechas nuevas.

Desde luego, ello no significa que Jesús haya venido para transformar el pasado malo en bueno, o para resucitar físicamente a los que se nos murieron, o para desaparecer de nuestro currículo las enfermedades que tanto nos afectaron.

No, Jesús vino para evitar que el diablo utilice lo que hemos vivido en el pasado para destruir, en el presente, nuestra fe en Dios, nuestra confianza en nosotros mismos y nuestro valor para hacer la vida de manera plena a pesar de aquello que hemos perdido en el camino. La realidad de Jesús en nuestro aquí y ahora impide que el diablo destruya lo que Dios nos ha dado e impida que se cumplan las promesas que hemos recibido.

Cuando el recuerdo de sus tragedias lo embarga, el salmista se dice a sí mismo, espera en Dios. Esta expresión tiene sentido porque, aún en el duelo de su tragedia, el salmista sabe que, si puede esperar es porque la vida sigue. Que la vida no se acaba en nuestras tragedias ni con nuestras pérdidas.

Aún he de alabarle, se dice el salmista. Así que el salmista no sólo sabe que la vida sigue sino que en lo que viene habrá bendición, que existirán razones para alabar a Dios, que habrá motivos para gozar la vida. Todo ello, porque Dios es, dice el salmista, salvación mía.

Al estar en Cristo, Dios no sustituye ni reemplaza lo que hemos perdido, sea cual sea la razón de nuestra pérdida. Lo que se perdió, se perdió. Lo que no fue, no fue.

Pero, lo que sí hace Dios en Cristo es que quita el poder destructivo colateral a toda pérdida. Es decir, en Cristo, Dios se hace suficiente para nosotros. Además, en Cristo, Dios se convierte en el cumplimiento de la expectativa del creyente, como asegura el salmista: Pero tú, oh, Señor, eres un escudo que me rodea; eres mi gloria, el que sostiene mi cabeza en alto. Salmos 3.3

No es lo que Dios hace en nuestro favor o lo que nos da, es él mismo quien compensa las pérdidas y los tiempos malos de nuestro pasado.

Dios compensa consigo mismo lo que la vida nos ha quitado. Compensar es, contrarrestar o equilibrar los efectos de una cosa con otra contraria. La presencia de Dios en nuestra vida, su comunión presente, nos mantiene en equilibrio y da firmeza a nuestra vida. 

Además, nos libera para que podamos apreciar lo bueno de nuestro presente. Es más, quita al diablo la oportunidad de sabotear nuestro aquí y ahora impidiendo que nuestra fe, nuestra confianza y aún nuestra esperanza se debiliten. 

Por ello hay razón para que hagamos nuestra la exhortación bíblica: Que él sea cimiento y raíz de vuestra vida; manteneos firmes en la fe, según lo que aprendisteis, y vivid en incesante acción de gracias. Colosenses 2.7

A esto los animo, a esto los convoco.

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