Los hermanos se pelean

Efesios 4.1-4; 1 Corintios 1.10-17 NTV

Hoy nos ocupamos una vez más de los conflictos de relación entre los miembros de la Iglesia. Debemos hacerlo porque los hay y porque aunque los hermanos se pelean, esto no es propio de la iglesia y somos llamados a enfrentar esta realidad desde la perspectiva de Cristo.

Tan es así, que el Apóstol Pablo llama a los efesios a que lleven una vida digna del llamado que han recibido de Dios. Efesios 4.1 NTV En su llamado Pablo asume la posibilidad de los conflictos y destaca la tarea de guardar la unidad como lo propio de aquellos en quienes Cristo es.

La manifestación de los dones sobrenaturales (fe, profecía, milagros, lenguas, sabiduría, etc.), no es, necesariamente, testimonio de la salud de la Iglesia. Como la de Corinto, cualquier congregación o expresión local del cuerpo de Cristo, puede abundar en dones espirituales y, al mismo tiempo, conducirse carnalmente.

Así que, debemos destacar, el verdadero testimonio de la salud del cuerpo de Cristo es la unidad proactiva de sus miembros, el amor con el que se tratan unos a otros. Juan 13.34,35

Para comprender mejor esta cuestión analizaremos la dinámica de los conflictos entre cristianos, su origen y las alternativas del creyente.

A los corintios, Pablo les reclama no solo que estén divididos, sino que cultiven sus divisiones: Pues algunos de la casa de Cloé me contaron de las peleas entre ustedes, mis amados hermanos. Algunos de ustedes dicen: «Yo soy seguidor de Pablo». Otros dicen: «Yo sigo a Apolos» o «Yo sigo a Pedro», o «Yo sigo únicamente a Cristo.1 Corintios 1.11,12 NTV.

Los estudiosos bíblicos coinciden en que, en el listado paulino de los líderes cristianos, el Apóstol denuncia ciertas corrientes y pretensiones carnales de los corintios.

De acuerdo con esta interpretación, tenemos cuatro partidos o grupos en Corinto:

El Partido de Pablo. Corresponde al grupo de los gentiles. Es decir, aquellos no judíos incorporados a la Iglesia. Equivalen a quienes no siendo nacidos en el evangelio tienden a menospreciar el pensamiento de quienes les preceden, de los que nacieron o desde niños han estado en la Iglesia.

El Partido de Apolos. Los intelectuales de la Iglesia que, en la pretensión de su mayor entendimiento, menospreciaban a quienes se aferraban a la simplicidad del evangelio. Equivalen a aquellos a quienes la Palabra no les es suficiente, siempre buscando símbolos y reclamando para sí el predominio de la revelación.

El Partido de Cefas. Los legalistas judeocristianos. No les bastaba Cristo, a fuerza querían someter el evangelio a los patrones legalistas de la ley mosaica, de la religión tradicional judía. Equivale a quienes pretenden, en nuestros días, que para ser cristianos debemos ser, en alguna medida, judíos o cumplir con reglas y tradiciones aprendidas.

El Partido de Cristo. Eran y son los santurrones de la Iglesia. Alguien ha dicho que estos no eran de Cristo, sino que ellos poseían a Cristo. Equivale a quienes se asumen espirituales, es decir, sin conflictos de la carne. No solo santos, sino sin tentaciones siquiera, siempre críticos e intolerantes para con sus hermanos que no actúan como ellos esperan que lo hagan.

Ahora, bien, estos grupos convivían en la Iglesia de Corinto y conviven en la Iglesia del Siglo XXI, cierto. Pero también es cierto que conviven en conflicto y en competencia. Porque estos partidos, para asegurar su permanencia y preeminencia, necesitan menospreciar al otro. Para sentirse seguros necesitan no considerar al otro como igual a ellos, como a quien también ha sido redimido por la sangre de Jesucristo.

Esta es la raíz de todo conflicto entre los cristianos, el dejar de considerar a los demás como igualmente redimidos y, por lo tanto, igualmente miembros del cuerpo de Cristo.

Esto explica el que quienes se separan, critican y persiguen a la Iglesia, lo hacen como si esta fuese ajena a sí mismos. Aún hay quienes, que aun cuando permanecen en la comunión de la Iglesia, consideran que preservar dicha comunión, el cumplimiento de la tarea recibida y el compromiso de fidelidad a Cristo, es tarea de otros y no de ellos. Se vuelven espectadores críticos, renunciando a su naturaleza de actores responsables del ser y quehacer del Cuerpo de Cristo.

Ante este conjugar el verbo Iglesia en tercera y no en primera persona, ante la práctica tan común de distinguir entre ellos y nosotros, Pablo usa dos veces la expresión amados hermanos (v 10, y v 11). Por el contexto, tal expresión en sí es una denuncia y un llamado.

Quienes se dividen, de hecho o en espíritu, renuncian a su condición de iguales, de hermanos. De ahí la necesidad de recuperar tal condición de identidad y de igualdad y comprometerse en la tarea de relacionarse fraternalmente, como hermanos.

Santiago, nos explica cuál es la raíz de los conflictos entre los creyentes. Dice que estos resultan de la falta de salud espiritual de los creyentes. Sí, los creyentes débiles se enferman. Se vuelven más vulnerables ante el poder de sus pasiones desordenadas, de su concupiscencia.

Son más frágiles ante el ataque satánico y desarrollan pasiones cada vez más desordenadas; entre ellas, la envidia, el deseo de venganza y la antipatía contra sus hermanos en la fe. Santiago 4.1-10 NTV

La pérdida, o el deterioro del cultivo de la identidad cristiana provoca un detrimento integral de la persona, afecta lo biológico, lo social, lo cultural y lo emocional de la misma. Tal deterioro hace vulnerable al creyente y da lugar al proceso del pecado.

Santiago asegura: La tentación viene de nuestros propios deseos, los cuales nos seducen y nos arrastran. De esos deseos nacen los actos pecaminosos, y el pecado, cuando se deja crecer, da a luz la muerte. Santiago 1.14,15 NTV

Un miembro enfermo, un órgano enfermo, enferman a todo el cuerpo. Lo mismo sucede con la Iglesia. Ante esta realidad, tenemos la responsabilidad de ser siempre humildes y amables… pacientes unos con otros y tolerar mutuamente las faltas por amor. Efesios 4.2 NTV

Hoy leía que, contra lo que se piensa generalmente, la depresión no sólo se expresa en la tristeza, la apatía, el no hacer nada. En algunos casos la alegría, la hiperactividad, el ser extrovertidos, es el rostro tras el que la depresión se esconde.

Al leer dicho estudio, pensé en los conflictos que se dan en nuestras congregaciones.

Algunos de tales conflictos nunca se expresan en gritos o actitudes intolerantes. Se esconden tras la amabilidad, el servicio, el silencio ante las ofensas recibidas. Este tipo de conflictos embozados me dan más miedo que los que se enfrentan a gritos, cara a cara e incómodamente.

Me dan más miedo los primeros porque quien simula miente, y Satanás es el padre de la mentira. Quien simula no solo engaña a los demás sino que se engaña a sí mismo. Se convence de su verdad sin darse cuenta de que es mentira. De esta manera queda al servicio del diablo quien lo utiliza para atentar y aún destruir, desde su interior, la comunión que mantiene unido al cuerpo de Cristo.

Sería bueno que no existieran los conflictos en la iglesia, sería bueno que los cristianos no nos peleáramos unos con otros. Pero los conflictos existen y los cristianos nos peleamos, a veces cordialmente, a veces a gritos y sombrerazos.

Ante la inevitable realidad de los conflictos entre los cristianos, quiero proponer a ustedes que procuremos seguir las siguientes tareas. Al cultivarlas, fortalecemos nuestra fe y propiciamos el poder superar las diferencias y dificultades, sin que estas causen mayores daños a nuestra comunión con cuerpo de Cristo.

Evaluar nuestras motivaciones, actitudes y conductas. Examínense para saber si su fe es genuina. Pruébense a sí mismos. Sin duda saben que Jesucristo está entre ustedes; de no ser así, ustedes han reprobado el examen de la fe genuina. 2 Corintios 13.5.

Ante la presencia del conflicto, tenemos la responsabilidad obligada de preguntarnos, de examinar nuestras actitudes y conductas, para identificar qué, en nosotros, propicia o fortalece el problema con nuestros hermanos.

Crecer en todo. En cambio, hablaremos la verdad con amor y así creceremos en todo sentido hasta parecernos más y más a Cristo, quien es la cabeza de su cuerpo, que es la iglesia. Efesios 4.15. Condición básica para dar fruto es la madurez. Sólo los miembros maduros del Cuerpo de Cristo pueden ser edificados en amor.

Según Pablo no se trata sólo de que sepamos más sobre la Biblia, sino que aquello que ya sabemos lo llevemos a la práctica con amor, a que hablemos la verdad con amor. Sólo así podemos parecernos más y más a Cristo y crecer en nuestro propósito de parecernos a él.

El que se haga responsable de sus pensamientos, emociones y principios de relación, es la evidencia de la madurez del creyente.

Mantener la autonomía. Ante la falta de madurez del otro, tenemos siempre la oportunidad y el deber de elegir la conducta adecuada a nuestra Identidad-Vocación y a la necesidad de la persona. A los gálatas Pablo les exhorta: Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación. Gálatas 6.1 NTV

Ni los errores de mi hermano, ni siquiera sus ataques en contra nuestra, rompen la relación que existe entre nosotros, porque, a pesar de todo, seguimos siendo hermanos. Seguimos siendo miembros los unos de los otros, asegura la Biblia.

De ahí que, ante el conflicto con mi hermano, no soy llamado a actuar pasivamente, distanciándome o guardando silencio, sino a abundar en amor para su rescate. Soy llamado a responder a su falta con el aporte de mi madurez en Cristo.

Y, aún, si el otro permanece en falta, soy llamado a honrarlo con el honor que le corresponde, dado que es, sigue siendo, como miembro del Cuerpo de Cristo, su Iglesia.

Seguir el principio cristiano de resolución de conflictos. En Mateo 18.15-17, nuestro Señor establece el proceso de resolución de conflictos propio del Reino: (1) Hablar a solas con el hermano. (2) Si no cambia, hablar con él ante dos o tres testigos. (3) Si aun así la persona se niega a escuchar y permanece en su pecado, denunciarlo públicamente ante la Iglesia. (4) Si se mantiene en rebeldía, tenerlo por alguien ajeno, como un peligro para la Iglesia.

Obviamente, en cada etapa está presente la gracia cristiana, misma que no está condicionado al arrepentimiento, ni a la conversión del ofensor. En cada paso lo que se persigue es la conversión de quien actúa equivocadamente y su reincorporación a la comunión de la iglesia.

El perdón es una obra de gracia propia de los creyentes, puesto que el mismo es el principio de la regeneración.

Los conflictos nos acompañan, pero no nos definen. Ante el conflicto tenemos la alternativa de actuar conforme a nuestra naturaleza e identidad en Cristo.

Los conflictos no resueltos, en la intimidad de la pareja, en el ámbito familiar, en la comunidad de los creyentes, no sólo no dejan de crecer, sino que conforme crecen causan más y más daño a quienes los viven y a aquellos que están en su zona de influencia.

Como hemos dicho en ocasiones anteriores, especialmente los conflictos que se dan entre quienes son, al mismo tiempo, familia consanguínea y familia de la fe, son particularmente nocivos y peligrosos. De ahí la necesidad imperiosa de enfrentarlos y superarlos a la manera de Cristo.

Cada conflicto nos da la oportunidad de manifestar a quien en nosotros es, a Cristo, nuestro Señor y Salvador quien vive en nosotros y se manifiesta al través nuestro.

Vivamos en la paz de Cristo y dejemos que, la paz que viene de Cristo gobierne en nuestros corazones. Pues, como miembros de un mismo cuerpo, somos llamados a vivir en paz. Y a ser siempre agradecidos. Colosenses 3.15 NTV.

A esto los animo, a esto los convoco.

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