Biblia y familia
Hoy te invito a que iniciemos una serie de reflexiones bajo el título Biblia y Familia. Aunque la Biblia registra diversos modelos familiares, creo que podemos encontrar en la misma principios, claves de interpretación y propuestas que nos permitan comprender nuestras propias dinámicas familias, con sus fortalezas y debilidades.
Confío en que el Señor habrá de dirigirnos y mostrarnos los qué, los cómo y los para qué de la familia desde la perspectiva bíblica. Si logramos comprender las consideraciones y preceptos que afectan nuestra relación familiar, confío en que, con la ayuda de Dios, podremos trabajar en la preservación y el fortalecimiento de la misma. Pido tus oraciones y confío en tu acompañamiento. Tus comentarios, aportes y desacuerdos será de bendición y bien recibidos.
Después de la mente, el terreno por excelencia de nuestras luchas espirituales es, precisamente, la familia. Ello, porque nada de lo que pasa a los miembros de la familia en lo individual les afecta única y exclusivamente a ellos, todo tiene un efecto multiplicador que termina afectando al todo de la familia, y al todo de la persona. Se trate de cosas buenas o de cosas malas.
Lo mismo sucede a la inversa, las dinámicas del sistema familiar terminan afectando a cada uno de sus miembros en lo particular, de diferente manera y en distintos grados. Lo que, genera a su vez, otra dinámica de afectación a los miembros y al todo de la relación familiar.
Siendo las cosas así, resulta interesante el hecho de que la Biblia poco nos dice, alerta o recomienda sobre la importancia y el cuidado de las relaciones familiares. De hecho, el número de veces que el Nuevo Testamento se refiere al ser familia y a la manera en que esta se relaciona es menor a diez.
Diez son, apenas, las citas bíblicas que las Sociedades Bíblicas Unidas recomiendan para el estudio del tema. Quizá ello contribuya a darle una dimensión especial al hecho de que nuestro Señor Jesús se refiera a la familia como un modelo que facilita o estorba una mejor comprensión de las cuestiones espirituales.
En la breve y compacta referencia a la familia, que nuestro pasaje contiene, nuestro Señor destaca dos elementos fundamentales del ser de la familia. El primero, es que asume a la familia como una estructura. Es decir, se refiere a la familia como un conjunto de relaciones que mantienen entre sí las partes de un todo. De hecho, el término traducido al español como familia, oikia, también puede traducirse como la estructura de una casa, como una vivienda.
Creo que esto destaca un factor importante: respecto de la familia, esta es una realidad temporal y territorial. Los lazos familiares duran mientras los miembros de la familia están vivos. Y, la familia es una cuestión de este mundo, su espacio de existencia es la tierra. En el cielo, dijo el Señor Jesús, seremos como los ángeles que ni se casan ni se dan en matrimonio, es decir, no tienen vínculos familiares.
Por ello es que cuando los miembros de la familia no resuelven en el tiempo preciso y en el lugar adecuado lo que a su aporte personal a la familia conviene, los conflictos resultantes quedarán sin resolver, afectando generacionalmente a la familia toda.
El segundo elemento lo encontramos en el énfasis que el Señor hace del conflicto interno como la razón de la posible destrucción de la estructura familiar. Creo que, sin desconocer que la familia está sujeta a presiones externas, el Señor destaca que el verdadero riesgo para las familias se encuentra dentro suyo.
Una familia unida, una familia en comunión, puede resistir los embates que buscan su destrucción y las crisis a las que la vida la enfrenta. Pero, las familias en las que se pelean unos contra otros. nunca podrán permanecer firmes ante su deterioro interior.
Propongo a ustedes que los conflictos familiares resultan cuando uno o varios de sus miembros ignoran las reglas de santidad, convivencia y propósito que la Biblia establece para la vida de los creyentes. Porque, si como hemos dicho no hay un número significativo de referencias al ser familia, en la Biblia, sí encontramos diversas instrucciones sobre el cómo de las relaciones con el prójimo desde la perspectiva del estar en Cristo. Y ¿quién más prójimo, próximo, que los miembros de nuestra familia?
Muchos son los que se ocupan de los retos que significan tanto el desgaste del modelo tradicional de familia -sea este el que sea-, como la aparición de modelos familiares alternativos. Dada mi convicción de que la familia, como todos los entes vivos, vive una constante evolución consideraría que su principal reto no está en aquello que pasa fuera de las unidades familiares, ni siquiera de las crisis de vida que puedan enfrentar: enfermedades, pérdidas, muertes, etc., sino de la capacidad que estas tienen para adaptarse a los espacios de crisis en función de su propia fortaleza o debilidad internas.
Capacidad que, en mi opinión, resulta del propósito compartido, entendido y asumido, de los miembros de tales núcleos familiares respecto de su fidelidad y sumisión a los principios y ordenanzas que la Palabra contiene para quienes están en Cristo. Es mi convicción que las familias que se relacionan entre sí siguiendo los presupuestos bíblicos para las relaciones humanas en general, son familias sanas, fuertes, capaces de enfrentar las crisis y sostenidas siempre por nuestro Señor, quien honra a quienes lo honran. 1 Samuel 3.19
Cada vez estoy más convencido de que el sentido de misión de la familia no viene ni en los genes ni en los afectos familiares. Es decir, que participar de un sistema familiar en particular no significa, necesariamente, el asumirse, familia. Vivir juntos no tiene como consecuencia automática, el considerarse miembros los unos de los otros y el hacer propios los propósito, los compromisos y las obligaciones que ello implica.
En otras, palabras, propongo que el hacinamiento, la convivencia íntima en espacios limitados, de diversas personas bajo un mismo techo no las convierte, en automático, en familia. Independientemente de los lazos que les unan. Ser familia, por el contrario, requiere del que quienes pretenden serlo se reconozcan mutuamente, voluntaria y conscientemente, como miembros los unos de los otros.
En otras palabras, que sin perder ni renunciar a su individualidad, asuman que son más que meros yo en relación mutua y que acepten, promuevan y privilegien el ser nosotros. Sobre todo, el ser nosotros en Cristo.
La unidad familiar, con su consecuente fortaleza estructural, es una cuestión de identidad espiritual, antes que genética o afectiva. Cuando nuestro Señor Jesús se refiere a lo que puede destruir a la familia se ocupa de las peleas de los unos con los otros. Si la unidad dependiera de cuestiones genéticas o afectivas, esta no sería destruida por las peleas, porque se trataría de una unidad subyacente.
Esto es, permanecería sosteniendo la estructura familiar a pesar de todo: alegrías, tristezas, peleas, reconciliaciones, etc. Pero, Jesús advierte que una casa dividida contra sí misma… no puede permanecer. O, como lo indica la traducción NTV: Una familia dividida por peleas se desintegrará.
Resulta interesante que la palabra traducida como peleas, significa tanto dividida en partes, como, separada en facciones. La primera definición se refiere a la incapacidad de los miembros de la familia para desarrollar y fortalecer el llamado sentido de pertenencia. No se trata de la existencia de animadversión o de conflictos, sino del simplemente no participar de una misma naturaleza espiritual con los demás miembros de la familia. La Biblia es clara al establecer que no hay comunión entre la luz y las tinieblas. 2 Corintios 6.14
La historia de Adán y Eva nos muestra que no hay solidaridad, comunión en el pecado. Así que el único recurso con el que contamos para ser uno es nuestra identidad en Cristo, nuestro estar en Cristo. Sólo pueden estar en Cristo quienes han sido redimidos por su sangre y que se mantienen en el propósito de vivir para él, haciendo el todo de su vida, incluyendo las relaciones familiares, para honra y gloria de Dios
Hasta aquí esta, que pretende ser la introducción al tema de la relación entre la Biblia y la familia.
Alguna vez, al pasar frente a un edificio caído el 19 de septiembre de 2017, me pregunté ¿cuándo habrá empezado a caerse este edificio? Porque, seguramente su caída no empezó con el temblor, este sólo violentó el proceso de destrucción interna que el inmueble estaba sufriendo. Que las familias sigan pareciendo estar juntas, que sigan haciendo la vida normal, no es razón para asumir que están sanas y fuertes.
Conviene que en oración y búsqueda de la dirección del Espíritu Santo, nos ocupemos de evaluar nuestras estructuras familiares. Sobre todo, conviene ocuparnos consciente e intencionalmente en la tarea de armonizar nuestro ser familia con lo que la Palabra de Dios establece como los principios de vida que honran a Dios y dan testimonio de su amor para que otros sean salvos.
A esto los animo, a esto los convoco.
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