Contar Bien Nuestros Días
Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestra mente alcance sabiduría. Salmo 90.11;

Por lo tanto, cuiden mucho su comportamiento. No vivan neciamente, sino con sabiduría. Aprovechen bien este momento decisivo, porque los días son malos. No actúen tontamente; procuren entender cuál es la voluntad del Señor. Efesios 5.15
El salmo 90, es mi lectura de fin de año. Es recapitulación, reiteración de la presencia y cuidado divinos, replanteamiento de la vida por venir. Una vez más, en esta ocasión la he convertido, también, en mi lectura de inicio de año. A la luz de tantos y tan especiales eventos que hemos vivido, resulta de particular interés la petición de Moisés: Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestra mente alcance sabiduría.
Podemos acercarnos a tal petición desde dos perspectivas cronológicas diferentes. En principio, parecería la petición propia de un anciano: hay que aprender que con los días, las fuerzas se acaban y hay que vivir de acuerdo con las que nos quedan. Pudiera ser esta la petición implícita de Moisés, quien logró lo mejor de su vida siendo viejo.
Pero también parecería una petición propia de los adolescentes y jóvenes, a quienes la sabiduría parece decirles: aprovecha bien tus días determinantes, de ellos depende el resto de tu vida.
De cualquier forma, las palabras de Moisés nos remiten a Pablo, cuando este nos dice: Aprovechen bien el tiempo, porque los días son malos. Efesios 5.15ss Esta contundente declaración, hace evidente que el contar bien nuestros días, consiste en aprovechar los momentos decisivos, que Dios nos ofrece en medio de un ambiente adverso: es decir, lo que tenemos la oportunidad de hacer en medio de los días malos.
La palabra kairos, traducida como tiempo, significa buena oportunidad. Se refiere al hacer oportuno, adecuado. A hacer lo que conviene, lo que es propio del momento y las circunstancias que enfrentamos. Es esta una cuestión importante, dado que nuestro modo de hacer la vida se ha alterado significativamente. Tenemos otras formas, otros recursos y, sobre todo, otros tiempos.
Para unos y para otros los tiempos de oportunidad se alteran, se modifican. No parece haber seguridad respecto de lo que conviene, de lo que se puede, de lo que podrá seguir siendo. Así que, cada vez más, hay menos elementos de juicio que nos permitan saber si lo que estamos haciendo es lo que conviene que hagamos.
Más allá de si nos atraiga o no el hacerlo.
En este sentido, la exhortación paulina no se refiere tanto al tiempo, al momento, sino a la tarea a realizar. Quizá la pregunta más difícil de contestar después de ¿quién soy?, sea: ¿qué debo hacer en la vida? ¿Estoy haciendo lo que conviene?
Pregunta difícil cuando nuestros marcos de referencia cambian tan rápida y radicalmente. ¿Qué es lo que nos sirve de referencia cuando, se nos asegura, todo es relativo, nada permanece ni tiene porqué permanecer.
Propongo a ustedes que el punto de referencia que revela la respuesta esperada se encuentra no en nuestros intereses, sueños o deseos, ni siquiera en nuestros logros. Porque lo que determina lo adecuado y oportuno de nuestro hacer no es un qué, sino un quién: Dios.
Pablo asegura: Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Hechos 17.28 Y es cierto, venimos de Dios y a Dios vamos. En el proceso de la vida, nosotros los creyentes, estamos en él y estamos llenos de él.
El ser llenos de Dios, el estar llenos de él, es lo que nos permite no ser insensatos (sin mente), sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. Efesios 5.17 La insensatez consiste en: El ordenamiento imprudente de la propia vida con respecto a la salvación. Es decir, la llenura del Espíritu Santo que inspira dirige y confirma nuestros pensamientos y decisiones, es el recurso que nos permite contar bien nuestros días.
Nos permite identificar los espacios de oportunidad que se nos presentan, aún en medio de las circunstancias adversas, y hacer lo que conviene para vivir en esa condición de hijos de Dios, en ese estado de gracia: sabios, fuertes, asertivos y congruentes en el todo de la vida.
Existe un principio que no debemos ignorar si estamos interesados en conservar este estado de gracia que es la salvación, la Biblia declara: Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. De manera que, tanto en la vida como en la muerte, del Señor somos. Romanos 14.7ss
A este respecto no tenemos el derecho de equivocarnos ignorando tan radical declaración, porque los días son malos. El término malos se refiere, primero, a la acción directa de satanás en nuestra contra -que la realiza, nos demos cuenta o no de ello-, y, segundo, a la degradación constante del entorno social en que cumplimos nuestra tarea.
Es decir, satanás está obrando activamente para entorpecer la manifestación de nuestra identidad creativa como hijos de Dios. Al mismo tiempo que la sociedad toda está siendo arrollada por una inercia de cambio y degradación integral que afecta a todos, casi irremediablemente.
Tal degradación y los cambios que la acompañan cambian el orden de vida que conocemos. La permanencia de la unidad familiar, la secuencia preparación académica – incorporación al mercado laborar, la estabilidad laboral, la seguridad económica, la seguridad de que si se ahorra se tendrá una vejez segura, etc., son retos que exigen contar bien los días.
Contar bien nuestros días, aprovechar el momento decisivo, exige de un replanteamiento de nuestra relación con Dios. O se trata de buscar a Dios para nuestro beneficio, o de asumir que hemos sido creados para honra y alabanza suya. Pero, también exige un replanteamiento de nuestra relación con la sociedad toda, con los demás.
Debido a que reconocemos que Dios es nuestro Señor y que para él vivimos, tenemos que asumir la dimensión de servicio al prójimo que tal reconocimiento conlleva. Cada día vivimos más para nosotros mismos y menos en función de los demás.
Quien cuenta los días como propios, también cuenta los recursos y dones recibidos como propios. Se olvida que, nos dice la Palabra, sólo somos administradores de los dones recibidos y, por lo tanto, debemos ponerlos al servicio de los demás.
Me apena y duele tener que confesar mi convicción pastoral de que nosotros, quienes formamos iCASADEPAN, estamos viviendo como si los dones recibidos para que sirvamos al Evangelio fueran exclusivamente para nuestro beneficio personal y familiar y aún congregacional.
Confieso que somos una congregación egoísta, en el sentido de que en la práctica tenemos un inmoderado y excesivo amor a nosotros mismos. Lo que nos lleva a anteponer el cuidado de nuestro propio interés por sobre, y aún a costa, de la tarea que se nos ha encomendado.
Hemos hecho de nuestras aspiraciones personales la razón de ser de nuestra vida. Mientras más tenemos, mientras más logros alcanzamos, menos nos ocupamos de servir a los demás y, mucho menos, de compartir el evangelio de Jesucristo a quienes viven muertos en sus delitos y sus pecados.
No pocas veces nuestra generosidad económica y material no es sino el precio que pagamos con tal de no involucrarnos a nosotros mismos en el servicio al prójimo. Alguna vez, alguien de la congregación me dijo: Pastor, pídame todo el dinero que quiera, pero no me pida mi tiempo.
Como cristianos en lo personal y como comunidad de fe, como iglesia, los tiempos actuales nos retan a contar bien los días, para saber así si estamos haciendo lo que conviene. Lo que conviene en relación con la tarea que se nos ha encargado. Si estamos aprovechando las oportunidades recibidas para servir o para servirnos de ellas.
Las versiones más antiguas de nuestro pasaje en Efesios dicen: Redimiendo el tiempo. Exagorazo, pagando el precio para quitar su tiempo del poder de otro. Es la hora de que de manera explícita e intencional nos propongamos vivir para Dios. Es hora de arrepentimiento y conversión renovados, que posibiliten la llegada de los tiempos de refrigerio de parte del Señor. Hechos 3.19
Tiempos en los que nuestra condición de hijos de Dios se manifieste para gozo y beneficio nuestro y de quienes, junto con la Creación, están a la espera de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios, nosotros. Romanos 8:19ss
Por su parte, el autor de Hebreos nos invita a que nos despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. Hebreos 12.1 y 2 DHH lo traduce así: dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante. Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona.
En el fondo, nosotros queremos vivir bien y hacer lo que es correcto. Es decir, queremos aprovechar bien el tiempo. Sin embargo, tenemos y practicamos cosas que nos enredan la vida y nos impiden vivirla plena y satisfactoriamente.
En no pocos casos, la clave está en la conversión; es decir, en el arrepentirnos de lo que estamos haciendo mal y lo bueno que estamos dejando de hacer y comprometernos a hacer y dejar de hacer lo que conviene, dispuestos, también a pagar el precio que ello representa.
Convoco a ustedes para que nos propongamos vivir este año en el poder de su Espíritu. Es decir, a que busquemos y permitamos que sea el Espíritu del Señor quien dirija, dimensione y anime nuestro hacer la vida en su cotidianidad. Sabiendo que, si vivimos, para él vivimos; y, si morimos, para él morimos. Porque sea que vivamos o que muramos, del Señor somos.
A esto les invito. A que redimamos el tiempo, a que vivamos como es digno del llamamiento que hemos recibido. A que cada vez seamos más luz y nos alejemos de nuestras propias tinieblas. Vivamos así este nuevo año, hasta donde la gracia del Señor nos permita vivirlo.
A esto los animo, a esto los convoco.
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