Ante la creciente violencia de género
¿Qué quieres que yo haga, Señor? Preguntó Saulo de Tarso, camino a Damasco. Quiero compartirte que, cada vez más frecuente, tal pregunta se anida en mi corazón y surge de mis labios. Primero, en primera persona. Pero, también en tanto miembro de esta expresión del Cuerpo de Cristo, la iglesia CASA DE PAN.
Ante la realidad que parece apuntar el triunfo del pecado de tantas maneras: desintegración familiar, violencia, corrupción, discriminación y, de manera particular, la violencia en contra de la mujer. Monstruo de tantos rostros, nada ajeno a nosotros, en nuestros hogares también se ejerce violencia contra las mujeres), y negación de nuestra condición de discípulos de Cristo.
Sí, ante esta expresión del pecado me pregunto y te invito a que hagas lo mismo ¿qué es lo que el Señor quiere que hagamos?
Hoy te estoy invitando para que nos propongamos hacer una relectura del texto bíblico, misma que nos permita deconstruir el conocimiento que hemos adquirido sobre la dignidad, el valor y el papel de la mujer en las diferentes esferas de la sociedad.
Deconstruir implica el procurar comprender cómo es que hemos llegado a construir nuestra manera de pensar, influenciados por la cultura, la sicología, la ideología, las doctrinas religiosas, etc. Y, preguntarnos a la luz de la Biblia qué corresponde al propósito divino y qué no.
Desde luego, nos toca a los hombres preguntarnos acerca de lo que creemos y de la validez de tales creencias. Pues es lo que creemos lo que determina nuestras actitudes y conductas con las mujeres.
Pero, propongo a las mujeres que hacen el favor de escucharme, que también ustedes tienen que preguntarse sobre lo que han aprendido respecto de ustedes mismas y de los hombres.
De su valor, de su autonomía, de su razón de ser. De sus obligaciones, pero también de sus derechos. De los presupuestos divinos que dan sustento al cómo de su identidad, de su participación en la relación conyugal, familiar y social. Deben preguntarse, como debemos hacerlo los hombres, qué tanto de lo que creemos y hacemos se fundamente en la verdad y qué otro tanto en la mentira.
Hoy quiero proponer a ustedes lo que podríamos considerar como el marco teórico de nuestra reflexión sobre el tema. Es decir, les propongo la consideración de los pasajes bíblicos a los que conviene que nos acerquemos con ojos y mente abierta.
Es decir, les animo a que hagamos una relectura de tales pasajes teniendo como referencia a Cristo y lo que él nos revela acerca del carácter de Dios y de nuestra condición y carácter de hombres y mujeres nuevos. Del cómo es que se traduce en nuestras relaciones cotidianas el que seamos nuevas criaturas.
Ser mujer es una experiencia inigualable. Conlleva los más grandes privilegios del ser humano, y los más crueles menosprecios. La mujer es al mismo tiempo eje que convoca: a la vida, a los hombres, a la familia; y la extraña, la ajena, a la que, cuando conviene, se le margina, se le ignora, se le usa.
Desafortunadamente, este desigual trato a las mujeres se justifica con una particular interpretación del mensaje bíblico. La mujer, nos dicen, es segunda, va después del hombre, al ser formada del hombre es menos que el hombre.
Además, proponen, la mujer tiene la culpa de que el pecado haya marcado a la humanidad, pues a ella la engañó la serpiente y fue ella quien engañó a Adán. Se asume, entonces, que la mujer debe pagar por haber dañado al hombre con su falta de sabiduría.
Agregan, quienes así piensan, que la mujer es un ser emocional, con poca capacidad para pensar racionalmente, por lo que es necesario que esté bajo el cuidado –y la consecuente subordinación-, del hombre. La mujer no puede ser persona, si no cuenta con la compañía y la cobertura masculina, dirían algunos.
Tal razonamiento, tan carente de razón, subyace en la peligrosa y insistencia en que el hombre es la cabeza de la mujer. Asumiendo con ello que, dadas las limitantes de las mujeres, somos los hombres quienes debemos pensar por ellas.
Quienes hacen suya tal postura, hombres y mujeres por igual, cuentan con una serie de pasajes bíblicos que, consultados fuera de su contexto, parecen darles la razón. Pero ¿qué es lo que la Biblia nos dice de Dios y de las mujeres?
Comparto aquí, como marco teórico para nuestra reflexión, tres pasajes que debemos releer a la luz de Cristo. Si el Señor lo permite, en los domingos venideros nos ocuparemos con mayor detalle de cada uno de estos y procuraremos entender las aplicaciones prácticas de los mismos.
La mujer, imagen y semejanza de Dios
Génesis 1.26-31. Lo primero que encontramos en la Biblia es que la mujer es imagen y semejanza de Dios. Es decir, la mujer es ser humano, digna debido a su identidad. Es merecedora de ser ella misma. Y en cuanto es ella misma es excelente, digna de estima, de aprecio.
Cabe destacar que lo que el pasaje de Génesis expresa que la mujer y el hombre son creados en igualdad de condiciones. Ni en competencia, ni en subordinación jerárquica. Ambos son imagen y semejanza de Dios debido a su identidad, por lo tanto ambos son igualmente dignos, es decir merecedores de respeto y aprecio.
Pero, también debe tomarse en cuenta que ambos son por ellos mismos y su ser persona no se explica en función del otro. Por eso es por lo que, tanto el hombre como la mujer, son individuos que llevan en sí mismos, autónomamente, la imagen y semejanza de Dios.
La mujer, sujeta a las consecuencias del pecado
Génesis 3.16-19. La mujer, al igual que el hombre, es corresponsable y está sujeta a las consecuencias del pecado. Es, desde luego, responsable de su propio pecado. Pero, también lo es de su participación en la cultura del pecado. Es decir, de promover, activa y/o pasivamente, el pecado como norma de vida. En consecuencia, la mujer sufre las consecuencias de su pecado personal; al tiempo que padece las consecuencias de la cultura del pecado.
La mujer es ella, hemos dicho. Hay quienes dicen que Eva pecó porque Adán no la cuidó lo suficiente. No hay tal. El relato bíblico nos muestra que la mujer tiene el derecho a decidir por sí misma, aun cuando sus decisiones sean equivocadas. Eva no es una extensión de Adán, es ella. Así fue creada.
Sin embargo, el pecado nos hace perder, a hombres y mujeres, los privilegios inherentes a nuestro haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. En el caso de la mujer, la Biblia nos dice que, por el pecado, queda sujeta a dos condiciones particulares:
- La relación con sus hijos será generadora de dolor.
- La relación con su marido (y con los hombres en general), será una relación disfuncional, de sometimiento, de atracción y rechazo.
Es el pecado, personal y social, el que determina la formación de estructuras en las que la mujer, como el hombre por su lado, quedan sujetos a maldición: a fuerzas que no pueden controlar ni evitar por sí mismas. Es el pecado el que construye una cultura, conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres, que permea todas las esferas de la vida humana. Incluyendo la esfera religiosa.
Por la caída del hombre, el cómo de la fe, sus presupuestos y prácticas, está más determinado por tal cultura pecaminosa, equivocada, que por lo que la palabra de Dios enseña.
Los sistemas familiares y las estructuras sociales que subordinan y causan sufrimiento innecesario a la mujer no son, de ninguna manera, el propósito de Dios. No responden a la voluntad del Señor, sino son consecuencia del pecado. Dios no creó a la mujer en sujeción deshonrosa, atada al dolor.
Dios creó a su imagen y semejanza, con total dignidad, autonomía y autoridad que el hombre. Sin embargo, el pecado dio lugar a una forma de relación entre el hombre y la mujer que no sólo resulta diferente a la voluntad de Dios, sino que es totalmente ajena y contraria al propósito divino presente en la creación del ser humano.
La mujer, regenerada por Dios en Cristo
1 Corintios 12.13; Gálatas 3.28. En Cristo, Dios ha vuelto las cosas a su condición original. Por la regeneración de la sangre de Cristo, las personas recuperamos nuestra identidad original. Somos justificados y, por lo tanto, somos reconciliados con Dios, con nosotros mismos y con nuestro prójimo.
Al ser salvos somos llamados a libertad. Por ello resulta incomprensible que las mujeres y los hombres que han sido redimidos sigan repitiendo los patrones propios de la esclavitud del pecado. La carta a los Gálatas (5.1), nos permite entender que es posible que quienes son libres, sigan viviendo como si aún fueran esclavos. Vivir así es una insensatez, es decir, algo sin sentido. Gálatas 3.1, 13-14
Como hijas de Dios, las mujeres tienen el deber y el derecho de asumir la realidad y la responsabilidad de su liberación plena en Cristo. Le deben a Dios, se deben a sí mismas y deben a quienes estamos a su alrededor, el asumir el compromiso de vivir la libertad integral que Cristo les ha dado la justificarlas.
Debido a su redención, las mujeres son libres de los condicionamientos que explican sus temores, sus dependencias, sus condicionamientos. Por la misma razón, las mujeres han recibido lo que necesitan para vivir tal realidad: razones para una nueva manera de pensar, amor a sí mismas y a los demás, poder y autoridad para ejercer su libertad, así como dominio propio (la capacidad para administrar sus emociones, sentimientos y condicionamientos culturales). 2 Timoteo 1.7
Igualmente, quienes somos esposos e hijos y compañeros en el camino de la vida, también debemos y podemos hacer lo que es propio para que, tanto ellas como nosotros, vivamos la realidad de la nueva creación.
Hasta aquí la consideración inicial de estos pasajes bíblicos. Es mi confianza de que nuestras familias sean transformadas por el poder del evangelio. Al ser nuestras familias espacios de amor, aprecio y respeto a nuestras mujeres nos convertiremos en testimonio del poder de Cristo.
Con la ayuda del Señor podremos ser ejemplo para quienes sufren y provocan sufrimiento en el cómo de su relación de pareja. Te animo a la oración y al estudio de la palabra de Dios. Mientras tanto, procura honrar a Dios honrando a tu esposa, a tu esposo y conduciéndote en amor y caridad mutuas.
A esto los animo, a esto los convoco.
Preguntas para la Reflexión
Para las mujeres
¿Qué significa que yo sea una persona a imagen y semejanza de Dios?
Para hombres y mujeres
¿Cuáles son aquellas prácticas y/o conductas que en nuestra vida personal, de pareja y familiar, niegan mi dignidad en Cristo?
¿Qué hay que hacer, en lo personal, en la pareja y en la familia, para tratarnos dignamente?
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