Con Alegría
Mateo 11
En los últimos días, cada uno de quienes forman iCASADEPAN ha estado presente en mis reflexiones y momentos de oración. Me he detenido a reflexionar sobre lo que sé de cada uno y a evaluar lo que conozco de su experiencia de vida y, en particular, lo que tiene que ver con su servicio a Dios.
Desde luego, lo primero que reconozco y aprecio es la nobleza que les distingue, su amor a Dios y al prójimo, así como su determinación para agradar al Señor en el día a día.
También me he detenido a considerar aquellas circunstancias que les ha tocado vivir y que conozco. Circunstancias que han marcado sus vidas, en muchos casos desde pequeños, y que, en buena medida, explican mucho de lo que son y hacen, así como la manera en que se relacionan con sus familiares más cercanos, con los parientes, con la iglesia y, desde luego, con el Señor y con su Iglesia.
La razón que explica tales reflexiones tiene que ver con el llamado que hemos estado recibiendo al servicio cristiano. Hay un convencimiento en su Pastor, respecto del deseo de ustedes por servir a Dios. Sin embargo, es un hecho que tal deseo no ha logrado concretarse, hacerse real en lo cotidiano, en todos los casos.
También es un hecho que el no poder hacer aquello que sabemos bueno y que nos gustaría lograr, es fuente de frustración, pena y culpa. Dándose así un círculo viciado, que, de no ser roto, puede conducirnos aún a la pérdida de nuestra fe y el consiguiente abandono de la Iglesia.
Me doy cuenta de que, en no pocos casos, el servicio que ofrecemos a Dios carece de gozo, de entusiasmo, de alegría. Se sirve porque se tiene que hacerlo, por agradecido compromiso, por temor al castigo posible. Desde luego tal clase de servicio termina por desgastar y hacer de nuestra relación con Dios una cuestión difícil y desmotivadora.
Siguiendo el simbolismo bíblico hay quienes parecen cisternas secas y otros que siguen cavando en pozos también secos. En consecuencia, los esfuerzos realizados terminan por ser inútiles, sin sentido y, desde luego, no productores de vida sino de muerte espiritual. Nada más ajeno al llamado bíblico a servir a Dios con alegría, a acercarnos a su presencia con regocijo. Salmo 100
Al orar, reflexionar y pedir dirección para entender las causas que están secando el gozo de la salvación recibida, he entendido que mucho de ellas tiene que ver con las heridas, los conflictos y las decepciones que, a lo largo de nuestra vida, se han convertido en verdaderas raíces de amargura. Las raíces de amargura son esas maneras de pensar, de actuar y de relacionarnos, fruto, en particular, de las culturas familiares que nos explican.
Estas se caracterizan por el abandono sufrido, intencional o circunstancial; por las agresiones, verbales y aún físicas; por la pobreza; por la competencia intrafamiliar; por la acumulación de confusiones, temores y rencores fruto de una vida que no satisfizo, que dolió y que ha dejado heridas que permanecen abiertas.
Desde luego, el resultado es que se asume la vida a la defensiva, recelosos de entregarnos pues podemos ser abusados, o cuando menos decepcionados, de nuevo. Vemos al otro no como nuestro prójimo (el que está a corta distancia), y al cual podemos servir, sino como aquel que representa un riesgo para nuestra seguridad y confort.
Asumimos, en última instancia, que lo que importa es que nos protejamos y para ello procuramos tener siempre el control de las personas y las relaciones; aprendemos a ser duros ante los demás; dejamos que los demás se las arreglen por sí mismos y, terminamos construyendo barreras emocionales y relacionales detrás de las cuales nos sentimos seguros.
Ello explica mucho de las crisis de pareja, familiares, sociales y eclesiales que nos caracterizan.
Creo que puedo decir que el Señor me ha llevado a entender que el primer servicio que podemos ofrecer en su nombre es a nosotros mismos. Que, cada uno de nosotros, a quien primero debe ministrar es a sí mismo, a sí misma. Sí, porque mientras nosotros no nos presentemos a Cristo a nosotros mismos no tenemos nada que ofrecer a los otros. Si nosotros no conocemos a Cristo a la manera de Cristo, 2 Corintios 5.16 seguiremos atados a las cosas viejas, al sufrimiento de las mismas y a su poder destructivo.
En nuestro pasaje de referencia, Jesús llama a los que están trabajados y cargados y les ofrece que él les hará descansar. Mateo 11.25SS La expresión de Jesús se refiere a aquellos que han tenido que hacer más, y lo que no les corresponde. Y que, además, han tenido que aprender a considerar aquello como normal, como lo que les es propio, como aquello que les tocaba. Es un hecho que muchos de quienes sufrieron carencias y abusos en su hogar, mientras permanecieron en el mismo, aprendieron a considerar que merecían lo que les pasaba porque algo malo habían hecho.
En nuestro pasaje, el Señor se refiere a quienes no solo han sufrido lo que no les era propio, sino que, además, habían aprendido una serie de ritos (conductas y actitudes prejuiciadas), para poder sobrevivir en sus relaciones con los demás. Aprendieron a vivir desde la culpa, en competencia con los demás, nunca merecedores, nunca satisfechos con lo logrado.
Es frecuente que tales conductas y actitudes no las desarrollemos solo hacia quienes nos dañaron, sino también hacia todos aquellos con quienes nos relacionamos en nuestro aquí y ahora. Por eso lastimamos, menospreciamos, abusamos y nos mantenemos a prudente distancia de los demás. Por eso, precisamente por eso, no podemos, ni queremos, servirlos. Son, creemos y sentimos, en mayor o menor grado, riesgos y hasta enemigos con los que no conviene fraternizar.
¿Quién no está trabajo y cargado? ¿Quién no sabe lo que es tener que aprender a vivir con cargas y sufrimientos de los que no se es responsable? ¿Quién no conoce lo que es querer liberarse de tales cargas y ser otra persona, capaz de vivir la vida con gozo, confianza y sentido de utilidad?
Dios sabe bien todo esto y está de nuestro lado. Sabe aún de nuestra incapacidad para procesar y expresar tales pensamientos, emociones y sentimientos. Por ello es por lo que Espíritu Santo gime con gemidos indecibles cuando nosotros ya no sabemos qué decir. Romanos 8.26
El servicio que Jesús quiere que nos prestemos a nosotros mismos se compone de dos elementos: primero, como ya hemos dicho, que nos acerquemos a él tal como estamos: trabajados y cargados. En nuestra relación con él podemos actuar confiada y sinceramente. Ante él no tenemos que aparentar, ni justificar, ni siquiera explicar. Él comprende y nos ama.
El segundo elemento consiste en que tomemos el yugo que él nos impone. Es decir, que hagamos aquello que él ha dispuesto para nuestro bien, en la confianza de que lo dispuesto por él es lo adecuado a nuestras circunstancias y acorde a nuestras capacidades reales.
En el caso que nos ocupa, Jesús nos llama a actuar con los que nos han lastimado de una manera diferente. Es decir, nos llama a no permanecer en el terreno del abuso, del sufrimiento, de la marginación, del dolor. Nos llama a salir del espacio que es propio del pecado, y en el cual nosotros podemos seguir siendo vencidos por el mismo. Hay quienes no quieren sufrir lo que tanto les daña, pero insisten en seguir atados a los espacios de relación que los lastiman. Se secan y se secan, pero siguen bajo la regadera.
En el ejercicio de nuestra libertad en Cristo, se trata de un ir a lo que podemos llamar un territorio espiritual en el cual podemos vivir y actuar de acuerdo con nuestra novedad de vida. Nuestro Señor Jesús describe este territorio de la siguiente manera:
Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen. Mateo 5.44
Jesús establece un contraste entre el territorio del mal y el del reino de Dios. Nos dice que si odiamos a nuestros enemigos, que si maldecimos a los que nos maldicen y hacemos mal a quienes nos han dañado, que si deseamos lo malo a los que nos ultrajan y persiguen, seguiremos estando atados a ellos, a su forma de hacer las cosas y, lo que es peor, estaremos bajo el poder de sus malas acciones.
Mientras permanezcamos en ese terreno no podemos ganar ni sobreponernos al poder del ataque recibido y, por el contrario, el poder de sus malas acciones pasadas seguirá dañando nuestro presente: a nosotros mismos, nuestras relaciones y nuestras posibilidades de vida plena.
Al actuar de manera diferente a la de quienes nos lastiman, mantenemos nuestra identidad y autonomía respecto de ellos y así somos libres del poder de sus acciones. Salimos del espacio de las tinieblas y entramos al espacio del reino de Dios. Es decir, pasamos a estar bajo el Señorío de Cristo donde todo encaja bien, todo es apropiado a nuestras capacidades y todo conduce a la plenitud de la vida. No en función de nosotros, ni de los demás, sino en función de Cristo.
Cada uno de ustedes, de nosotros, ha estado pensando, mientras yo hablo, en quienes nos han dañado y el dolor que nos han causado. Sin embargo, no podemos evadir el hecho de que nosotros también los dañamos, les pasamos la factura cada vez que podemos. Dígalo si no el abandono al que les sometemos, el menosprecio que les profesamos, el dolor intencional que les causamos.
Debemos saber que, a menos que demos media vuelta y hagamos lo que es propio, seguiremos padeciendo el poder de ese dolor que desgasta y seca el gozo de la vida.
Es tiempo de volvernos a Dios que nos ama. Es tiempo de descansar en él. También es tiempo de dar por terminado el poder del mal que nos ha marcado, viviendo y haciendo el bien. Al hacerlo, podremos, entonces, servir a Dios con alegría y acercarnos a su presencia con regocijo.
A esto los animo, a esto los convoco.
Explore posts in the same categories: Agentes de CambioEtiquetas: Con alegría, Escogidos, Servir con alegría
You can comment below, or link to this permanent URL from your own site.
Deja una respuesta