El Dios mío me oirá

Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá. Miqueas 7.7

Dadas las circunstancias difíciles que nuestras familias están enfrentando: enfermedades, conflictos matrimoniales, pobreza, divisiones, violencia, etc., me ha parecido conveniente hacer un paréntesis en nuestra consideración de las tareas a las que somos llamados como hijos de Dios y a considerar el cuidado amoroso que Dios tiene de nosotros. Así que te invito a que juntos reflexionemos en lo que la Palabra de Dios tiene para nosotros en este día, a que abundemos en su consuelo, su esperanza y su fortaleza en nuestro aquí y ahora.

San Pablo asegura que, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día2 Corintios 4.16 Hemos aprendido a interpretar tal declaración en el sentido de la NTVAunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. Aunque cabe preguntarnos sobre la exactitud de dicha interpretación el hecho es que comprendemos bien la idea porque llega el momento en que la vida se convierte en una pérdida continua. Perdemos salud, perdemos fuerzas, perdemos recursos, perdemos personas. Es decir, nuestra vida va muriéndose.

Miqueas parece haber llegado a una situación tal que lo único que podía sumar eran pérdidas. No sólo no tiene alimento y seguridad, también ha sido despojado de la justicia y, sobre todo, ha perdido la confianza aún en los más cercanos. Pero, dentro de tal desesperanza Miqueas, al igual que Pablo lo hace, toma consciencia de que todavía hay algo que permanece. Que de manera paralela al continuo de pérdida hay, se está gestando, algo que compensa y aún excede el total de la pérdida sufrida.

La experiencia de Miqueas tiene que ver con lo que Pablo ha comprobado en la suya propia. Mientras lo presente, lo exterior, se va desgastando, el hombre interior se va renovando. Miqueas descubre que Jehová permanece, que en cualquier circunstancia que vivamos, sigue siendo posible volverse a él porque ni siquiera nuestras pérdidas han logrado desgastarlo ni disminuido.

Este es un descubrimiento que sólo el hombre interior, el alma de la persona puede hacer. Porque se trata, indudablemente, del abundamiento, del crecimiento en la espiritualidad. Entendiendo esta como mucho más que una cuestión de rituales religiosos y asumiéndola como el desarrollo para apreciar, valorar y cultivar las cuestiones torales de la vida, las que dan sentido y razón de ser a la misma.

Miqueas nos ayuda a comprender mejor esto con su declaración de propósitos. Sin negar las pérdidas y las consecuencias colaterales de las mismas se propone mirar y esperar a Jehová. Primero, Miqueas se propone mantenerse enfocado, atento, a lo que Dios es y hace. Hacer tal cosa implica el escoger aquello en lo que se pone la atención primaria y, consecuentemente, el lugar que se reconoce a las cuestiones secundarias.

Ante el abundamiento de las pérdidas, Miqueas no quiere dejar de ver a Dios. Ello implica que dejará de prestar atención prioritaria a cuestiones secundarias. Y, después de Dios, todo es secundario: la salud, la familia, las fuerzas, los recursos, las capacidades, etc. Implica también que calificará y valorará tales cuestiones en función de Dios, si lo acercan o lo separan del Señor.

La segunda decisión de Miqueas es que confiará pacientemente al Señor. Esto significa que está dispuesto a dejar en manos de Dios el curso y la resolución de sus asuntos. El cómo se desarrollan estos y el resultado final de los mismos. Identificamos las salas de espera porque, normalmente, tienen más asientos que otros espacios en los edificios. Las sillas son para esperar y se espera sentado. Es decir, se deja de actuar y se confía que alguien más hará lo que es propio, lo que corresponde al asunto que le interesa a uno.

A veces lo que nos quita la paz no es el asunto que nos preocupa sino la pretensión de que nosotros tenemos que, y podemos, arreglarlo. Ya se trate de cuestione de salud, de los hijos, de cuestiones económicas, etc., asumimos que si nosotros no hacemos las cosas no se arreglarán. Y esto es, cada vez, menos cierto.

Por dos razones, porque cada vez podemos menos y porque cada vez son menos los asuntos que requieren de nuestra intervención. Unos porque son naturales, inherentes, a nuestra condición, y por lo tanto forman parte de nuestra experiencia, nos guste o no.

Hace poco recomendé a Nadezhda que no se hiciera vieja. Con inesperada vehemencia me contestó: Pero, nadie me ha preguntado si quiero hacerme vieja y cada vez estoy más vieja.

Bueno, a pesar de que esta es nuestra realidad hay quienes se preocupan y creen ocuparse de evitar que su hombre exterior se vaya desgastando. Pero, lo cierto es que hay cosas en la vida que tenemos que aprender a aceptar y a vivir con ellas o a pesar de ellas.

Otra razón por la que cada vez son menos los asuntos que requieren de nuestra intervención es que muchas de las cosas que nos ocupan y preocupan son, literalmente, asunto de otros. Del esposo o la esposa, de los hijos, de los padres, etc. No nos toca a nosotros resolver la vida de las personas. Sólo podemos acompañarlas y apoyarlas en lo que ellas hagan para resolver su vida.

De acuerdo con Miqueas no es nuestro activismo el que facilita el quehacer divino. Contra lo que hemos aprendido o mal aprendido, no se trata de ir más al templo, de orar más o de leer más la Biblia. No, en los tiempos de crisis hay que confiar en el Señor. Como declaró el salmista (31.15): En tu mano están mis tiempos; Líbrame de la mano de mis enemigos y de mis perseguidores. Podemos decirlo así: Señor, hasta aquí llegué yo, ahora te toca a ti.

Como Miqueas, quien decide actuar en consecuencia con su realidad, con su vulnerabilidad y su precariedad. Asume, hace suyo, que hay que dejar de hacer -en esto consiste el confiar-, sin dejar de mirar a quien tiene nuestra vida en sus manos. Al proceder así hemos de comprobar que el Dios mío oirá.

Cada nuevo sufrimiento, cada crisis que enfrentamos nos lleva a considerar que vivimos días como nunca antes los habíamos vivido. Aprendemos a pensar que nunca hemos tenido mayores pérdidas que las que enfrentamos ahora: consecuencias inesperadas de nuestro quehacer pasado o del de otros cercanos a nosotros, pérdidas y despojos de la vida.

Nuestras luchas y las pérdidas que estas acumulan provocan que tengamos menos convicciones de paz y seguridad y más dudas e inseguridades, indudablemente. Irremediablemente, cuando superamos alguna crisis nos hacemos preguntas sobre la etapa que empezamos. Sobre la viabilidad de nuestra salud, sobre la estabilidad de nuestras relaciones, sobre la abundancia de nuestros recursos.

De nada de esto podemos estar seguros. Ni de lo que habrá ni de lo que no habrá, ni de lo que seguirá siendo ni de lo que dejará de ser.

Pero, si como Miqueas nos decidimos a mirar a, y a confiar en Dios, podremos comprobar -es esta la única convicción de la que podemos estar seguros-, que el Dios mío oirá. Es decir, que Dios no dejará de interesarse en nuestra vida, no dejará de comprender nuestras fortalezas y debilidades y, sobre todo, que su relación con nosotros, con cada uno de nosotros, estará determinada por el hecho indubitable de que él nos ama.

Porque, si de un amor podemos estar seguros, es del amor de Dios. Tal nuestra experiencia, tal nuestra confianza. El amor de Dios nos acompaña, fortalece y capacita cuando enfrentamos los retos de la vida. Cuando nuestras fuerzas y capacidades disminuyen, el amor de Dios viene en nuestro auxilio. Siempre, siempre, en nuestra debilidad se manifiesta el poder de nuestro Dios obrando en nuestro favor.

En los días que vivimos, las situaciones que enfrentamos nos presionan para que hagamos más, para que nos movamos más, para que nos esforcemos más. Pero, conviene que lo que hagamos y lo que dejemos de hacer tenga como cimiento y razón nuestra convicción del amor de Dios y de su poder obrando en nuestro favor.

Dejar de hacer, confiar, no significa renunciar a la responsabilidad que tenemos en la vida. Tampoco significa ser pasivos. Significa estar en armonía con Dios y permitir que el viento de su Espíritu nos guíe, nos impulse y nos sostenga en ese proceso en el que nuestro desgaste se convierte en fortaleza y crecimiento en él.

A esto nos animo, a esto los convoco.

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