Sal de la tierra

Mateo 5.13 DHHK

Nunca deja de sorprenderme la capacidad de Jesús, nuestro Señor Jesús, para decir cosas tan profundas e interesantes, usando ejemplos tan sencillos. ¡Qué poderosa declaración la suya al definir la identidad de sus discípulos diciendo: ustedes son la sal de este mundo! No dice: podrán ser, ni; llegarán a ser. Dice: son la sal de este mundo.

Si, como hemos dicho, nuestra identidad determina nuestra razón de ser, nuestra misión en la vida entonces vive sabiamente quien sabe quién es y, en consecuencia, cuál es su para qué en la vida. La sabiduría consiste en el desarrollo y fortalecimiento de la integridad de la persona. Es decir, del cultivo de la capacidad para hacer la vida de acuerdo con quien se es. En esto consiste la perfección de la vida, en hacer lo que es conveniente, lo que corresponde a la identidad propia.

De acuerdo con Mateo 28.19ss y sus paralelos, nuestro Señor nos ha encomendado como tarea de vida la de hacer discípulos suyos. Esto implica tanto la proclamación intencional y sistemática del Evangelio (Hechos 1.8), como la enseñanza y el acompañamiento de vida que contribuya a que los discípulos crezcan integralmente en su relación con Dios y así cumplan con su ser sal y luz del mundo. Efesios 4.11ss 

Hemos dicho que es de la consciencia de identidad, del saber quiénes somos, de la que resulta la convicción de la misión de vida. En este sentido, podemos proponer que tanto la consciencia de identidad como la convicción de la misión de vida determinan la cosmovisión, la forma en la que las personas ven y hacen la vida. Es decir, la manera en que la persona interpreta la vida, lo que vive, lo que sucede lo que puede, lo que tiene, lo que no tiene, lo que encuentra, lo que pierde, etc.

Por ello, como quien sabe quién es, el creyente ve e interpreta la vida toda en función de Dios en Cristo. Asume que en Dios vivimos, nos movemos y existimosHechos 17:28 DHHK  Ante los retos y oportunidades de la vida se pregunta cómo poder enfrentarlos, disfrutarlos y compartirlos para que Dios sea glorificado en su vida y otros conozcan al Cristo Redentor.

Santiago comparte tal cosmovisión cuando asegura: Queridos hermanos míos, no se engañen: todo lo bueno y perfecto que se nos da, viene de arriba, de Dios, que creó los astros del cielo. Quien se engaña y asume que lo que tiene es resultado de su capacidad, esfuerzo y buena suerte se asume, también, como el origen y destino de sí mismo. Vive para sí mismo y, por lo tanto, se convierte en la razón de ser de sí mismo.

Va por la vida anteponiendo su propio interés al ajeno, lo que suele acarrear un perjuicio a los demás. Es decir, la bendición de lo recibido se traduce en maldición para él y para otros, por lo que su vida ya no sirve para bien sino, que como la sal que pierde su sabor, la vida de quien se olvida que vive para Dios, sólo sirve para que se le tire a la calle y la gente la pisotee. Jesús lo dijo de otro modo: El que quiera salvar su vida la perderá. Y, añadió: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? Marcos 8

Quien, consciente de su identidad, hace suya la tarea que Dios le ha encomendado pone todo lo recibido: vida, talentos, familia, recursos, etc., para el cumplimiento de su condición de sal del mundo. Considera que lo recibido de Dios es recurso e instrumento para cumplir con su misión de vida. Y, ante cada circunstancia de vida se pregunta cómo puede vivirla, aprovecharla, para el cumplimiento de su misión.

Un pastor, amigo mío que ya descansa en el Señor, fue llamado convertirse a Cristo estando en prisión, condenado por sicario. Un día me dijo: Lo mejor que pudo pasarme fue que me metieran a la cárcel, porque ahí conocí al Señor y pude compartirlo con otros muchos presos. Una de mis ovejas, cuando lamenté que hubiera pasado alrededor de un mes en el hospital, cuidando a su marido en una terrible agonía, me dijo: Pastor, fue muy bueno que estuviera tanto tiempo esperando en la sala de espera. ¡Pude compartir el Evangelio y el amor de Cristo a muchos, pacientes y familiares, durante el tiempo que mi esposo estuvo internado!

Pero, el creyente convencido de su identidad y misión no solo interpreta la vida desde su condición de discípulo colaborador de Dios. También está dispuesto a pensar y actuar de manera estratégica, buscando crear situaciones que le permitan ser más eficaz en el cumplimiento de su tarea. Ejemplo de ello es San Pablo, quien astutamente, podríamos decir, ante la injusticia que vive a manos de Festo, decide apelar al César. Es decir, convierte su prisión injusta en una plataforma por excelencia para proclamar el Evangelio de Cristo. Hechos 25Filipenses 1

A los Filipenses, Pablo les asegura: Quiero que sepan que las cosas que a mí me han pasado han venido en realidad a ayudar al anuncio del evangelio. Pues mi prisión ha servido para dar testimonio público de Cristo a la gente del palacio y a todos los demás. Mi prisión, mi enfermedad, mi promoción en el trabajo, mi matrimonio, etc. ¿Cuántos podemos decir que nuestras experiencias de vida han venido en realidad a ayudar el anuncio del evangelio? Al escuchar a Pablo podemos entender que siga salando nuestra vida y la de muchos otros, aún ya muerto.

Como Iglesia enfrentamos el reto de ser relevante, de influir en la sociedad que nos rodea, compartiendo a Cristo y siendo un modelo de vida alternativo que prevenga efectivamente la descomposición personal, familiar y social que la sociedad está viviendo. Dado quiénes somos podemos hacerlo. Sólo necesitamos tomar consciencia que somos diferentes por causa de Cristo y que nuestra principal tarea es compartirlo intencional y significativamente. Asumir que somos llamados a hacer discípulos. A contribuir al fortalecimiento de esa comunidad de vida alternativa que es la Iglesia, a llamar a salvación a quienes están bajo el poder del príncipe de este mundo.

Los retos que las personas que conocemos, sus familias, las instituciones sociales, etc., enfrentan, son no sólo una oportunidad, sino un llamado imperativo, un grito, que nos exhorta a cumplir con la tarea que nos corresponde al ser la sal de la tierra. Somos llamados a contribuir a evitar, cuando menos a disminuir, la descomposición de las personas, de las familias y de la sociedad, insisto. Todo lo que somos, tenemos y hacemos debemos orientarlo al cumplimiento de tal propósito. Sólo así seremos hallados fieles y nuestro paso por la vida será relevante.

Termino proponiendo a ustedes, entonces, que corramos el riesgo de asumir nuestra identidad y sentido de vida, a partir de nuestra condición de discípulos de Cristo. Ya que es así como podremos conservar nuestra condición de sal del mundo y cumplir con la tarea recibida. También, los animo para que nos propongamos pensar estratégicamente y hacer la vida de tal manera que podamos empoderar nuestras circunstancias para que podamos llevar el Evangelio a más personas y de manera más contundente y poderosa.

A ello los animo, a ello los convoco.

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