El Dios mío me oirá
Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá. Miqueas 7.7
San Pablo asegura que, aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. 2 Corintios 4.16 Hemos aprendido a interpretar tal declaración en el sentido de la NTV: Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. Aunque cabe preguntarnos sobre la exactitud de dicha interpretación el hecho es que comprendemos bien la idea porque llega el momento en que la vida se convierte en una pérdida continua. Perdemos salud, perdemos fuerzas, perdemos recursos, perdemos personas. Es decir, nuestra vida va muriéndose.
Miqueas, como algunos de los nuestros, parece haber llegado a una situación tal que lo único que podía sumar eran pérdidas. No sólo no tiene alimento y seguridad, también ha sido despojado de la justicia y, sobre todo, ha perdido la confianza aún en los más cercanos.
Pero, dentro de tal desesperanza Miqueas, al igual que Pablo lo hace, toma consciencia de que, entre tantas pérdidas, todavía hay algo que permanece. Que de manera paralela al continuo de pérdida hay, se está gestando, algo que compensa y aún excede el total de la pérdida sufrida.
La experiencia de Miqueas tiene que ver con lo que Pablo comprueba en la suya propia. Mientras lo presente, lo exterior, se va desgastando, el hombre interior se va renovando, dice el Apóstol. Miqueas descubre que Jehová permanece, que sigue siendo posible volverse a él porque ni siquiera nuestras pérdidas han logrado desgastarlo ni disminuido.
El descubrimiento de Miqueas nos resulta de especial interés y beneficio pues el profeta describe una situación de pérdidas acumuladas, tanto en el terreno personal de la moral, como en la descomposición social que Israel vive. Enfrenta una situación equiparable a la que nosotros enfrentamos, el capítulo 7 de su libro bien podría ser una nota periodística del México en que vivimos. Te recomiendo que lo leas con cuidado y en perspectiva desde tu aquí y ahora.
El descubrimiento de Miqueas, de que algo permanece a pesar del constante de pérdida personal y social, es un descubrimiento que sólo el hombre interior, el corazón de la persona puede hacer. Porque se trata, indudablemente, del abundamiento, del crecimiento en la espiritualidad, de una condición en la que se puede comprender el mundo espiritual. Entendiendo este último como mucho más que una mera cuestión de rituales religiosos y asumiéndolo como el todo de la vida, de las cuestiones torales de la vida, de todo aquello que da sentido y razón de ser a la misma.
Miqueas nos ayuda a comprender mejor esto con su declaración de propósitos. Sin negar las pérdidas y las consecuencias colaterales de las mismas se propone mirar y esperar a Jehová. Primero, Miqueas se propone mantenerse enfocado, atento, a lo que Dios es y hace. Hacer tal cosa implica el escoger aquello en lo que se pone la atención primaria y, consecuentemente, el lugar que se reconoce a las cuestiones secundarias. Ante el abundamiento de las pérdidas, Miqueas no quiere dejar de ver a Dios.
Ello implica que dejará de dar atención prioritaria a cuestiones secundarias de la vida, que no interpretará y valorará el todo de la vida por las cuestiones secundarias. El hecho es que, después de Dios, todo es secundario: la salud, la familia, las fuerzas, los recursos, las capacidades, etc. Así que Miqueas calificará y valorará tales cuestiones en función de Dios, de si lo acercan o lo separan del Señor.
Quizá en este punto Miqueas recuerda al salmista que declaró, en uno de mis salmos favoritos, el 18: en mi angustia llamé al Señor, pedí ayuda a mi Dios. Así que Miqueas decide ver que la angustia también tiene un lado positivo, este es el de animarnos a buscar a Jehová. Y, comprobar que hacerlo, tiene su recompensa, pues, como el salmista, también nosotros podemos decir: Y él me escuchó desde su templo ¡mis gritos llegaron a sus oídos!
La segunda decisión de Miqueas es pondrá su esperanza en Dios su salvador, dicho de otra manera, Miqueas confiará pacientemente al Señor. Esto significa que está dispuesto a dejar en manos de Dios el curso y la resolución de sus asuntos. El cómo se desarrollan estos y el resultado final de los mismos. En las oficinas e instituciones públicas identificamos las salas de espera porque, normalmente, tienen más asientos que otros espacios en los edificios. Las sillas son para esperar y se espera sentado. Es decir, se deja de actuar y se confía que alguien más hará lo que es propio, lo que corresponde al asunto que le interesa a uno.
Resulta interesante que confianza es la esperanza firme hacia una persona o cosa. Ante la evidente incapacidad para superar las pruebas enfrentadas, el creyente toma la decisión de dejar la solución o respuesta en aquél en quien confía. A veces lo que nos quita la paz no es el asunto que nos preocupa sino la pretensión de que nosotros tenemos que, y podemos, arreglarlo. Ya se trate de cuestione de salud, de los hijos, económicas, etc., asumimos que si nosotros no hacemos las cosas no se arreglarán. Y esto es, cada vez, menos cierto.
Por dos razones, porque cada vez podemos menos y porque cada vez son menos los asuntos que dependen de nuestra capacidad, participación o decisión. Unos porque son naturales, inherentes, a nuestra condición humana, como el deterioro de nuestro cuerpo por la edad o por la enfermedad que, en última instancia encuentra su razón de ser en el hecho mismo de que somos seres humanos y, por lo tanto, propios de nuestra naturaleza y condición física. Y, la segunda razón tiene que ver con que, dada nuestra condición de seres sociales y del cómo de nuestra relación con la naturaleza, los asuntos de la vida que nos exceden sobrepasan, superan, etc., son, cada vez más y cada vez más complejos.
De acuerdo con Miqueas no es nuestro activismo el que facilita el quehacer divino. Miqueas decide actuar en consecuencia con su realidad, con su vulnerabilidad, su precariedad, sus limitaciones. Asume, acepta para sí, que hay que dejar de hacer -confiar-, sin dejar de mirar a quien tiene nuestra vida en sus manos. Y que al proceder así hemos de comprobar que el Dios mío oirá.
A finales del año 2016 dije algo así como: No recuerdo un año más doloroso y con mayores pérdidas que el 2016. Consecuencias, pérdidas y despojos de la vida. Al finalizar el mismo tenemos menos convicciones y más dudas e inseguridades, indudablemente. Un término de año lanza preguntas sobre el del año que empieza. Sobre la viabilidad de nuestra salud, sobre la estabilidad de nuestras relaciones, sobre la abundancia de nuestros recursos. De nada de esto podemos estar seguros. Ni de lo que habrá ni de lo que no habrá, ni de lo que seguirá siendo ni de lo que dejará de ser.
Hemos comprobado, muy pronto, que el 2016, no ha sido el año más difícil de nuestra vida. Y, si creemos que el 2020 podrá ser catalogado así, seguramente nos volveremos a equivocar. Porque, como dijo el Predicador, nada hay seguro en esta vida. Pero, si como Miqueas nos decidimos a mirar a, y a confiar en Dios, podremos comprobar que es esta la única convicción de la que podemos estar seguros: que el Dios mío oirá.
He dicho que la situación personal y social que Miqueas enfrentó en el Siglo VIII a.C., no es nada diferente a la que enfrentamos en el Siglo XXI después de Cristo. Podríamos concluir que no hay nada nuevo bajo el Sol, desde luego. Pero, creo que es mejor aprender de lo que aquí registramos que la vida es un continuo en el que las pérdidas son inherentes y formadoras de nuestro carácter. Para algunos, una perspectiva así pudiera resultar fuente de enojo o de frustración. Pero, Miqueas nos comparte su convicción: el Dios nuestro oirá.
Es decir, que Dios no dejará de interesarse en nuestra vida, no dejará de comprender nuestras fortalezas y debilidades y, no dejará de intervenir en nuestra vida dando fortaleza, sustento, consuelo, comprensión y dirección. Que el Dios nuestro oirá significa, sobre todo, que su relación con nosotros, con cada uno de nosotros en lo particular, en nuestra familia y sociedad, estará determinada, siempre, por el hecho indubitable de que él nos ama. Porque, si de un amor podemos estar seguros, es del amor de Dios. Tal nuestra experiencia, tal nuestra confianza.
A enfocarnos en esto como punto de partida para enfrentar el todo de la vida es que los animo, a esto los convoco. Porque el Dios mío oirá.
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