Hijos amables, padres congruentes
Mateo 21.28-31a
Una muchacha, hija de pastor, quiso hablar conmigo. Me voy a casar y lo voy a hacer por la iglesia católica, me dijo. Sabiendo que era bautizada en la iglesia que su padre pastoreaba y líder ella misma en tal congregación, le pregunté lo que su papá pensaba de dicha decisión. Ni siquiera le he dicho, me contestó, ya ve, de todo se enoja, señaló. Cuando hablé con su padre, buen amigo mío, no me encontré con un hombre enojado. Triste y derrotado me dijo: No entiendo su decisión, y, entre lo que más me duele es que ni siquiera me ha dicho nada al respecto. Permanecimos en silencio y me despedí, agradecido en mi fuero interno, al pensar que algo así nunca podría pasarme a mí.
Pero, los hijos son los hijos, son ellos como nuestra historia bíblica confirma. Y en ellos, están convencidos, habita la plenitud de la razón. Cuando menos eso piensan, pensamos casi todos cuando somos hijos, hasta que la vida ilumina nuestro entendimiento con el don de la paternidad. Lo que a los padres no les es dado de manera natural, madurar aprendiendo a desarrollar una forma de pensamiento que les permita ser más sensibles, comprometidos y menos enfocados en sí mismos, lo logran otros: sus propios hijos. Sí, el tiempo de la paternidad es el tiempo en que se cumple la profecía de Rudyard Kipling quien asegura a su propio hijo: … Más quiero que sepas que nada me debes, soy ahora tu padre, tengo los deberes… Ahora pequeño, quisiera orientarte, mi agente viajero llegará a cobrarte, será un hijo tuyo, gota de tu sangre; presentará un cheque de cien mil afanes. Y entonces, mi niño, como un hombre honrado, a tu propio hijo deberás pagarle.
Hay quienes aseguran que las familias modernas son más disfuncionales que las que les precedieron. No estoy seguro. Creo que, al igual que los carros de antes, las familias predecesoras también cambiaban de carril, es decir, también tomaban caminos equivocados, frecuentemente, en el camino. Quizá la diferencia es que ahora los caminos familiares tienen menos claridad respecto de cuáles son los carriles por los que se circula y estos están más pobremente señalados. Existe una confusión respecto de lo que representan, lo que significan y aportan los roles familiares: el de los esposos, los padres, los hijos, etc. Así que ahora se le da menor importancia a la responsabilidad de cada uno y a la importancia y la necesidad de mantener el rumbo personal y familiar; del que cada quién haga lo que le es propio aún cuando ello represente, en alguna medida, un sacrificio personal.
Son muchas las causas que explican la creciente convicción de los hijos respecto de sus derechos y facultades en nuestros tiempos. Algunas de ellas responden a la necesidad de construir su propia identidad y su distintiva otredad. Necesitan ser ellos y no extensión de otros, lo que es, indudablemente, saludable. Pero, también algunas causas responden a sus limitaciones y a su ignorancia de la vida. Como una computadora que es sobrecargada de información se atrofia, así también quienes no cuentan con los recursos para procesar los hechos de la vida pueden incurrir en excesos y en omisiones. En esto están las raíces Síndrome Emperador. De niños, desafiantes; de jóvenes, dependientes, de adultos, abusadores.
Propongo a ustedes que el factor que más está contribuyendo a la formación de la llamada Generación Yo, Yo, Yo, es un factor que no empieza con ni en ellos, sí, pero que interactúa con los sentimientos, las sensaciones y los pensamientos de los hijos de nuestros tiempos. Se trata de la disfuncionalidad familiar generada por padres desheredados. Es decir, por padres carentes del acervo necesario para desempeñar el papel de formadores de sus hijos. Sin modelos propios, animados por la culpa y la frustración, renuncian a mantener el timón y permiten que sean las circunstancias las que vayan dando forma a su familia: A los hijos y aún a ellos mismos. Mientras más disfuncionales como personas, como pareja, los padres tienden a abandonar su rol como formadores iniciales del carácter de los hijos.
La mezcla de tales causas, las propias de la experiencia de los hijos como aquellas que les son impuestas explican, en mi opinión, la tendencia creciente en los hijos de nuestros tiempos al descuento, al menosprecio de los padres. Es decir, al menosprecio de la razón, de la autoridad y del derecho paterno a lo que es propio de su tarea formadora; así como a la poca consideración a la sensibilidad, la vulnerabilidad y el aporte de los padres. Lo que los hijos asumen como carencias, excesos o las obsolescencias de los padres se convierte, en opinión de los primeros, en la base del derecho que tienen para ignorar, menospreciar y aún retar no sólo el quehacer paterno, sino a los mismos padres.
En efecto, acudimos a un escenario familiar en el que la presencia de los hijos en el hogar paterno se prolonga por más tiempo del conveniente y se agrava ante la fragilidad emocional, de carácter, de los propios hijos. Algunos dicen que las generaciones actuales tendrán menores posibilidades para adquirir una casa para vivir, que la que tuvieron sus padres, por ejemplo. Pero, no se trata sólo de una cuestión económica, se trata, también, de una cuestión de carácter. No pocos de los hijos que permanecen en el hogar paterno a edades no recomendables, lo hacen porque están convencidos de su derecho a beneficiarse con los recursos paternos. Pero, lo cierto es que también lo hacen porque no han podido desarrollar ni producir lo propio y necesario. Así, se da una mezcla de derecho-dependencia que enturbia la relación familiar y la hace más vulnerable.
La Biblia, Dios mismo, se ocupa del asunto. Lo hace valiéndose de dos indicaciones puntuales, dos llamados explícitos. Déjenme empezar por el llamado a los hijos. A estos los exhorta: Honra a tu padre y a tu madre. Éxodo 20.12; Efesios 6.3 A tal exhortación, Pablo agrega una explicación: Para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Honrar no significa obedecer incondicionalmente ni hacer la vida en función de los padres. Pero si significa reconocerlos como no iguales a uno mismo y considerarlos. Considerar a los padres, además de tomar en cuenta lo que dicen y reflexionar sobre ello implica también el ser amables y de trato atento hacia ellos. Eso de ser amables no significa que los hijos sean modosos, atentos, sino que se esfuercen por ser fáciles de amar. Privilegio y obligación de los padres es el amar a los hijos, pero estos deben ocuparse de resultar fáciles de amar, es decir, amables. Aquí podríamos aplicar el principio bíblico aplicado a la relación con los pastores: Para que lo hagan con alegría, y no gimiendo; porque esto no os es útil. RVR1960 O, como lo traduce la NTV: Denles motivos para que la hagan con alegría y no con dolor. Hebreos 13.17
A los padres Pablo recomienda, los llama diciendo: Padres, no hagan enojar a sus hijos con la forma en que los tratan. Más bien, críenlos con la disciplina e instrucción que proviene del Señor. Efesios 6.4 Parece que para Pablo son los hijos, y no los padres, los más propensos a enojarse. Si los padres fueran carros y la paternidad camino, lo que Pablo indica sería: No se salgan del carril. No traten a sus hijos niños como si fueran adultos, ni a los hijos adultos como si fueran niños. Si el referente es la disciplina que proviene del Señor, luego, entonces, debemos renunciar a relacionarnos con nuestros hijos animados meramente por nuestros afectos, temores y frustraciones.
El principal y más valioso aporte que como padres y madres podemos hacer a nuestros hijos e hijas es el aporte a la formación de su carácter. Ello implica una actividad a contracorriente, que nos lleva a llevarles la contraria frecuentemente. Desafortunadamente, ideas equivocadas respecto de la democracia familiar, la libertad del ser, etc., provocan que no pocos padres renuncien a ser y hacer lo que sus hijos requieren que sean y hagan. El temor a la incomprensión de los hijos, al rechazo o distanciamiento de los mismos, al reclamo por las culpas -reales o supuestas- de los padres, son algunas de las causas que explican tales renuncias. Sin embargo, el hecho es que los hijos necesitan en las etapas tempranas de su vida la formación paterna. La construcción de estructuras espirituales, mentales, emocionales y relacionales básicas a partir de las cuales los hijos puedan decidir sobre su identidad y propósito en la vida.
Los hijos también necesitan, en su edad adulta, del aporte de la congruencia paterna. Es decir, que los padres afirmen en su aquí y ahora la lógica y la pertinencia de los valores con que formaron a sus hijos. Hay padres, madres en particular, que tratan a sus hijos adultos como si todavía fueran niños. Que se convierten en suplidoras de lo que toca a sus hijos generar por sí mismos. Cuando los padres lo hacemos así podemos convertirnos en cómplices y fomentadores de la inmadurez de nuestros hijos amados. Podemos encontrarnos saboteando sus capacidades y mermando los recursos que Dios y la vida les han dado, en el afán de evitar sufrimientos que quizá sean necesarios, dado que formarán todavía más y fortalecerán el carácter requerido por nuestros hijos e hijas.
El ejercicio de la paternidad, las relaciones filiales, siempre son cuestiones espirituales. Se dan en función de nuestra confianza en el amor de Dios, pero, también son expresión de nuestra fidelidad al Señor. Nuestros hijos no son nuestros ni de ellos mismos, son de Dios. Dios los creó para su honra y su gloria. Los creó para vivir en relación con ellos. De ahí que nuestra tarea parental, sin importar la edad de nuestros hijos, es la de contribuir para que nuestros hijos comprendan, hagan suya y crezcan en su propósito de honrar a Dios en el todo de su vida. Tarea que podemos realizar en la medida de que nosotros mismos vivamos para honrar a Dios en el todo de nuestra vida.
Las relaciones filiales terminan en y con la muerte… del que se muere. Pero, de muchas formas los muertos siguen estando presentes en los vivos. Así que es tiempo, hoy, de que padres e hijos replanteemos el cómo de nuestra relación. De los hijos se espera, en todo tiempo, respeto y consideración. De los padres, el trato adecuado. Si unos y otros nos esforzamos por cumplir con lo que nos corresponde estaremos haciendo el mejor de los aportes… a los otros y a nosotros mismos. Sobre todo, en nuestra manera de ser padres y de ser hijos estaremos honrando al Señor y permitiendo que su gracia enriquezca el todo de nuestras vidas y las de otros.
A esto los animo, a esto los convoco.
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29 noviembre, 2020 a 12:34
Excelente. Me ha sido de gran utilidad este tema.
Gracias. Bendiciones