Líbrame de mentirme a mí mismo

Salmos 119.29 NTV

No hay nada que nos resulte más sencillo que mentirnos a nosotros mismos. Nos mentimos respecto de lo que somos y lo que no somos. De lo que hacemos y de lo que no hacemos. De las causas que explican nuestro aquí y ahora y acerca de la responsabilidad de las mismas. Mientras más tratamos de convencer a los demás de lo que no es, más expuestos estamos a caer en la trampa de nuestras propias mentiras. Desde luego, tenemos muchas razones para mentirnos a nosotros mismos. Propongo a ustedes tres de ellas, quizá las más comunes y las más comprensibles.

En primer lugar, nos mentimos a nosotros mismos por soberbia. Esta consiste en el aprecio que damos a nuestras propias capacidades -reales o supuestas- por sobre los otros y su propio conocimiento. Desde luego, la soberbia presupone la consideración de nosotros mismos como el punto de referencia que valida o invalida lo que es verdad, lo que es conveniente, lo que es lo apropiado. La soberbia no es sino la expresión de nuestra pretensión de ser como Dios, teniendo la capacidad para decidir por nosotros mismos el bien y el mal. Génesis 3.5 Cuando el resultado de nuestra decisión no es el que esperamos, insistimos en mentirnos a nosotros mismos justificando, racionalizando, la realidad de tal manera que encaje en nuestros supuestos.

En segundo lugar, nos mentimos a nosotros mismos por ignorancia. La Biblia dice que hay quienes cavan una fosa profunda para atrapar a otros, luego caen en su propia trampa. Salmos 7.15 NTV Se refiere, desde luego, al hecho de quien, engañado por y de sí mismo, no se da cuenta de la mentira que vive y por ello ignora, cada vez más, la verdad acerca de sí mismo. Llega al extremo de asumir sinceramente la mentira como si esta fuera verdad y construye el todo de su vida a partir de la misma.

Finalmente, debemos asumir que nos mentimos por necesidad. La mentira es como una espiral en la que nos enredamos cada vez más. Al igual que la espiral que es una curva plana que da indefinidamente vueltas alrededor de un punto, alejándose de él más en cada una de ellas. Quien ha hecho de la mentira el sustento de su vida llega al momento en que necesita ir de engaño en engaño a fin de poder resolver lo irresoluble de su vida. Necesita mentirse respecto de sí mismo y respecto de los demás. La mentira tiene que ver con las intenciones, las razones, los resultados y las esperanzas vitales.

El salmista pide a Dios lo que sólo es comprensible en aquel que se asume atrapado en la espiral de la mentira: Líbrame de mentirme a mí mismo, pide. Por cierto, no pide que Dios le libre de otros mentirosos. Quizá porque quien es engañado por otros está más seguro, más firme en la verdad, que aquellos que pretenden engañarlo. De cualquier forma, dada su comunión con Dios el salmista descubre que ha vivido en la mentira y entiende una cuestión fundamental: la única manera en que podemos evitar el mentirnos a nosotros mismos es haciendo de las enseñanzas divinas el punto de referencia del todo de nuestra vida. Es decir, asumimos que lo justo en la vida, lo apropiado, lo que corresponde es lo que Dios ha establecido como bueno y que al conocerlo –al hacerlo nuestro- es que podemos vivir en la libertad de la verdad.

El salmista pide también a Dios: el privilegio de conocer tus enseñanzas. Las enseñanzas divinas son el eje rector de una vida consagrada a Dios y por ello equilibrada integralmente. Nuestro Señor Jesús encargó a sus primeros discípulos: Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Mateo 29.28 NTV Los discípulos lo hicieron, primero de boca a boca, pero muy pronto sucedió que las enseñanzas de Jesús quedaron asentadas por escrito, en nuestra Biblia, nuestras Escrituras Sagradas.

Respecto de estas, Pablo afirma que: la palabra de Dios es viva y poderosa. Es más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra entre el alma y el espíritu, entre la articulación y la médula del hueso. Deja al descubierto nuestros pensamientos y deseos más íntimos. Hebreos 4.12 NTV Y, añade: Toda la Escritura es inspirada por Dios y es útil para enseñarnos lo que es verdad y para hacernos ver lo que está mal en nuestra vida. Nos corrige cuando estamos equivocados y nos enseña a hacer lo correcto. Dios la usa para preparar y capacitar a su pueblo para que haga toda buena obra. 2 Timoteo 3.16-17 NTV

David Platt asegura que el estudio de la Palabra provoca e incrementa nuestro deseo de Dios por lo que somos animados al cultivo de la oración, misma que nos permite conocer mejor y más íntimamente el corazón del Señor. Esto nos ayuda a entender la petición del salmista, nos permite comprender que quien se alimenta de las enseñanzas divinas desarrolla una comunión tan íntima con Dios que, simple y sencillamente, no puede mentirse a sí mismo puesto que camina a la luz del Señor.

Terminemos nuestra reflexión considerando que la única manera de pasar de la mentira a la verdad es pasando a otro nivel en nuestra relación personal con Dios. Recordemos que de la abundancia del corazón habla la boca. O, como lo traduce NTV, pues lo que está en el corazón determina lo que uno dice. Mateo 12.34 Así que, comprometámonos en llenar nuestro corazón de la Palabra de Dios –así, con mayúsculas-. Llenos de su Palabra, el caminar en la verdad será lo más natural, lo más seguro y lo más satisfactorio de nuestra vida.

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