Amadoras de sus Esposos

Tito 2.1-5

Ocuparnos del tema del amor a los esposos representa la necesidad de hacer un par de definiciones no fáciles. La primera y la más fácil consiste en escoger entre tener una plática convencional o confrontar una situación que a todos ocupa y preocupa. La segunda, correr el riesgo de hablar de cosas que incomoden y nos lleven a tomar decisiones trascendentes para nuestra vida y la de nuestra familia.

Las familias son sistemas: un conjunto organizado de cosas, ideas, medios, etc., que contribuyen al mismo objeto. En los sistemas sociales, como la familia, todas las acciones son mutuamente determinantes del ser y hacer de las personas involucradas. La forma y la efectividad con que cada miembro del sistema familiar cumple con su papel o función, determina en buena manera la salud, o la falta de ella, de los miembros y de la familia como un todo.

La mujer, esposa y madre, junto con el hombre, esposo y padre, son elementos clave del sistema familiar. Son a la familia lo que el eje a la rueda. Dan equilibrio, fortaleza y estabilidad o, cuando no lo hacen, se convierten en razón del fracaso de dicho sistema familiar.

San Pablo, en su carta a Tito, hace evidentes dos cuestiones: la importancia del papel de la esposa y, en segundo lugar, el hecho de que “ser esposa”, el rol de esposa, es una función que se aprende. De ahí que la tarea de “las ancianas” es enseñar a las “mujeres jóvenes” a amar a sus maridos y a sus hijos.

Me llama la atención la estructura del pasaje cuando destaca que se empieza aprendiendo a amar al esposo… y a los hijos. Hay un orden implícito, y una diferencia esencial. Ni se trata de la misma clase de amor, ni se ama primero (en tiempo y en preferencia), a los hijos. De acuerdo con el Diccionario Expositivo de Vine, la traducción correcta sería “que enseñen a las mujeres jóvenes a ser amadoras de sus maridos”.[1]

Cada vez más crece el número de mujeres que no aman a sus maridos, que no son amadoras de sus maridos. Les son fieles, pero no los aman. Los apoyan y toleran, pero no los aman. Los ayudan y defienden, pero no los aman. Ciertamente es difícil amar a los maridos y puede haber muchas razones para no hacerlo. Pero si estamos interesados en preservar la salud del sistema familiar al que pertenecemos, debemos saber que este requiere del que las esposas sean amadoras de sus maridos. En las versiones inglesas de la Biblia, a la indicación de ser “amadoras de sus maridos”, se antepone la expresión “que sean sabias, que sean amadoras de sus maridos”. Así que la sabiduría de la esposa no tiene que ver sólo con lo que sabe, piensa o decide, tiene que ver con el amor que tiene para su esposo.

Uno de los elementos que forman y evidencian este amor es, interesantemente, la prudencia de la esposa. Sofrón es un término interesante, lo mismo se traduce: sensible, discreta, prudente, juiciosa. Sofrón es la persona que limita su propia libertad y habilidad con una manera apropiada de pensar. Así demuestra su dominio propio respecto de sus pasiones y deseos. Es quien voluntariamente pone límites a su libertad de experimentar y manifestar sus emociones.

Uno de los factores presentes en la mayoría de los conflictos de pareja es, sin lugar a duda, la libertad con que algunas mujeres agreden emocionalmente a sus maridos. Conociéndolos íntimamente, conocen también sus fortalezas y debilidades emocionales. Así que nos les resulta difícil enfocar y disparar al blanco indicado. Sarcasmo, condescendencia, agresión, exhibición, etc., son las herramientas usadas por aquellas mujeres que no han aprendido a ser prudentes.

Más complejo resulta aún el hecho de que tal falta de prudencia incluye la mezcla de caricias positivas con caricias negativas. Es decir, de palabras y acciones que pretenden hacer saber al otro que se le ama y se le tiene en estima. Especialmente cuando las mujeres tienen una experiencia religiosa, se sienten obligadas (al sentirse culpables por las emociones y sentimientos que desarrollan hacia su esposo), a demostrar[2] que aman a sus maridos. Y no encuentran en ello ninguna contradicción en su conducta ambivalente, que va del menosprecio al arrumaco. La consecuencia de esto es, primero la confusión y definitivamente, el alejamiento.

Ser amadoras del esposo, significa que este es primero en tiempo y en preferencia. Es lo mismo que se le pide a los esposos: que amen a su esposa como Cristo a la Iglesia, que se dio a sí mismo por ella. Nuestros sistemas familiares pueden ser rescatados y reedificados. Lo que hay que hacer no es ni un misterio, ni una cosa imposible: es cuestión de aprender a amar al cónyuge. Esto es lo que digo sin descanso a sus esposos y ahora lo hago con ustedes.

Finalmente, Pablo sustenta su argumento a favor de que las mujeres sean amadoras de sus maridos, en el hecho de que “[para que] nadie pueda hablar mal del mensaje de Dios”. Como creyentes en nuestro matrimonio ponemos en juego mucho más que la suerte del mismo. Ponemos en juego la credibilidad del evangelio. Para los de la propia casa y para los de afuera.

Por todo lo anterior vaya aquí nuestra invitación a las mujeres para que sean amadoras de sus maridos. Para que sean prudentes.

Para nuestra reflexión

Para las mujeres. ¿Cuáles son aquellas cosas que me dificultan el amar a mi marido? ¿En qué áreas de mi relación matrimonial debo esforzarme por ser más prudente?

Para la familia. Como esposo, ¿cómo puedo convertirme en una persona más fácil de amar por mi mujer? Para los hijos, ¿cómo podemos contribuir a la prudencia de nuestra madre?

 

[1] Filandros vs filotekcnos

[2] Evidenciar algo mediante argumentos.

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