La Familia, un Proyecto en Proceso
Rut 1.1-18
Conviene leer de manera detenida el pasaje que nos sirve de referencia. El mismo sintetiza la experiencia de infinidad de familias: empiezan su historia con un propósito –un proyecto- en mente, pero, descubren que la vida va dando razones, en el día a día, para modificar el mismo. Generalmente, las familias terminan siendo algo totalmente distinto a lo que en su inicio quisieron o pensaron que llegarían a ser.
Cuando Elimelec y su familia abandonaron Belén de Judá para ir a Moab tenían en mente un modelo de vida que, consideraban, no podría realizar en su país de origen y en medio de las circunstancias prevalecientes. Vieron una realidad diferente en Moab y hacia allá se dirigieron. Moab representaba la oportunidad de ser prósperos. Sin embargo, la tierra en la que Elimelec proyectaba vivir prósperamente fue el lugar donde encontró la muerte.
La muerte de Elimelec afecta a la familia toda y la obliga a tomar decisiones quizá no contempladas. Quizá, como sucede hoy en día con muchos migrantes, esta familia esperaba regresar a su tierra para reconstruir sus casas y formar familias felices. Pero, la muerte de Elimelec tiene como consecuencia que Noemí, Mahlón y Quelión, asumieron que su única alternativa era permanecer en Moab. De ahí que se arraigan mediante el matrimonio a la gente, la tierra y las circunstancias moabitas. La muerte de Elimelec da lugar a un nuevo proyecto, a un nuevo propósito.
Sin embargo, tal propósito no se cumple. Diez años después de haberse casado, Mahlón y Quelión mueren. Ahora ya no sólo es la familia de Elimelec la que resulta afectada, Orfa y Rut, quienes se han sumado a la familia, enfrentan las circunstancias de la misma. Y es que los sistemas familiares desarrollan fuerzas similares a las de una espiral. Una sucesión creciente de acontecimientos. Cada vez hay más personas involucradas, más intereses creados, más inversión y, desde luego, más problemas, conflictos y consecuencias positivas y negativas. En el caso de nuestra historia, Noemí, Rut y Orfa llegan a un momento en el que prácticamente nada de lo que fueron o tuvieron resulta relevante para su aquí y su ahora. Lo mismo que sucede con muchas de nuestras familias.
Cuando nos casamos iniciamos un proyecto, nos anima lo que vemos y vemos lo que deseamos, lo que creemos necesitar y, desde luego, lo que nos gustaría ser y tener en la vida. Salimos de la seguridad de nuestro Belén de Judá y asumimos el riesgo de ir hasta Moab. Nos relacionamos con personas a las que no conocemos pero que creen compartir nuestro proyecto de vida. Sin embargo, día a día descubrimos que la dinámica familias va creando circunstancias que agregan nuevos proyectos… al mismo tiempo que modifican, o de plano, acaban con otros (a veces hasta con el proyecto original).
La razón es sencilla. La familia es la suma de individualidades. Es una fuerza, pero al mismo tiempo es muchas fuerzas. Algunas coincidentes, otras divergentes y otras más, encontradas. El proyecto familiar puede no serlo para todos los familiares, puesto que no basta con ser integrante de la familia para asumirlo como propio. Se requiere que cada miembro incorpore a su propio proyecto personal aquellas decisiones y compromisos que hacen de la suya una familia sana, complementaria y funcional.
Pero, ¿cómo enfrentar las desviaciones resultantes de las pérdidas, los conflictos y el desapego afectivo de algunos de los miembros de la familia? ¿Qué hacer cuando enfrentamos el hecho de que nuestro proyecto original ya no es funcional ni posible, que ya no podrá ser?
Orfa y Rut nos ayudan en la tarea de construir nuestras propias respuestas a tales cuestiones. Primero, porque ambas destacan la importancia de la individualidad. Aunque eran familia, pensaba y actuaban de manera diferente. En segundo lugar, nos muestran que las decisiones iniciales no siempre son las que prevalecen. Orfa, al igual que Rut, decidió sinceramente, creemos, ir con su suegra y su cuñada hasta Belén de Judá. Sin embargo, por razones que desconocemos pero que indudablemente tenían fundamento, decide permanecer en su tierra y con su familia de origen. Cuando alguien toma una decisión así, definitivamente pone la pelota en nuestra cancha. Es decir, crea un espacio de oportunidad y una coyuntura en el tiempo y en el lugar que estamos para que nosotros tomemos una decisión en consecuencia.
Lo que Orfa hace es que crea una combinación de factores y circunstancias que obligan a Noemí y a Rut a actuar en función de sí mismas y ya no en función de Orfa. Ellas no pueden hacer que Orfa actúe de tal o cual modo. Pero, sí pueden, y deben, actuar de acuerdo con los factores y las circunstancias que Orfa ha provocado. Podría haber decidido quedarse en Moab hasta convencerla, o renunciar de plano a su propósito de vida que requería del regresar a Belén de Judá. Podrían hacerlo, pero si lo hubieran hecho no sólo habrían dejado de hacer lo que se habían propuesto, sino que también habrían dejado de ser las personas y las familias que querían ser. Alguien ha dicho que sólo diciendo adiós a una cosa se puede abrazar otra. Que uno debe soltar la pluma si desea empuñar un lápiz.
Tal cosa hicieron Noemí y Rut. Asumieron que su proyecto de que fueran tres las que viajaran a Judá no era posible y actuaron en consecuencia. Noemí confronta a Rut, le hace ver que ha dejado ir a Orfa y que está dispuesta a dejar que ella también se vaya. Al proceder así Noemí da testimonio que su decisión y compromiso consigo misma prevalecen ante las circunstancias. No se achica, no se desdice, no renuncia a conservar lo que todavía puede conservar del proyecto inicial. Aunque lo que puede conservar sólo sea ella misma.
Ante tal ejemplo y ante la coyuntura que del mismo resulta Rut decide y se compromete. Su decisión y su compromiso poco tienen que ver con su proyecto original de familia. Decide formar, darle forma a un nuevo proyecto de familia al lado de Noemí y ya no en función de Quelión. Con ello nos muestra que cuando nuestros proyectos familiares se modifican o se frustran es necesario estar abiertos a nuevas alianzas, no necesariamente conyugales. A veces hay que agregar personas a nuestro modelo familiar y en otros casos hay que sustituir personas y relaciones. Desde luego, decisiones tan radicales, requieren de compromisos radicales, también.
Tal el caso de Rut. El compromiso que contrae con Noemí es radical, le dice: No me pidas que te deje y regrese a mi pueblo. A donde tú vayas, yo iré; dondequiera que tú vivas, yo viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. El pacto que resulta de tal compromiso da lugar a una nueva esperanza. También representa un costoso precio, como Booz reconoce: sé todo lo que has hecho por tu suegra desde la muerte de tu esposo. He oído que dejaste a tu padre y a tu madre, y a tu tierra natal, para vivir aquí entre gente totalmente desconocida. Rut 2.11
A pesar de todo, Noemí y Rut pueden ser familia, no la que soñaron, sino la que es posible. Ambas entienden que tal posibilidad requiere de la determinación de permanecer juntas y unidas en y ante las circunstancias que la vida les depare. Como muchos hoy en día. Lo que su familia es hoy no es lo que quisieron, soñaron, esperaron. Sin embargo, todavía pueden construir un nuevo modelo familiar. Asumiendo las pérdidas y privilegiando los logros y los aciertos obtenidos. No pueden ser lo que quisieron, pero pueden decidir y comprometerse en un nuevo proyecto de familia.
Para ello, el principal recurso con el que cuentan es su consagración y su comunión con Dios. Dios, en Jesucristo, deshace las obras del diablo. Además, hace todas las cosas nuevas. Primero a las personas, luego aquello que las personas hacen. Sobre todo, Dios está dispuesto a edificar nuestras casas para que estas permanezcan fuertes ante las adversidades. Salmos 90.17; 147.2; Mateo 7.25ss Si nosotros nos consagramos a él, como individuos y como familias, él hará de nosotros personas y familias sanas. Restaurará lo que puede ser restaurado y edificará nuevas relaciones, dando lugar así a proyectos nuevos, viables y satisfactorios.
Así, sea nuestra invitación el volvernos a Dios. En él y por él hay lugar para la esperanza. Pero, también es posible que aunque nuestra familia no sea ya lo que deseamos, nosotros sí podamos ser quienes hemos sido llamados a ser.
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