Libertad a los Cautivos
Gálatas 5.1-15
En la Biblia, el de la libertad es un eje rector. Se parte del principio de que el ser humano es libre en razón de su dignidad e identidad. Dios, el Señor de señores, renuncia de entrada a ejercer un dominio o control sobre los hombres y mujeres creados por él y les otorga la condición de seres volutivos y, por lo tanto, libres en el ejercicio de decidir lo que corresponda a sus intereses y propósitos personales.
La Biblia también enseña que el ejercicio de la libertad presupone la conservación del vínculo relacional entre Dios y el hombre. Sólo en la medida que el ser humano se mantiene en comunión con su Creador es que puede conservar el equilibrio interior que le permite mantener su independencia ante los estímulos internos y externos que atentan contra su condición de libre.
Por ello es que la consecuencia inmediata del pecado es, precisamente, la pérdida de la condición de libre del ser humano. Por el pecado se pasa de un estado de libertad a uno de esclavitud. Primero, de una esclavitud interior, la esclavitud de uno mismo. Las emociones son una de las cualidades del ser humano. Como alteradoras de los sentimientos y pensamientos de las personas, conllevan el poder de alterar controlando a la persona. El hombre en comunión con Dios mantiene el gobierno interior que le permite negociar sus emociones y sentimientos. La ausencia de la comunión con Dios coloca a la persona bajo el poder de sus emociones y sentimientos. Aunque su razón sabe, su pasión domina.
Quien es esclavo de sus propias pasiones, resulta sumamente vulnerable e incapaz ante los estímulos exteriores. Principalmente de aquellos que resultan de las relaciones más significativas en su vida. La persona en tal condición resulta incapaz de mantener su autonomía intelectual y emocional ante las conductas disfuncionales de los otros. Al mismo tiempo, resulta incapaz de romper adecuada y oportunamente con los modelos de relación que le atan. En consecuencia, la persona se encuentra esclava de tales modelos relacionales.
Ser esclavo de las pasiones desordenadas, así como de modelos relacionales disfuncionales es causa y efecto de una religiosidad deformada. Aquí entendemos religión como el volver a estar ligado a Dios, en comunión con él. En nuestro pasaje se hace evidente que los hermanos de Galacia se relacionaban de manera equivocada con Dios. Pretendían, en una total regresión, que su comunión con Dios dependía de que cumplieran algunos aspectos de la Ley Mosaica. Al pensar así renunciaban a la libertad adquirida en Cristo y volvían a una condición de esclavitud espiritual. Se ataban de nueva cuenta a ordenanzas, prejuicios y manipulaciones que aunque tenían algún tipo de beneficios parciales, ni garantizaban una relación armónica con Dios, ni traían equilibrio a sus vidas. Su religión afectaba aún más sus conflictos internos y el cómo de sus relaciones, haciéndolos todavía más esclavos de sus pensamientos, emociones y sentimientos.
Como podemos ver, estamos ante una circunstancia que afecta de manera integral, total, a las personas. Tiene que ver con su relación consigo mismas, con aquellos a los que aman y con Dios mismo. En todas estas áreas permanece cautivos y, por lo tanto, incapaces de vivir la libertad con que fueron creados y que les ha sido restaurada por el sacrificio de Cristo.
Cuando nuestro Señor Jesucristo hizo su declaración de Misión, dijo que había venido para publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros libertad de cárcel. Isa 61.1 Cabe la pena destacar el término usado por nuestro Señor: cautivos. Estos son quienes están aprisionados en la guerra. Es decir, quienes han perdido todas las batallas que pelearon tratando de vencer sus pasiones, sus codependencias, sus conflictos con Dios. Más interesante aun resulta el saber que la forma antigua del término es cativo, que significa infeliz y desgraciado.
Creo que podemos comprender bien esto. Quien vive una constante de desequilibrio interior entre sus pensamientos, emociones y sentimientos. Quien, además de tener que enfrentar sus temores, resentimientos y frustraciones personales, tiene que permanecer -por las razones que sea-, atado a modelos relacionales disfuncionales. Y quien, además, encuentra que su relación con Dios se vuelve en una carga, en una constante de frustración y confusión. Quien vive así, vive cautivo. No sólo aprisionado, sino con altas dosis de infelicidad y desgracia.
La buena noticia es que somos llamados a ser libres. Y no solo llamados, sino que, en Cristo, somos libres y más que vencedores. Esto es mucho más que una declaración optimista o un lugar común. Es el resultado inmediato de la salvación que hemos recibido por medio de Cristo. La razón es sencilla, el estado de esclavitud evidencia el dominio del diablo sobre nuestra vida. La anomia (la ausencia de ley), propia del pecado es provocada y aprovechada por Satanás para despojarnos de todo lo que Dios nos ha dado. La esclavitud es el estado donde el individuo es despojado de todo y condenado a una condición de constante degradación. De nada de lo que hace recibe beneficio alguno, por el contrario, mientras más hace y produce, menos tiene.
¿Cuántos de nosotros podemos identificar en nuestra vida tales circunstancias? ¿Cuántos hacemos, nos esforzamos, sacrificamos y, al final, nada bueno tenemos. Pues de todo ello vino a salvarnos nuestro Señor Jesucristo. Él vino a destruir las obras del diablo, (quien sólo ha venido para hurtar y matar y destruir), y para darnos vida abundante. Jn 10.10 Así es, Jesucristo, nuestro Señor, ha venido para traernos descanso y para que en él encontremos el equilibrio perdido de nuestra vida. El Apóstol Pablo sintetiza bien la obra salvadora de nuestro Señor cuando asegura que Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
Al ser liberados de nuestro cautiverio y ser llamados a permanecer cotidianamente en la libertad recibida, nos encontramos con que podemos hacerlo (porque hemos recibido el poder para ello), podemos amarnos a nosotros mismos, a nuestros semejantes y, desde luego a Dios (porque hemos recibido el poder para ello), y que podemos recuperar el gobierno interior que nos permite mantener el equilibrio interior que nos lleva a una correcta relación con el Señor, con nuestros semejantes y con nosotros mismos.
El creyente ha dejado de ser cautivo para ser, de nuevo, el hombre y la mujer creados en libertad por nuestro Dios. Respondamos, pues, con entusiasmo, gozo y compromiso al llamado que hemos recibido, el llamado a la libertad gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.
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Bendiciones, muy bien articulado y sustentado.Excelente!