Fíjense en lo que tienen frente a las narices
2 Corintios 10.1-7
El pasaje que hemos leído describe el conflicto entre hermanos en la fe. Se trata de un conflicto entre Pablo y algunos de los corintios. No deja de ser interesante el que los hermanos en la fe se peleen y que la Biblia no esconda tales peleas, sino las registre para nuestro bien. ¿Para nuestro bien? Sí, para nuestro bien. En el argumento paulino encontramos algunas claves que nos permiten enfrentar los problemas que surgen entre nosotros y nuestros hermanos en la fe. Especialmente cuando estos son también, nuestros familiares.
El título de nuestra reflexión: fíjense en lo que tienen frente a las narices, es la traducción que William Barclay hace de la primera parte del verso siete. Lo hemos leído así: fíjense en los hechos evidentes. Con esta expresión, Pablo invita a los lectores a que presten atención a lo que es evidente y que, no obstante, su cercanía, han dejado de ver. Te propongo que, consciente o inconscientemente, Pablo hace referencia a una de las principales características de los problemas familiares. Ante los mismos dejamos de ver tanto su realidad, como los elementos que los hacen posible.
Como hemos propuesto, algo que caracteriza nuestro acercamiento a los conflictos familiares es la normalización que hacemos de estos. Nos acostumbramos tanto a ellos, que dejamos de verlos aun cuando los tenemos frente a las narices. Ello se debe a la manera en la que pensamos respecto de los mismos. Forma de pensar que se convierte en un patrón de pensamiento. La psicología define patrones de pensamiento como: hábitos que hemos creado para afrontar nuestro día a día. Estos nos permiten actuar ante determinadas circunstancias que nos rodean, casi de forma automática.
A esto es a lo que se refiere Pablo cuando habla de las fortalezas del razonamiento humano. Conviene considerar lo que algunos estudiosos del texto bíblico dicen al respecto: Las fortalezas espirituales son patrones arraigados de pensamiento o comportamiento que contradicen el conocimiento de Dios y su voluntad. Estas fortalezas pueden manifestarse en individuos, comunidades o incluso naciones, y a menudo sirven como barreras para el crecimiento espiritual y la libertad en Cristo.
La misionera norteamericana Elizabeth Elliot abunda sobre el tema proponiendo: Las fortalezas espirituales comienzan con un pensamiento. Un pensamiento se convierte en una consideración. Una consideración se convierte en una actitud, que conduce a la acción. La acción repetida se convierte en un hábito, y un hábito establece una «base de poder para el enemigo», es decir, una fortaleza.
Así, podemos hacer aquí una síntesis y considerar que los patrones de pensamiento, las maneras de pensar aprendidas en nuestro núcleo familiar, nos resultan tan normales, que dejamos verlas, aunque estén frente a nuestras narices. Lo segundo, es que los pensamientos se convierten en hábitos, modos de actuar que no requieren de nuestra consciencia. Y, lo tercero es que hay modos y pensar que se convierten en bases de poder para el enemigo de nuestra alma. Es decir, se convierten en fuerzas contrarias a nuestra identidad en Cristo, que actúan dentro de nosotros dando forma a nuestras relaciones familiares y, en consecuencia, a nuestras relaciones como miembros del cuerpo de Cristo.
Este tercer elemento que mencionamos resulta de particular importancia porque hace evidente el carácter espiritual de tales patrones de pensamiento. De hecho, algunos los llaman fortalezas espirituales, señalando así que las cosas dejan de ser meramente sicológicas, emocionales, relacionales y se convierten en cuestiones espirituales. Es decir, en cuestiones que afectan el cómo de nuestra relación con Dios y con su iglesia.
Aquí retomo la expresión de la misionera Elliot, cuando llama a estos patrones de pensamiento: base de poder para el enemigo. Comprendemos mejor el dicho de Elliot si consideramos tales bases de poder como avanzadas militares. Estas son definidas por Wikipedia como: un destacamento de tropas distribuida a cierta distancia de la fuerza o formación principal… posicionado para hacer guardia frente a intrusiones no autorizadas y ataques por sorpresa.
Nuestras familias, como nuestra iglesia, son territorio enemigo para Satanás. Siempre está buscando como penetrarlas para ocasionar el mayor daño posible. Esto lo logra principalmente realizando ataques por sorpresa. Es decir, aprovechando las grietas o debilidades de carácter y relacionales de los miembros de la familia y de los miembros de la iglesia. Así aprovecha los conflictos propios de las relaciones humanas, empoderándolos con resentimientos, odios, desconfianza, intolerancia, etc.
Así, aquello que nos parece normal no es sino un caldo de cultivo aprovechado y empoderado por el diablo para lograr nuestra destrucción. Pocas veces destruye de una sola vez, mientras más sutil, indoloro e inocente parezca su ataque, mayores son las posibilidades que tiene de ocasionar un daño más grande. Esto parece ser lo que anima a Pablo a advertirnos que tengamos cuidado, no sea que nos destruyamos. Gálatas 5.15
Me he ocupado con tanto detalle de lo aquí dicho porque me parece que ello nos permite entender a Pablo cuando dice: Somos humanos, pero no luchamos como lo hacen los humanos. Usamos las armas poderosas de Dios, no las del mundo, para derribar las fortalezas del razonamiento humano y para destruir argumentos falsos.
Con su somos humanos, Pablo reconoce que estamos bajo la presión y el ataque de nuestra historia personal, de lo que, en Romanos, identifica como el viejo hombre, nuestra naturaleza pecaminosa. Romanos 7 También Pablo asume que tales cuestiones sólo pueden ser enfrentadas eficazmente con las armas poderosas de Dios. Ello porque no se trata ya de meras cuestiones humanas, sino de cuestiones espirituales.
En tal sentido, a los Efesios, el Apóstol les recuerda que: no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos de los lugares celestiales. Efesios. 6.12
¿Cuáles son las armas poderosas de Dios, capaces de derribar las fortalezas del razonamiento humano? Aquí quiero proponerte como la principal de tales armas, nuestra identidad, nuestro estar en Cristo. Sólo quien está en Cristo, ha vencido al mundo. En efecto, Juan 16.33 DHH, registra lo dicho por Jesús: Les digo todo esto para que encuentren paz en su unión conmigo. En el mundo, ustedes habrán de sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo. Jesús advierte que, bajo este orden, en el mundo, habremos de sufrir. Pero advierte que él ya ha vencido este orden que provoca sufrimiento. Y, lo más hermoso que declara es que nosotros encontramos paz en nuestra unión con él. Si unidos a él, luego entonces, también vencedores de este mundo.
Como sabemos, estamos en Cristo porque somos nuevas criaturas, somos otros diferentes a los que fuimos. Ello no significa que las cosas que vivimos antes de Cristo desaparecen, ni que los conflictos con los que amamos no nos causen dolor y hasta sufrimiento. No, pero lo que sí significa es que porque estamos en Cristo tales cosas han perdido su poder sobre nosotros. Son, pero no tienen poder. A los romanos, Pablo les asegura: cuando morimos con Cristo, fuimos liberados del poder del pecado. Ello significa que los errores, el pecado, con el que somos lastimados sólo tiene el poder sobre nosotros que nosotros queramos darle.
Además, al estar en Cristo, nosotros tenemos la mente de Cristo. En 1Corintios 2.16, encontramos una declaración asombrosa: … nosotros entendemos estas cosas porque tenemos la mente de Cristo. A los filipenses se les anima: Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús. Filipenses 2.5 Y a los romanos, Pablo los anima: No vivan ya según los criterios del tiempo presente, al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir… Romanos 12.2
Esto resulta de primordial importancia. Si estamos bajo la influencia de las fortalezas espirituales, luego entonces sólo podemos vencer tales pensamientos con la sabiduría, la claridad y el poder de la mente de Cristo. La manera de pensar de Cristo se caracteriza por dos cuestiones fundamentales. Primero, Cristo no juzga por las apariencias. Los evangelios declaran que Cristo conoce el corazón de los hombres. Se ocupa de discernir, comprender y, sobre todo, mantenerse libre de la influencia de los pensamientos de otros.
En tratándose de las relaciones familiares y eclesiales, esto resulta de gran importancia para nosotros. Hemos aprendido a pensar en automático, llevados por las inercias de las relaciones enfermas. Pero, si no juzgamos por las apariencias, es porque nos ocupamos de preguntarnos qué está pasando en y con el otro. Además, nos esforzamos por ser empáticos, es decir, nos ponemos en sus zapatos para comprender mejor sus circunstancias y motivaciones. Al hacerlo así, podemos quedar libres de la influencia negativa de sus conductas.
Pero, la cuestión más importante que distingue la manera de pensar de Cristo, es su actitud de caridad y misericordia hacia los otros. En la cruz, Jesús lo mostró intercediendo ante el Padre por aquellos que lo insultaban y lo habían llevado a la cruz. Una y otra vez, Jesús mostró compasión para los que le perseguían y buscaban su mal.
Debemos destacar que, al perdonarlos, Jesús quedó libre del poder de sus ofensas. Pudo seguir siendo él, y, por lo tanto, relacionándose con ellos no por lo que ellos eran o hacían, sino por quién era él. Quienes ofenden tratan de llevar a su terreno a los ofendidos, los enredan tratando de atraparlos. Jesús insistió en que debemos perdonar a los que nos ofenden porque al hacerlo, evitamos caer en el modo de ser equivocado, pecaminoso, que a ellos domina.
Podemos perdonar a los que nos ofenden y conviene que lo hagamos. La única razón que necesitamos para hacerlo es que nosotros somos de Cristo, que estamos en él. Porque somos uno con él, somos diferentes, somos como él es. Este es nuestro poder, la fuente de nuestra capacidad sobrenatural para enfrentar lo que pretende destruirnos.
En la familia y en la iglesia, somos uno con Cristo. Por eso somos llamados a hacer la vida de acuerdo con el llamamiento recibido cuando fuimos salvos. Que somos otros, que somos más que vencedores, que somos ministros de la reconciliación, que somos luz del mundo y sal de la tierra, son cosas que están frente a nuestras narices. Que somos uno con Cristo es el recurso más inmediato y cercano que tenemos para hacer y enfrentar la vida.
Estoy seguro de que, si recuperamos la convicción de quienes somos en Cristo y nos proponemos vivir el todo de la vida a la luz de tal realidad, nuestras relaciones familiares y eclesiales serán sanadas. Desde luego, no sin esfuerzo, sacrificio ni el precio de nuestra fidelidad.
Por eso quiero animarte para que, en oración, ayuno y el cultivo de nuestra santidad, pidamos al Señor que traiga a nosotros la convicción de nuestra identidad en Cristo. Pídele a Dios que te ayude a vivir convencido de quién eres en Cristo. Los animo para que pidamos unos por los otros para que el Espíritu Santo traiga a nuestro corazón, cada día y en cada circunstancia, que somos hijos de Dios.
A esto los animo, a esto los convoco.
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