Como pie derecho en zapato izquierdo
Hechos 10.9-23 NTV
Nuestro Señor Jesús le dijo a Nicodemo que los que nacen del Espíritu son como el viento, ignoras de dónde viene y a dónde va. Es decir, son animados por Dios siempre a lo nuevo, a lo diferente, más aún, a lo mejor. Proverbios 4.18, asegura que el camino de los justos es como la luz del amanecer, que cada vez brilla más hasta que se hace de día. En el caso de los que han renacido en Cristo, ello se debe al hecho de que quien ha nacido de nuevo se encuentra bajo el reino de Dios, es decir, bajo su orden y gobierno y, por lo tanto, vive realmente la novedad de vida a la que ha sido llamado.
Pedro, el Apóstol, era un hombre sincero que amaba a Dios y había entregado su vida a la causa de Cristo. Por causa de él, había estado dispuesto a correr de cerca el riesgo de la muerte, se había separado de su familia y amigos, había sufrido prisiones. Sin embargo, seguía siendo prisionero de sus prejuicios y tradiciones. Es decir, seguía viviendo de acuerdo con lo que había aprendido de sus antepasados. Seguía a Jesús, cierto, pero su conciencia y su conducta seguían atadas a los prejuicios religiosos, culturales y personales que había aprendido y que eran propios de la cultura en que vivía.
Podemos aventurar que Pedro no había comprendido del todo que la vida cristiana es una vida nueva. Que, como asegura Dallas Willard, no nacemos de nuevo para seguir siendo como antes. En Romanos 6.4, Pablo asegura que, en el bautismo, hemos sido sepultados y resucitado con Cristo, para que nosotros andemos en vida nueva. Es cualitativamente nueva, es esencialmente distinta a la que resultaba propia de nuestra naturaleza pecaminosa.
Y es, también, nueva en cuanto se vive (se piensa, siente y hace), de una manera distinta a la forma en que se vivía antes de Cristo. Dicho de otra manera, la vida en Cristo es nueva por cuanto la anima el Espíritu Santo y es nueva, también, porque se realiza de manera diferente.
Seguir a Cristo provoca un conflicto entre la forma de vida que aprendimos antes de él y la forma de vida a la que el Señor nos ha llamado. Dios es quien provoca tales conflictos y lo hace apelando a aquello que nos resulta más importante y significativo en nosotros. A Pedro le provoca hambre. Lucas, el escritor de nuestro pasaje, dice que, de pronto, a Pedro le dio mucha hambre. No solo tenía ganas de comer, sino que necesitaba hacerlo.
Dios aprovecha la circunstancia que Pedro vive para hacerle una revelación. Lo hace entrar en un sueño, tener una visión, en la que le manda que se alimente con animales impuros para que se le quite el hambre. En otras palabras, Dios presiona a Pedro para que enfrente su realidad de una manera totalmente distinta a la forma en que había aprendido a hacerlo. Como nosotros, en circunstancias similares, Pedro se negó rotundamente a seguir la instrucción divina.
Debemos considerar que el reto espiritual que se le lanza a Pedro afecta el todo de su identidad. Primero, pone a prueba sus ideas religiosas, es decir, el cómo de su relación con Dios. En segundo lugar, pone a prueba su equilibrio personal, sus pensamientos y emociones. Consecuentemente, pone a prueba el cómo de su relación con otras personas. No olvidemos que muchos judíos consideraban a los gentiles casi como perros, es decir no los reconocían como seres humanos. Así que evitaban al máximo el relacionarse con ellos. Y, a Pedro, Dios le ordena que vaya con ellos. Hechos 10.21
Como a Pedro, a nosotros se nos anima a vivir la vida nueva… en todas las áreas de nuestra vida. Se nos anima a hacer la vida de manera diferente. Todos aprendimos a pensar, a sentir y a relacionarnos con los demás de cierta forma. Pero nosotros encontramos natural el pensar, sentir y relacionarnos de la forma que lo hemos hecho. Mantenernos en tal modelo de vida es como caminar caminos conocidos, en ellos nos sentimos seguros, en control y confiados.
No tenemos que esforzarnos por saber algo nuevo, no nos incomodan nuestras emociones, además de que podemos justificar el cómo nos relacionamos con los otros. Ciertamente, se trata de una forma cómoda y apetecible de vida.
Pero, resulta que Dios llena nuestra vida de alimentos desconocidos y tradicionalmente despreciados por nosotros. Y nos ordena que los comamos. Dios nos coloca en situaciones límite en cuestiones religiosas, en cuestiones de cultura y en cuestiones relacionales. Y, habiéndonos puesto en tales situaciones límite nos ordena que pensemos, sintamos y actuemos de una manera diferente a la acostumbrada y apreciada por nosotros.
Se trata de actos autoritarios de Dios que nos confunden y arrebatan la paz. Eugene H. Peterson traduce el verso quince así: If God says it´s okay, it´s okay (Si Dios dice que así está bien, así está bien). Muy parecido a la reiterada aseveración de Jesús en el Sermón del Monte: “ustedes han oído que se dijo… pero yo les digo”.
Se trata del ejercicio de la autoridad divina que apela a las cuestiones más profundas y determinantes de nuestra identidad y, partiendo de ellas como del hambre de Pedro, nos convoca a la obediencia. Como a Pedro, a quien se le ordena que, sin dudar, fuese y se relacionase con hombres a los que siempre había evitado y menospreciado por considerarlos impuros. Hechos 11.12
¿Por qué actúa Dios así? ¿Por qué tenemos que pensar, sentir y actuar de maneras diferentes a las que nos hacen sentirnos cómodos? ¿Por qué perdonar, por qué bendecir, por qué dar, por qué dejar, por qué hacer, por qué ser diferentes y hacer de manera diferente a como hacías y como hacen los demás? ¿por qué, por qué, por qué?
La razón puede resultarnos incómoda por tan sencilla y evidente que es: porque Dios quiere que lo hagamos, para que así la voluntad divina se cumpla en nosotros, para que actuemos como colaboradores suyos, debemos pensar, sentir y actuar de manera diferente a la que nos era propia antes de Cristo. Los frutos de la vida nueva, solo se cosechan en la novedad de vida.
Ello porque nuestro propósito en la vida se cumple cuando nos convertimos en actores y medios de gracia para la salvación de otros. Cuando, por nuestra nueva manera de pensar, sentir y actuar, Dios es glorificado en nosotros y su Palabra es creída en el mundo. Lucas nos cuenta que cuando los cristianos de Jerusalén escucharon el testimonio de Pedro, callaron, y glorificaron a Dios porque también a los gentiles había dado el Señor arrepentimiento para vida. Hechos 11.18
Si nos mantenemos pensando, sintiendo y haciendo en conformidad con nuestras tradiciones y prejuicios, en conformidad con la cultura que nos rodea, sólo seguiremos siendo y teniendo más de lo mismo. El problema es que viviremos como pie derecho en zapato izquierdo. Es decir, habremos de enfrentar la incomodidad que resulta del vivir una clase de vida que nos es ajena y en la cual, dada nuestra relación con Cristo, no encajamos. Viviremos tal clase de contradicción que correremos el inminente riesgo de ser destruidos por tal incongruencia. Porque, como ha dicho Dallas Willard: no nacemos de nuevo para seguir siendo como antes.
Una de las cosas que tenemos que lamentar seriamente es que la cultura de este mundo, la que es propia del orden de Satanás, está permeando a la iglesia, la está contaminando. Se está haciendo cierta la parábola del sapo en agua hirviendo. Esta dice que, si un sapo cae de repente en una olla de agua hirviendo, saltará para escapar. Pero que, si se echa un sapo en una olla con agua fría y se calienta esta paulatinamente, el sapo permanecerá en ella hasta morir, porque no se dará cuenta del peligro que corre.
Así está sucediendo, en no pocos casos, con muchos cristianos. Consciente e inconscientemente han vuelto al cultivo de aquellas cosas que provocan la ira de Dios. De la lista que Pablo hace a los gálatas (5.19ss PDT), lamentablemente podemos identificar algunas entre nosotros: inmoralidad sexual, impureza, descontrol, idolatría, participación en brujerías, odio, discordia, celos, iras, rivalidades, peleas, divisiones, envidias, borracheras y cosas parecidas.
Lo más terrible, y batallé para escoger este término, es que se trata de cosas que nos parecen tan normales, de cosas a las que nos hemos acostumbrado. Pero cosas que no son propias de nuestra identidad en Cristo, no son propias de quienes somos en esta nueva vida. Somos llamados a remar contracorriente, a ser y a hacer la vida de una manera diferente a como la hacíamos antes de Cristo y a como la hacen quienes no están en él. Somos llamados a ser y a hacer como Dios quiere que seamos y que hagamos.
Ante el avance de la oscuridad moral y ética que enfrentamos día a día. Ante la pérdida de los valores fundamentales del ser humano y del respeto mutuo. Ante la pérdida de la esperanza, la confianza y el sentido de trascendencia, los cristianos somos llamados a dar testimonio de la alternativa que Cristo representa al orden actual. Debemos ir a los diferentes sin perder nuestra identidad en Cristo.
Como Pedro, somos llamados a darnos prisa y a hacer lo que Dios nos llama a que hagamos. A que vivamos en conformidad con lo que somos, porque sólo así podremos hacer la parte que nos corresponde en el quehacer divino de la redención de la humanidad. Aun cuando no entendamos, aun cuando no nos guste, aun cuando nos resulte incómodo, recordemos que, si Dios dice no a algo, es no. Y, si dice que algo está bien, está bien. Que si Dios nos envía, debemos ir.
A esto los animo, a esto los convoco.
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