Mi familia, casa de Dios y puerta del cielo
Josué 24:15
Hemos llegado al final de nuestro ciclo de reflexiones con el tema Fe y Familia. Como sabes, nuestra propuesta es que son tres los elementos fundamentales de una fe familiar, y personal, sana, facilitadora y empoderante de las familias cristianas. Estos tres elementos son: el cultivo de los principios bíblicos relacionales, la adoración como forma de vida y la congruencia entre la fe y la vivencia cotidiana. Hemos tenido ya la oportunidad de reflexionar sobre los dos primeros y hoy nos ocupamos del tercero: la congruencia entre la fe y la vivencia diaria.
Congruencia es una palabra interesante. Uno de sus primeros significados es coincidir. Término también interesante ya que su raíz etimológica, resulta especialmente atractiva: caer juntos. En este sentido, cuando hablamos de la congruencia entre la fe y la vivencia cotidiana, nos referimos a la importante necesidad de que la dinámica familia vaya de la mano, caiga junta, con las creencias que la familia, sus integrantes, profesa o, déjame decirlo así: las creencias que la familia dice creer.
La fe cristiana es una. Nos ha sido revelada por Dios en su palabra escrita, la Biblia, pero de manera fundamental nos ha sido revelada en Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. Sin embargo, en la familia, la fe toma una diversidad de rostros, unos en armonía con la fe revelada y otros que no son sino deformaciones de la fe cristiana. En la familia, la fe no se aprende, es decir no resulta de un conocimiento intelectual adquirido solamente, sino en la experiencia que resulta de los conocimientos adquiridos y la vivencia práctica de los mismos.
En este sentido, la fe de los hijos es herencia, de cosas que se llevan consigo, como resultado de la interacción familiar entre las creencias que la familia, o los padres dicen profesar, y la manera en que tales creencias se hacen presentes, o ausentes, en el constante de la dinámica familiar.
Recientemente hemos citado a Matthew Barrett, quien dice: Dios se preocupa profundamente por tu herencia. Tu patrimonio importa. Es tu historia, y un día, será la historia de tus hijos e hijas, con una historia que ellos a su vez contarán a sus hijos e hijas. Así, la fe que se hace común en la familia es resultado de mucho más de lo que se sabe. Es también, y significativamente, el resultado de la mezcla entre creencia y vivencia. La congruencia o la falta de la misma entre fe y vida cotidiana determina, a fin de cuentas, la fe de la familia.
Desde luego, y no conviene olvidarlo, la fe cristiana es el conjunto de enseñanzas que la Biblia enseña acerca del Dios de Jesucristo. Tiene fe en Dios el que sabe quién es Dios, cuál es su carácter, sus atributos, su propósito, su quehacer y su modo de relacionarse con los seres humanos. Es indispensable que la persona sepa, que adquiera conocimientos, pues sólo quien sabe está en condiciones de tomar las decisiones que le son propias en tanto que es hija de Dios.
En principio, lo que sabemos de Dios y que profesamos creer como verdadero y válido para nosotros, es el marco de referencia que hemos aceptado voluntaria y comprometidamente y que sirve como fundamento para lo que decidimos y hacemos en nuestro aquí y ahora. Sin embargo, cabe aquí detenernos y considerar que creer es una palabra poco comprendida. Generalmente se asume como confiar, lo cual es correcto. Pero, en la Biblia, tiene también otro significado: estar firme, aguantar, ser fiel, aferrarse. Así, quien tiene fe es quien confía, sí, pero que debido a su confianza aguanta y se aferra a la verdad y relevancia de lo que cree, en cualquiera y toda clase de circunstancias que enfrente.
Una de las razones más importantes por las que las familias entran en un estado de disfuncionalidad tiene que ver con la ausencia de decisiones adecuadas y oportunas, decisiones que no toman en cuenta, en su aquí y ahora, su relación con Cristo. Característica de las familias disfuncionales es la repetición automática, normalizada, de actitudes, conductas y patrones relacionales inapropiados. El machismo o las relaciones codependientes entre padres e hijos, son ejemplo de ello.
Podemos decir aquí una verdad de Perogrullo: las personas se relacionan así porque así aprendieron a relacionarse, y porque han hecho de tales modelos relacionales su normativa. Es decir, los propios y los únicos válidos. Así, abundan en ellos sin tomar en cuenta el que no sean apropiados y que sólo estén generando mayores desgracias para la familia toda.
Tales familias van de crisis en crisis hasta su destrucción total. Pleitos, traiciones, infidelidades, resentimientos, son las muchas formas que tales crisis adoptan. Y, lo más trágico, es que tales familias no se dan cuenta de que su problema de origen, el que está en la raíz de todo, es la incongruencia entre lo que dicen creer y la forma en la que están siendo familia.
Ahora bien, en alguna otra ocasión hemos propuesto que las crisis son espacios de oportunidad para evaluar y redireccionar nuestra vida. Son coyunturas, tiempos oportunos, para la toma de decisiones adecuadas y oportunas a nuestro aquí y ahora. Como la realidad que tu familia y la mía encaran actualmente. Fíjate que en nuestro pasaje nos encontramos al pueblo de Israel en una situación de crisis. Los israelitas están viviendo un parteaguas de su historia como nación, como familias y como individuos.
Además, Josué, su guía durante la conquista de la tierra prometida, está a punto de morir. En su discurso, que te invito que leas, Josué hace referencia al tiempo de Egipto, al del desierto, de peregrinación, que han vivido. Pero eso se acabó y ahora han llegado a la tierra prometida, ya no vivirán como errantes, sino que podrá establecerse definitivamente. Las cosas ya no serán como antes y sin Josué tendrán que aprender a vivir una nueva realidad en la tierra que Dios les ha dado. Es en tal coyuntura que Josué los anima a tomar una decisión relevante pues de la misma depende como enfrentarán lo que tienen por delante.
Lo que Josué les advierte es que lo que tienen por delante no podrán enfrentarlo si siguen viviendo como lo han hecho hasta ese momento. Es decir, les advierte sobre los riesgos y peligros de seguir con la rutina aprendida y tantas veces repetida. Israel, como nuestras familias, ha desarrollado costumbres arraigadas, hábitos que resultan del hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas
Muchas familias asumen como normales los abusos, las rivalidades y contiendas, la insatisfacción y alejamiento mutuo, aún las infidelidades y traiciones conyugales. Hacen lo que hacen sólo porque es resulta normal en su cotidianidad, sin considerar que la repetición de tales patrones no legitima a estos ni, mucho menos, contribuye a la salud de la familia como un todo y de sus integrantes en particular. La forma en la que viven hace evidente que no hay una congruencia entre su fe y su experiencia cotidiana.
Josué anima al pueblo a suspender la inercia en que han caído y a tomar una decisión radical por ser propia de las circunstancias vigentes, y oportuna por cuanto se hace a tiempo y a propósito y cuando conviene. La decisión radical consiste en que elijan servir a Jehová en el todo de su vida, incluyendo la vida familiar, debemos decir. A lo que los llama es a que renuncien a hacer la vida de acuerdo con lo que consideran normal y se decidan a obedecer aquello que Dios ha establecido como bueno, como lo adecuado y oportuno.
En su exhortación, Josué, hace referencia a las dos tendencias más comunes en las que incurrimos cuando estamos en crisis familiares. Josué reta al pueblo proponiendo que decidan si van a servir a los dioses a los cuales sirvieron sus padres, o si servirán a los dioses de los habitantes de la tierra que ha conquistado. Hay mucho sarcasmo en las palabras de Josué. Veamos qué es lo que Josué denuncia con sus palabras.
Servir a los dioses a los que sus padres les enseñaron a servir sólo les produjo esclavitud, dolor y castigo. Sin importar la sinceridad, el esfuerzo y la dedicación con que sirvieron a tales dioses, el resultado fue, siempre, maldición, derrota y dolor. Lo mismo pasa con las familias que siguen acríticamente la religión de sus padres, es decir, las formas disfuncionales aprendidas en sus respectivas familias antes de Cristo. No importa con cuánta sinceridad y convicción, ni el esfuerzo con que lo hagan. Mientras más abunden en ello, mayor desgracia acarrean para sí y para los suyos.
Por el otro lado, Josué les ofrece la oportunidad de que imiten a los amorreos, ¡sí, a aquellos a quienes ellos mismos han conquistado y derrotado! Fíjate que los anima para que consideren servir a los dioses que no tuvieron el poder para detener a Israel en la conquista de sus adoradores. No pocas familias cristianas, cuando están en crisis, tienden a seguir los patrones culturales dominantes: infidelidad, violencia, separación, etc. Van detrás de ídolos que ya han comprobado su inutilidad. Lo hacen a costa de lo que ya son y tienen en Cristo. Por lo tanto, terminan derrotándose a sí mismas.
Josué insiste en que cada quién debe tomar su propia decisión. La expresión: Por mi parte, mi familia y yo serviremos al Señor, es, también, sumamente reveladora. Al usar la expresión, por mi parte, Josué, pinta su raya, aun sabiendo que con ello decide algo se contrapone, lo enfrenta, tanto a lo que se considera como lo propio, normal, como a otras personas y familias. Las decisiones radicales nos distinguen y pueden separarnos de otros. Las decisiones cortan patrones de conducta y sistemas relacionales. No se puede tomar una decisión y seguir actuando y relacionándose de la manera en que se hizo antes.
Además, Josué revela que cada quién responde por sus propias decisiones. No importa la decisión que ustedes tomen, les dice Josué, mi familia y yo serviremos al Señor. Todo proceso disfuncional se detiene cuando alguno de quienes participan del mismo decide actuar de una manera distinta. Cuando alguno hace suya la responsabilidad de cortar aquello que está dañando a la familia. Cuando deja de ser como era, de hacer lo que hacía y de relacionarse de la forma acostumbrada. Su decisión se convierte en el aporte que ayuda a que el resto de la familia actué en consecuencia y también sirva al Señor.
Servir a Jehová significa hacer propio lo que él ha establecido como lo adecuado y oportuno para la relación familiar. Lo que creemos. Es llevar la fe, las enseñanzas que hemos recibido de Dios en su palabra, a nuestro quehacer cotidiano. Ello, porque hemos de insistir, la fe tiene que ver con la vida diaria, con el aquí y ahora de las personas y de las familias.
Cuestiones tales como la santidad, en tanto el vivir consagrados para Dios, procurando honrarle en todo lo que hacemos. También la santidad como pureza, manteniéndonos libres de practicar cualquier clase de pecado. Desde luego, la paciencia y tolerancia mutuas, el servicio al prójimo, además de muchas otras cosas, son las que somos llamados a llevar a la práctica como expresión de nuestra fe.
Conviene terminar esta reflexión animándonos mutuamente a tomar las decisiones que nuestras circunstancias exigen como las adecuadas y oportunas. A proponernos que nuestra fe dé forma a nuestra manera de ser y a nuestras dinámicas familiares. Seguir bajo el poder de la inercia, de la rutina que nos ha traído hasta aquí, sólo producirá mayor dolor y sufrimiento para nuestra familia.
A Dios gracias, nosotros tenemos la oportunidad de cortar tales modelos familiares y construir uno nuevo. Para ello contamos con el poder de Dios y con la dirección siempre sabia de su Espíritu Santo. Podemos, entonces, decidirnos a servir a Jehová y así podemos construir una relación familiar nueva, sana y placentera. Una relación que haga de nuestras familias espacios de paz, propiciadores del bienestar de sus miembros y un testimonio de que, como familia, somos casa de Dios y puerta del cielo.
A esto los animo, a esto los convoco.
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