A precio de sangre
Al disponernos a reflexionar sobre el precio de nuestra salvación, la sangre de nuestro Señor Jesucristo, enfrentamos un par de dificultades. La primera, es la falta de fe en el Dios de Jesucristo. La segunda, la normalización que hemos hecho del relato de la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.
Vivimos en una sociedad que hace gala de no creer en Dios, cuando menos no en el Dios de la Biblia. Aunque las personas están dispuestas a creer en muchas cosas, muchos han decidido no creer en el Dios de la Biblia. Esta resistencia pasiva y activa los lleva tanto a desconocer la historia sagrada, como a menospreciarla. Cada vez son menos las personas con una formación religiosa que les permita conocer a los personajes y los acontecimientos bíblicos.
Aunque la Biblia sigue siendo el libro que más se vende y distribuye gratuitamente en el mundo, ello no significa que sea el mejor conocido, en su contenido y propósito, en nuestros días. Así que cuando se habla de Jesús, de su nacimiento virginal, de su doble naturaleza: humana y divina, así como de los milagros y señales que realizara, la respuesta es el escepticismo. No es cierto, no puede ser verdad, la Biblia se compone de fábulas fantasiosas y de enseñanzas sin sentido, se acusa.
Si bien la incredulidad y rechazo de las enseñanzas bíblicas son un rechazo, mucho más perjudicial resulta eso a lo que he llamado la normalización del relato de la vida, pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesús. Normalizar es un término que se refiere al considerar habitual o normal alguna cosa. Al considerar normal algo, se le quita la trascendencia e importancia que le son propios. Se deja de prestar la atención que merece y se hace relativa la importancia que tienen en la vida de las personas.
Me temo que esta es la gran perversión que la comunidad de creyentes encara: el no negar a Dios y lo que se relaciona con él, pero vivir como si ello no importara. Es decir, el aceptar que Jesús es Dios hecho hombre, que sufrió bajo Poncio Pilato, fue crucificado y muerto, que descendió al infierno y resucitó para sentarse a la derecha de Dios y hacer la vida como si todo ello no tuviera mayor trascendencia. Como alguien dijera: Dios existe, sí ¿y qué?
Una de las cuestiones fundamentales de la fe cristiana, es la que tiene que ver con la salvación. Es decir, con lo que se refiere a la manera en que Dios ha dispuesto salvar a las personas del poder destructor del pecado. De las razones por las que la persona ha de ser salva. De lo que Dios ha hecho para que dicha salvación sea posible. Dentro de todo esto, lo que el que Dios se haya hecho hombre en Jesucristo, quien padeció, derramó su sangre como el pago suficiente para la redención de todos aquellos que crean en él.
Cada una de estas cuestiones es importante y trascendente. Generalmente, cuando nos acercamos a ellas por primera vez y las comprendemos, somos impactados por todo lo que implican. Nos impresiona el amor, la perseverancia y la disposición sacrificial que Dios ha mostrado para que seamos salvos. Sin embargo, pasado el asombro inicial, normalizamos, es decir, dejamos de valorar y apreciar lo que Dios ha hecho por y en nosotros.
Durante el presente mes, y a la luz de la memoria de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesús, quiero invitarte a que recuperemos nuestra capacidad de asombro y gratitud ante la obra redentora de Jesucristo. Después de todo, hemos sido salvos a precio de sangre. El que ahora podamos, con tanta normalidad, orar, tener la confianza para invocar el poder y el cuidado divinos, enfrentar las cuestiones trascendentes de la vida en paz y en esperanza, ha tenido un precio: precio de sangre.
Nosotros somos la razón por la que Dios se hizo hombre en Jesús, y por la que Jesús estuvo dispuesto a sufrir al extremo de la muerte de cruz. Sí, como hemos cantado con Leonel Touchez, cuando Jesús enfrentó todo lo que vivió, pensaba en nosotros.
Como he dicho antes, durante este mes nos ocuparemos, con interés y asombro, de la reconsideración del por qué, el cómo y el para qué del sacrificio de nuestro Señor Jesús en la cruz. Te animo a que oremos pidiendo a Dios que nos permita comprender el significado de tal sacrificio, pidamos que nos sensibilice y nos permita valorar el quehacer de Cristo en nuestro favor. También te animo para que te propongas leer los pasajes de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que aparecen en los cuatro evangelios.
Al terminar esta reflexión podrás ver en pantalla las citas bíblicas que contienen tales pasajes. Y, te invitaría, también para que con los tuyos converses sobre el amor de Dios manifestado en Jesucristo. Pregúntense qué tiene que ver con ustedes y cuál es la diferencia entre sus vidas y las de quienes no conocen al Señor.
Ahora, como un marco de referencia, te invitaría a considerar de manera sencilla algunas cuestiones básicas para nuestra comprensión del carácter extraordinario de nuestra salvación.
La primera es que cuando Dios creó al hombre le animaba la intención de vivir en comunión perfecta con él, así como con el resto de la creación. El principio rector de lo que conocemos como el Paraíso, o Huerto del Edén, es la armonía existente entre Dios, los seres humanos y la naturaleza. Dios visitaba a Adán y Eva por las tardes para conversar con ellas, asegura el biblista. Es esta una forma hermosa de referirse a la comunión existente entre Dios y los seres humanos.
Los relatos bíblicos también destacan la armonía existente entre los seres humanos y el resto de la creación. Adán pone nombre a los animales y el mandato divino al hombre y la mujer es que gobiernen y hagan fructificar todo lo que Dios ha hecho para beneficio de ellos.
Sin embargo, por la aparición del pecado, el propósito divino de comunión se ve frustrado. Se rompe la comunión entre Dios y los seres humanos, se rompe la comunión entre Adán y Eva, y se rompe la comunión entre los seres humanos y el resto de la creación. La primera consecuencia de ello es que, ante la pérdida de su inocencia y la necesidad de cubrir su desnudez, Adán y Eva tengan que cubrirse con las pieles de animales sacrificados innecesariamente. Sí, el derramamiento de sangre sigue a la aparición del pecado.
La Biblia llama a la enemistad resultante entre Dios y el hombre: muerte espiritual. Aunque vivo físicamente, el hombre, la persona, muere espiritualmente por cuanto deja de estar en comunión con Dios, se vuelve su enemigo. El hombre resulta incapaz de restaurar por sí mismo la relación perdida con Dios. Por lo tanto, queda condenado a las consecuencias eternas de su rebeldía e incapacidad. Esta incapacidad se hace más evidente por cuanto Dios ha establecido que la única manera en que el pecado puede ser perdonado es mediante la sangre del pecador.
Hebreos 9.22 NHTI, asegura que, si no hay derramamiento de sangre, tampoco hay perdón. Es decir, la única manera en la que el pecado puede recibir el perdón por su pecado es muriendo. Pero, si muere físicamente ya no puede vivir en comunión con Dios. En Israel Dios estableció el principio del derramamiento de sangre de animales como pago por el perdón de los pecados de su pueblo. Pero, tal derramamiento era imperfecto e insuficiente para obtener el perdón definitivo. Por lo que debían ofrecerse tales sacrificios una y otra vez.
Ante tal condición, el único que puede resolver el problema es Dios mismo. Él tomó cartas en el asunto y decidió hacerse hombre, humanarse, en Jesús. Y, este Jesús es la víctima vicaria, el cordero de Dios cuya sangre el Señor acepta como el pago por el perdón de los pecados de de todos aquellos que quisieran vivir en comunión con Dios. Así es como da testimonio Juan 3.16 DHHK, sobre la intención y la obra de Dios: Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna.
Así que en Jesucristo se hace evidente, sobre todo, el amor incomprensible e incomparable de Dios por nosotros. Así lo asegura Pablo: Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5.8 DHHK Esta no es cualquier clase de amor. Fijémonos que es el ofendido, Dios, quien toma la iniciativa y hace lo esencialmente necesario para que los hombres podamos estar en comunión con él. Esta es una cuestión extraordinaria, ciertamente incomprensible, y trascendente.
Dios nos ha mostrado su gracia. Es decir, se ha decidido a amarnos de manera que no merecemos. Ante tal manifestación de tan grande amor, se requiere de nuestra respuesta. Alguien ha dicho que Jesús en la cruz es la pregunta que Dios nos hace sobre el cómo responderemos ante su gracia manifiesta. Obviamente, la calidad de nuestra respuesta depende del reconocimiento y aprecio que tengamos a la obra realizada por Dios en y al través de su Hijo Jesucristo.
Lo que estoy diciendo respecto del actuar de Dios puede sonar como algo fantasioso a los oídos de quienes desconocen el mensaje bíblico de salvación. Pero, quizá, por su gracia, quien nunca haya oído este mensaje de amor encuentre en el mismo la respuesta a sus preguntas más profundas. Tal mi oración y confianza.
Por otro lado, estamos quienes ya conocemos este mensaje y que hemos sido llamados a salvación en Cristo Jesús. Como he dicho, mi petición y confianza es que podamos recuperar la sensibilidad y con ella el aprecio de aquello que hemos recibido de Dios en Jesucristo y vivamos siempre asombrados del amor, del poder y del propósito divino para nosotros y en nosotros.
A unos y otros los invito a acercarnos a la consideración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, con mentes abiertas y corazones expectantes. Los animo para que dediquemos tiempo para la oración, la lectura de los pasajes bíblicos relativos al tema y a la meditación profunda. Sí, el quehacer divino es incomparable y en alguna manera incomprensible. Pero es real. Todo lo que la Biblia dice acerca de Dios y de nosotros es verdad.
Podrá parecer increíble lo que recordamos en Semana Santa, pero recordando a Pablo, tengamos presente que, como se dice en la Escritura: Dios ha preparado para los que lo aman cosas que nadie ha visto ni oído, y ni siquiera pensado. Corramos el riesgo de ir por la vida creyendo que Dios, quien nos ha sorprendido tantas veces, lo seguirá haciendo.
A esto los animo, a esto los convoco.
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