Ahora son pueblo de Dios
Ser cristiano, ser discípulo de Cristo, está determinado por quien se es y no por lo que se hace. La identidad tiene la facultad de determinar la capacidad para hacer y la calidad de lo que se hace. Pero lo que hace nunca podrá determinar la identidad de la persona. No llegamos a ser por lo que hacemos o dejamos de hacer. Lo que somos es lo que determina, insisto, tanto nuestra capacidad para hacer la vida, como la calidad de la misma.
Desafortunadamente, la ausencia de una formación bíblica sólida nos lleva, en no pocos casos, a ocuparnos de lo que hacemos antes que desarrollar lo que somos. El problema que origina esto no es uno de falta de propósito ni de sinceridad, simplemente se trata del ignorar que la base de nuestra relación con Dios es quienes somos en Cristo, es decir, nuestra identidad, y no lo que hacemos o dejamos de hacer.
La Biblia nos enseña que los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Dignos, íntegros y libres. Ello implica que, porque somos, es que merecemos respeto, propio y de los demás, somos dignos. Que porque somos es que podemos actuar de acuerdo con nuestra identidad, somos íntegros. Y, que porque somos es que podemos mantenernos libres del poder de las emociones y los sentimientos, somos libres.
Sin embargo, la Biblia nos muestra que el pecado ha desdibujado la imagen de Dios en nosotros. Por el pecado hemos dejado de ser los que Dios ha creado. Cuando en el uso de nuestro libre albedrío decidimos hacer lo que no es propio de nosotros, pecamos. En consecuencia, perdemos nuestra identidad y nos volvemos en una caricatura de lo que Dios ha creado.
Consecuentemente, en nuestra pérdida de identidad, en nuestro ya no saber quiénes somos, hacemos guiados por nuestros deseos desordenados. Santiago 1.14,15 Como resultado de ello, pecamos, nos equivocamos. Abundamos en el error siendo cada vez menos capaces de honrar a Dios en nuestra vida.
En nuestro pasaje, Pedro nos recuerda que el antes no determina nuestro ahora porque Dios ha intervenido en nuestra vida y nos ha hecho, por Jesucristo, pueblo de Dios. Especial atención nos merece que, en el mismo capítulo, Pedro asegura que los creyentes somos piedras vivas, pueblo elegido, sacerdotes del Rey, nación santa, posesión exclusiva de Dios.
Notemos que a tales definiciones de lo que somos en Cristo, sigue un propósito: Dice Pedro: son las piedras vivas con las cuales Dios edifica su templo espiritual; son pueblo elegido, son sacerdotes del Rey, son una nación santa, son posesión exclusiva de Dios… por eso pueden mostrar a otros la bondad de Dios.
Así, Pedro pone sobre la mesa que la nuestra es una identidad con propósito. Somos para hacer. O, mejor aún, porque somos es que podemos hacer lo que nos es propio, aquello a lo que Dios nos ha llamado.
Desafortunadamente, aun estando en Cristo, no siempre nuestros hechos resultan congruentes con nuestra identidad, con quienes somos. Debemos tener presente que todas las expresiones del pecado de las que participamos son ajenas a nuestra condición de pueblo de Dios. Y esto es cierto no sólo cuando practicamos aquellas expresiones del pecado que nos parecen más escandalosas, menos aceptables, por ejemplo: el adulterio, el asesinato, la promiscuidad sexual, etc.
Recordemos que pecado es jata, errar. Entonces, cualquier elección que hacemos y que pone en entredicho, que contradice, nuestra identidad en Cristo, es pecado. Olvidar esto o no prestarle la debida atención es la trampa, el engaño del pecado. El diablo nos lleva a pensar que si no asesinamos, que si no cometemos adulterio o si no somos sexualmente promiscuos, no estamos pecando. Lo cierto es que cuestiones que consideramos menores, tales como las enemistades, los pleitos, los celos, las iras, las envidias, etc., son igualmente pecado.
En la medida que abundamos en tales elecciones nos separamos cada vez más de la posibilidad de actuar en consecuencia con nuestra identidad en Cristo.
Les he invitado para que nos propongamos abundar en nuestra condición de santos, apartados para Dios y puros en el todo de nuestra vida. También para que reafirmemos nuestro compromiso de cumplir con aquello que el Señor nos ha encargado, individual y congregacionalmente. Además les he invitado para que cumplamos con nuestra tarea de ser testigos de Cristo, es decir, de mostrar que en el todo de nuestra vida se cumple el orden del Reino de Dios, así como de anunciar su evangelio y hacer discípulos de Cristo.
Al hacerles tales invitaciones, viene a mí la exhortación del autor del libro de los Hebreos, quien nos invita a que nos quitemos de nuestra vida cualquier cosa que nos impida avanzar, especialmente el pecado que nos hace caer tan fácilmente. Hebreos 12.1 PDT O, como lo traduce DHH: que dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda. Si el pecado nos enreda, nos impide avanzar, nos hace caer fácilmente, luego entonces, no estamos en condiciones de hacer la vida según nuestra identidad en Cristo ni de ser evidencia del Reino de Dios en medio de los hombres.
En nuestra congregación, debo lamentar, existe una expresión del pecado que tiene que ver con la compulsión, de varios de nuestros congregantes, de mantenerse atados a modelos de relación familiar disfuncionales, totalmente ajenos y contradictorios a su identidad en Cristo. No pocas de nuestras familias enfrentan las disensiones, los pleitos, el resentimiento y viven atrapadas en dinámicas relacionales tóxicas y degradantes.
Uso el término compulsión, que el diccionario define como el impulso o deseo intenso o vehemente de hacer una cosa, porque resulta evidente que a quienes se encuentran en tal condición les resulta cuesta arriba el romper tales patrones relacionales. Una y otra vez vuelven a lo mismo.
Hay quienes han tomado decisiones importantes, otros, hasta se han cambiado de casa, o han iniciado los trámites para la separación legal. Se han prometido y han prometido a Dios que no lo seguirán haciendo, sea lo que sea que estén haciendo. Han llorado, pedido perdón y no sé cuántas cosas más han hecho. Y, sin embargo, a las primeras de cambio vuelven a lo mismo. Dejan de hacer lo bueno, descuidan su vida espiritual, abandonan -temporal o permanentemente la congregación, etc.
Al actuar así, en contra de quienes son en Cristo, fortalecen una espiral de degradación y autodestrucción. Mi dolor como pastor es que algunas de mis ovejas están en peor condición este enero que el año pasado, más lastimadas, más confundidas y con menos esperanza de una vida plena.
Pedro explica la dinámica de tal constante de pérdidas. Él dice: Tropiezan porque no obedecen la palabra de Dios y por eso se enfrentan con el destino que les fue preparado. (Vs 9) Aquí conviene hacer un paréntesis y considerar una expresión más del engaño del diablo. No pocas personas permanecen atadas a modelos familiares tóxicos porque consideran que tal situación es la voluntad de Dios. Que, por alguna razón o con algún propósito, Dios los mantiene en tales modelos relacionales.
Pues bien, cuando Pedro dice que por eso enfrentan el destino que les fue preparado, no está diciendo que es Dios quien les preparó, o condenó, a tal destino. Con tal expresión el Apóstol se refiere al hecho de que, como dice Pablo, la paga que deja el pecado es la muerte. Romanos 6.23 Más aún, recupera el dicho de Jesús quien aseguró: El propósito del ladrón es robar y matar y destruir. Juan 10.10 Lo que Pedro establece es que quien hace la vida en contra de su identidad en Cristo, se enreda más y más en una espiral de degradación y pérdida constantes.
El conocimiento de la Palabra, la búsqueda constante del Señor y el cultivo de la comunión con nuestros hermanos en la fe, sirven como recordatorios poderosos y constantes de que no importa la sinceridad ni la intención ni aún la decepción con que lo hagamos, el pecado siempre tendrá como único resultado nuestra destrucción. El destino de quien persevera en el pecado es la muerte.
La buena noticia es que ahora somos pueblo de Dios, hemos recibido la misericordia de Dios. En otras palabras, somos libres del destino que nos fue preparado por el diablo, ya no estamos bajo el poder del pecado, no estamos condenados a seguir equivocándonos. Jesús ha venido para traernos vida plena, abundante. Para que, en su comunión, seamos como árboles que dan su fruto a su tiempo, cuya hoja no cae y prosperan en todo lo que hacen. Salmo 1.1-3
Ello porque el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro corazón de que, en cualquier circunstancia, somos hijos de Dios. Además, Pablo asegura que: El Espíritu de Dios, quien levantó a Jesús de los muertos, vive en ustedes; y así como Dios levantó a Cristo Jesús de los muertos, él dará vida a sus cuerpos mortales mediante el mismo Espíritu, quien vive en ustedes. Romanos 8.11
Me emociona la referencia paulina de que el mismo Espíritu de Dios, quien levantó a Jesús de los muertos, vive en nosotros y dará vida a nuestros cuerpos mortales. Hay lugar para la esperanza. Porque somos sus hijos es que podemos hacer la vida como piedras vivas, pueblo elegido, sacerdotes del Rey, nación santa, posesión exclusiva de Dios.
Desde luego, esta convicción se fortalece en la medida que cultivamos, de manera privilegiada, nuestra relación persona con Dios por medio de la oración, del estudio de su Palabra y de la participación de la vida de la iglesia. Hacerlo así no nos hace ser, pero sí fortalece nuestra convicción de lo que somos y, entonces, podemos hacer la vida honrando a Dios y testificando que nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo quien nos amó. Romanos 8.37
Estoy convencido de que Dios nos ha llamado, nos ha hecho suyos en Cristo y que ahora somo criaturas nuevas. Creo que cada uno de nosotros es una nueva creación en la que el pasado no tiene ni mayor relevancia ni mayor poder. También estoy convencido que como congregación somos testigos de Cristo y podemos abundar en el amor mutuo, en el servicio a los necesitados y en el cumplimiento de la tarea de ir por todo el mundo y hacer discípulos de Cristo.
Por ello es por lo que te animo a que te asumas como quien eres, santo, santa, una nueva criatura en la que el Espíritu de Dios reposa y actúa. A que hagas lo que te es propio en la vida y a que dejes de hacer lo que ofende tu identidad como hijo, como hija, de Dios. Te animo para que juntos nos esforcemos por honrar a Dios en el todo de nuestra vida.
A esto los animo, a esto los convoco.
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