Sunergos, colaboradores de Dios
1 Corintios 3.1-15
A veces pareciera que la manifestación creciente del pecado de los no creyentes, o los conflictos y/o la infidelidad de los cristianos serían lo suficientemente poderosos para detener el quehacer divino. No hay tal. A pesar de nuestro pecado, a pesar de nuestra indiferencia e insensibilidad, a pesar de nuestros conflictos, Dios sigue haciendo aquello que se ha propuesto a favor de los hombres, tanto de los que aún vagan sin Dios y sin esperanza, como de aquellos que ya forman parte de la Iglesia.
De una manera sorprendente, Pablo dice que tanto él como Apolos, su consiervo, son colaboradores de Dios. Con tan sencilla y profunda expresión, el Apóstol enseña que Dios, además de seguir trabajando en su propósito en medio de las debilidades humanas, ha hecho a estos humanos débiles, nosotros, participantes de su tarea. En estricto sentido, Dios no necesita acompañarse de nadie para cumplir su propósito, pero ha decidido usar hombres y mujeres como nosotros para el cumplimiento del mismo.
Es esta otra muestra de su misericordia y gracia. Aún conciente de nuestras circunstancias, Dios ha estado dispuesto a correr el riesgo de valerse de nosotros, de confiarnos a nosotros, la doble tarea de la evangelización y la de la edificación del cuerpo de Cristo, su Iglesia.
El término usado por Pablo para colaboradores, es sunergos. El prefijo sun, significa juntamente. Y ergos, es, de por sí, más importante pues se refiere a la energía de Dios. Así, para Pablo no solo hacemos con Dios, sino que lo hacemos animados y fortalecidos por la energía divina; es decir, movidos, fortalecidos y guiados por el poder de su Espíritu Santo.
De sunergos, deriva la palabra sinergia que significa literalmente: acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales.
Esto implica tres cuestiones torales:
La tarea de la Iglesia no puede hacerse en nuestras propias fuerzas. Este no puede, se refiere tanto a la imposibilidad de hacerlo, como a la inconveniencia de tratar de hacer con nuestros recursos. Dada la naturaleza espiritual de la tarea, simplemente no podemos hacer la obra de Dios con nuestros recursos.
Además, no conviene que tratemos de hacerlo pues, tarde o temprano, la tarea expondrá nuestras debilidades y terminará por destruirnos. Dios, conciente de ello, nos llama a ser llenos de su Espíritu Santo, para así estar en condiciones de ser sus testigos. Hechos 1.8.
Nosotros somos quienes nos sumamos al quehacer divino y no Dios quien se sima al nuestro. Uno de los temas fundacionales de la Biblia es, precisamente, el del señorío de Dios. Quienes vienen a él, por medio de Cristo, hacen como Cristo. Recordemos que Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5.19
Generalmente, los no discípulos, se acercan a Dios esperando que él colabore con ellos en lo que están haciendo: vida personal, familia, profesión, empresas, etc. Pero, los discípulos nos sumamos a lo que él hace, nos negamos a nosotros mismos. Lo interesante es que al seguir así a Cristo, nuestra vida no se desvaloriza, ni pierde calidad ni trascendencia. Por el contrario, nuestra vida adquiere una nueva calidad que la hace plena, satisfactoria y sumamente fructífera.
No se espera lo mismo de quienes somos colaboradores de Dios, que de quienes son mero sembradío de Dios. Es decir, que seamos sólo un espacio en el que Dios haga y se manifieste. Que sólo seamos un ente pasivo en el cual Dios haga y deje de hacer.
De hecho no sólo somos colaboradores de Dios, sino que Jesús nos envía en calidad de líderes. El Gobierno de Navarra, en España, define liderazgo como: el conjunto de habilidades directivas que un individuo tiene para influir en la forma de ser o actuar de las personas o en un grupo de trabajo determinado. Mediante su Espíritu Santo, Dios nos capacita, dice Pablo a los Efesios, para que cumplamos la obra del ministerio. Efesios 4. Es decir, para que influyamos en la forma de ser de quienes son discípulos de Cristo, como en la de quienes todavía no lo son.
El liderazgo es un gran privilegio que conlleva también grandes responsabilidades. En iCASADEPAN partimos del hecho de que hemos sido escogidos y capacitados para servir como maestros en la fe. Cada uno tiene su propio acervo, cada uno ha recibido sus correspondientes talentos. Por lo tanto, somos llamados a asumirnos, a considerarnos a nosotros mismos como verdaderos colaboradores de Dios.
Esto implica que aceptemos que de nosotros se esperan tres cosas fundamentales:
El cultivo de nuestra santidad personal y congregacional. Como sabemos, santidad es un término que tiene dos significados principales. El primero es apartado, consagrado. Así, somos llamados a vivir consciente, permanente e integralmente para Dios. Honrar a Dios en la que somos y hacemos resulta de nuestra disposición para hacerlo.
El segundo significado tiene que ver con la pureza moral y ética del cristiano. En nuestros días todo resulta permisible y relativo. Es derecho, se nos dice, de cada quién decidir lo que es bueno y lo que es malo. Pero, nosotros somos llamados a discernir, a descifrar, desde la perspectiva del Reino, del orden de Dios, lo que honra y lo que no honra a Dios.
Por lo tanto tenemos que apartarnos de aquello que la Palabra define como pecado: inmoralidad sexual, impureza, pasiones sensuales, idolatría, hechicería, hostilidad, peleas, celos, arrebatos de furia, ambición egoísta, discordias, divisiones, envidia, borracheras, fiestas desenfrenadas y otros pecados parecidos. Gálatas 5.1-21 NTV Como congregación enfrentamos el hecho de que algunos de nuestros hermanos en la fe están practicando el pecado. Debemos ocuparnos de ello, con amor, paciencia y firmeza. Así es como podremos servir en la tarea a la que somos llamados.
Nuestro compromiso para el servicio cristiano. En algún momento he propuesto a ustedes que el ser hallados fieles en nuestro ministerio, requiere del cultivo de nuestra disposición al servicio cristiano. Si disponer es colocar, poner algo en orden y situación conveniente, luego entonces, se requiere de nosotros que ordenemos nuestra vida de tal modo que podamos cumplir con la tarea que se nos encomienda.
Este ordenar nuestra vida empieza con la decisión de incorporarnos a la iglesia, el cuerpo de Cristo, mediante el bautismo en agua. Este no es sólo un rito, es la declaración formal de nuestra aceptación de Jesucristo como nuestro Señor y Salvador. Es nuestra confesión pública de que morimos para nosotros mismos y vivimos para él. El bautismo en agua hace evidente nuestro propósito de que Cristo sea nuestro Señor en el todo de nuestra vida. Romanos 6
Quien se ha bautizado, habiéndose arrepentido y volviéndose al Señor voluntariamente, ha contraído la obligación de ser fiel, de permanecer en el camino de Dios y servir en aquello a lo que el Señor lo llame. Quien se bautiza se compromete.
En efecto, compromiso, dice el diccionario, es obligación contraída. Quien confiesa a Jesús como su Señor, en el bautismo en agua, se obliga a servirlo integral, proactiva y permanentemente en el todo de su vida. Una encuesta realizada a nivel nacional en los Estados Unidos, muestra que los pastores asumen como el principal reto pastoral, el lograr que los miembros de sus congregaciones realicen la transición de espectadores a hacedores de la obra de Dios.
Nosotros enfrentamos un reto similar. Debemos pasar del: Señor, hazme sentir el deseo de…, a la actitud de Samuel, quien dijo a Dios: habla, que tu siervo escucha. Como en muchas congregaciones, en la nuestra la mayor parte de la tarea la realiza un número minoritario de nuestros miembros. El peso de las obligaciones recae sobre pocos de los nuestros, poniendo en riesgo sus capacidades y resistencia, pero también limitando la bendición que hay en el servir. Quien no sirve en Cristo, no puede comprender la plenitud de su salvación ni cumplir ni ver cumplido el propósito de Dios para su vida.
El cumplimiento de nuestra tarea como testigos de Cristo. Dios nos ha concedido el privilegio de hacer visible y creíble a Cristo entre los hombres. Así lo asegura el Apóstol Pablo: Somos, dice, permite ser: servidores por medio de los cuales los hombres creen en Jesucristo. vs.5. Así que somos llamados a vivir de tal manera que el Reino de Dios, su orden, se haga evidente en nosotros. Somos llamados a amar, a respetar, a servir, a estar al lado de los más necesitados. Es como si Cristo actuara al través nuestro, haciendo en y por nosotros lo que él hizo cuando estuvo en la tierra.
Además, somos llamados a anunciar las buenas nuevas de salvación a las personas que están a nuestro lado y perseverar en la tarea de traerlas a los pies de Cristo. Si algún pecado común debemos confesar es, precisamente, este: No estamos cumpliendo con la tarea de hacer discípulos. Al no hacerlo, somos corresponsables de la perdición eterna de aquellos que mueren sin haber entregado sus vidas a Cristo. Ya se trate de familiares, amistades, conocidos y aún de aquellos que están lejos de nosotros y a los cuales somos enviados. Mateo 28.19ss
Ser sunergos de Dios, colaboradores de Dios, da razón, dirección y contenido a nuestra vida. Y es a esto a lo que les invito: que ahí donde están, en su casa, su trabajo, sus amigos, actúen como colaboradores de Dios y hagan la tarea que él les ha encomendado. Pueden tener una doble seguridad al respecto: (1) Dios está haciendo algo en y por tales personas, y (2) Si él ha permitido que ustedes estén con ellas, es porque les ha escogido para que juntos cumplan el propósito eterno para sus vidas.
Les hablo como siervo, sunergos, de Dios, y como consiervo de ustedes, como quien está contribuyendo a su crecimiento en Cristo y les exhorto: cumplan su ministerio; no descuiden el don que está en ustedes… ocúpense de estas cosas para que su aprovechamiento sea manifiesto a todos. 1 Ti 4.14ss.
A esto los animo, a esto los convoco.
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