Primero perdonen

Marcos 11.22-26 NTV

Una de las cosas más incómodas del mensaje de Jesús es su reiterado llamado a que quienes hemos sido lastimados, perdonemos a nuestro ofensor. De plano, condiciona el perdón divino a la medida en que nosotros perdonamos a quienes nos han lastimado. No se contenta con que perdonemos siete veces ¡nos pide que lo hagamos setenta veces siete! Es decir, que no dejemos de perdonar por más veces que seamos lastimados.

¡Hasta nos dice que antes de orar, primero perdonemos!

Las relaciones humanas de hoy en día, desde las más íntimas, las de pareja, las familiares, hasta las macro sociales, hacen del tema del perdón una cuestión de actualidad y del acto de perdonar una necesidad cada vez más sentida. El no perdonar abre la puerta a espirales de incomprensión, intolerancia y violencia crecientes.

En estas espirales, tanto los que han sido lastimados como aquellos que les han ofendido se mantienen atrapados en una constante de rencor que termina por marcarlos y, no pocas veces, por destruirlos.

Lo más difícil resulta del hecho de que a mayor cercanía, consanguínea o afectiva, más dolorosas las heridas, más sentidas las traiciones y, por lo tanto, mayor la necesidad del perdón, dada la necesidad de recuperar tales relaciones.

Pero, mientras más demandante la necesidad de perdonar, también lo resulta la dificultad de hacerlo.

La aseveración que Jesús hace, en nuestro pasaje, en el sentido de que si creemos de verdad podremos decir a la montaña levántate y échate al mar, ello sucederá, no deja de resultarme conflictiva. Me pregunto cómo es que algo en apariencia tan sencillo como creer y decir, puede resultar tan difícil de concretarse.

También llama mi atención que sea en el contexto de tal aseveración que el Señor nos exhorte a que cuando estemos orando, primero perdonemos a todo aquel contra quien guardemos rencor. Y, añade, para que su Padre que está en el cielo también les perdone a ustedes sus pecados.

Propongo a ustedes que hay una vinculación poderosa entre la fe y la libertad que resulta de la obediencia. Es decir, que la fe crece y se fortaleza en la medida que somos libres en Cristo para creer y actuar imitándolo y que esta libertad resulta de la obediencia.

Perdonar no es olvidar. Perdonar tampoco es aguantar. Perdonar no significa estar de acuerdo ni, mucho menos, permanecer bajo la ofensa. Perdonar, de acuerdo con el sentido bíblico es dejar ir, es apartarse de.

Debemos prestar especial atención a la precisión que Jesús hace cuando dice que primero perdonemos a todo aquel contra quien guardemos rencor.

El rencor consiste en el resentimiento arraigado y tenaz. Jesús nos dice que no lo guardemos y guardar es tener cuidado de algo, vigilarlo y defenderloponer algo donde esté seguro.

Cuando nos resistimos a perdonar hacemos lo necesario para mantenernos en relación no sólo con quien nos ha lastimado, sino con aquello que nos lastima. La falta de perdón desarrolla una capacidad de enfoque que mantiene nuestra vista fija en lo que y en quien nos ha dañado.

Nos engañamos pensando que si insistimos en la venganza, en el castigo o, cuando menos en el recuerdo constante de aquello, mantenemos alguna forma de control sobre la persona y sobre su conducta. Nos engañamos creyendo que así podremos tener algún poder o influencia sobre ella.

Pero, en el afán de reclamar aquello a lo que pretendemos tener derecho, nos hacemos esclavos de la herida y del heridor.

Obviamente, quien se ocupa de mantener segura la ofensa recibida, quien tiene cuidado de ella, la vigila y la preserva, no es libre para ir más allá de sí mismo ni de aquello que lo limita. Por lo tanto, no puede tener, desarrollar y fortalecer la fe. Queda, entonces, atado a lo que su vida ha sido y se prohíbe a sí mismo el transitar por los emocionantes y vivificantes caminos de la fe.

Esto se hace evidente, sobre todo, cuando al ofensor y a nosotros nos une un vínculo de sangre o afectivo. Si somos familia o si somos esposos.

Estoy seguro de que a nuestro Señor Jesús le importa más el que seamos libres que el que andemos moviendo a las montañas de aquí para allá. A veces las ofensas resultan tan actuales y dolorosas, y quienes nos han ofendido aparecen tan cínicos e insensibles que nos parece imposible dejarlos ir, renunciando así a nuestro derecho de recibir justicia.

No perdonamos porque estamos convencidos de que no podemos hacerlo. Por ello es por lo que podemos asegurar aquí que el perdón es una cuestión de fe, es decir, de [la] confianza de que en verdad sucederá lo que esperamos; [de tener] la certeza de las cosas que no podemos verHebreos 11.1 Que respecto del perdón es válida y aplicable en la práctica la promesa de Jesús: Ustedes pueden orar por cualquier cosa y si creen que la han recibido, será suyaMateo 21.22

Sí, podemos creer que podemos ser libres del poder de la ofensa recibida. Que podemos seguir siendo nosotros, los que somos en Cristo, y que podemos ir más allá del poder de quienes nos ha lastimado. Podemos creer que podemos ser libres de la influencia perjudicial de ellos y de sus acciones. A quien le asesinan un hijo lo condenan a ser solo el padre del asesinado. Pero, cuando este perdona, puede ser integralmente quien es y no sólo el padre del asesinado.

A quien han violado en su integridad física le condenan a ser la persona violada, a no ver en sí misma más que el trauma de su violación. Pero, cuando esta perdona, puede ir por la vida siendo integralmente ella, sin que el trauma recibido determine lo que es y logra en su vida.

La persona que ha sido engañada es condenada a llevar la vergüenza de su abandono. Pero, cuando perdona, es libre para reconocer que ella es y vale con y sin aquel que le ha engañado.

Cuando la persona perdona, es decir, cuando la persona deja ir, cuando se aparta del espacio de la ofensa recibida; cuando no le da cabida en su aquí y ahora, cuando sin dejar de sentir el dolor de tal herida, se determina seguir adelante para alejarse de la influencia del mismo, es cuando la persona ha perdonado y cuando descubre y abunda en su libertad en Cristo.

Es cuando comprueba que puede pensar, sentir, hablar y actuar de acuerdo con su verdadera identidad en Cristo y no de manera reactiva a la ofensa recibida. A veces, este dejar ir, este apartarse de, implica el terminar o modificar de manera radical la relación con el ofensor.

Sí, perdonar obliga, en la mayoría de los casos, al reacomodo, al rediseño del modelo relacional con el ofensor.

Porque seguir siendo los mismos, dejar que las cosas sean como antes, etc., produce ambientes tóxicos que atrapan al ofensor y al ofendido de tal manera que este no pueda dejar ir, apartarse de. Que no pueda perdonar ante el poder de la espiral de indignidad a la que permanece atado.

De cierta manera, dejar ir, apartarse de, implica el tomar distancia respecto del ofensor. Puede tratarse de distancia física, de distancia afectiva, de distancia relacional, en el sentido de que las relaciones se modifican y hasta se suspenden para así, apartarse no sólo de la ofensa, sino también del ofensor.

En la mayoría de los casos, consiste en el asumir que la vida es lo que es, con las pérdidas implícitas y explícitas, y vivir la vida de tal forma que las heridas le limiten y dañen lo menos posible. Esto resulta sumamente importante porque quien permanece en un ambiente tóxico encontrará cada vez más difícil dejar ir, apartarse de. Y, recordando otra expresión incómoda de Jesús, quien no perdona recibirá el castigo y la humillación del Señor. Mateo 18.21-35

El camino del perdón, el dejar ir y apartarse de, comienza y se perfecciona en la obediencia. En la decisión de dejar ir, de perder para ganar, en la determinación de renunciar al derecho de ser uno mismo quien se reivindique, quien obtenga justicia por su propia mano, quien ejerza la venganza.

Al perdonar encargamos a Dios nuestro derecho y nuestra capacidad para ser reivindicados, de que sea él quien reponga la justicia de la que el ofensor nos ha despojado. Damos así la oportunidad de que se cumpla la promesa del Señor: Yo tomaré venganza; yo les pagaré lo que se merecenRomanos 12.19 

En tanto, a nosotros nos toca ejercer nuestra libertad dando de comer a nuestros enemigos cuando tienen hambre y orando por los que nos maldicen.

¡Qué mayor testimonio de libertad que el mostrar que lo que nos han hecho no tiene poder para determinar lo que somos y hacemos! En Cristo y por Cristo somos tan libres que podemos vencer el mal haciendo el bien.

A esto los animo, a esto los convoco.

Explore posts in the same categories: Agentes de Cambio

Etiquetas: , , , , ,

You can comment below, or link to this permanent URL from your own site.

Deja un comentario