Podría sucederte algo peor
Juan 5.1-14; Juan 8.1-11 NTV
En cierta manera, al leer el evangelio, nos descubrimos a nosotros mismos en los personajes del mismo. Parecería que los evangelistas estuvieran hablando de nosotros, revelando nuestros secretos más profundos y confrontando nuestras luchas vitales. Tal el caso de los personajes que hoy ocupan nuestra atención. Un hombre paralítico, postrado por casi cuarenta años y una mujer, quizá muy joven, que fuera sorprendida en adulterio.
El autor sagrado destaca dos cuestiones que resulta importante considerar respecto de nosotros mismos. La primera de ellas es que la gracia divina opera, se manifiesta en favor, de quienes no la merecen y en aquellos que han llegado al punto en que no pueden hacer más por sí mismos. Tal el caso de la mujer, a la que por su pecado, se le consideraba digna de muerte y no de misericordia. Y, el paralítico, quien por 38 años tuvo al alcance de su mano su sanidad, pero, simplemente no pudo alcanzarla por sí mismo.
La segunda consideración tiene que ver con el hecho de que, cuando la gracia opera, es decir, cuando la bendición inmerecida viene a nosotros en la persona de Jesús, nos quedamos, literalmente, a solas, frente a frente, con él. En el caso del paralítico, Juan estable un contraste cuando dice que en Betesda, una multitud de enfermos -ciegos, cojos, paralíticos- estaban tendidos en los pórticos. Y, en el caso de la mujer adúltera, que en el templo se juntó una multitud, él se sentó a enseñarles.
Cuando enfrentamos las crisis de la vida, sean estas causadas por razones ajenas a nosotros -como las enfermedades- o por nuestro pecado, el hecho es que las enfrentamos a solas. Como en los relatos que hemos leído, los demás parecen desvanecerse hasta que nos quedamos solos.
El paralítico dijo no tengo a nadie que me meta en el estanque. La mujer, arrebatada del lecho donde compartía su amor, es arrastrada en la ausencia de su amante. Este, tan culpable como ella, no aparece en ninguna parte del relato juanino. Desde luego, la soledad es una condición compleja y difícil de ser enfrentada. Sin embargo, el evangelista revela que es en su soledad en la que tanto el paralítico como la mujer se encuentran con Jesús.
El encuentro con Jesús, el de nuestros personajes, pero también el nuestro propio, se convierten en un espacio de confrontación y de oportunidad. La presencia de Jesús, su irrupción inesperada -ni la mujer ni el paralítico despertaron pensando que ese día se encontrarían con Jesús, pone en evidencia que nuestra forma de vida no tiene sentido ni sustento ante el hecho de su presencia santa y compasiva.
Tú y yo sabemos que siempre hay algo que nos permite explicar de tal manera nuestra vida, nuestras decisiones y conductas, a modo. De tal manera racionalizamos, es decir, explicamos a modo, lo que nuestra vida ha sido y lo que hemos hecho y dejado de hacer. He visto a muchos inválidos arrastrarse para alcanzar o llegar a donde necesitan. ¿No pudo arrastrarse lo suficiente aquel paralítico en treinta y ocho años de estar al pie del agua de Betesda?
¿De qué manera justificaría aquella mujer su adulterio? Su marido ¿era muy viejo o insensible, abusivo, no la comprendía? ¿Se sentía muy sola, su marido le había sido infiel, todas lo hacen? Cuántas sinrazones pudo haber argumentado para justificar aquello que la puso en camino de muerte.
Como nosotros ¿de qué manera justificamos lo que hemos hecho y que no es propio de nuestra dignidad? ¿A quiénes hacemos responsables de lo que hacemos y lo que no hacemos? ¿Cómo explicamos el seguir atados a modelos de vida, a relaciones tóxicas, a la toma de decisiones virulentas, a quehacer cotidianos que van consumiendo nuestra vida?
Jesús se pone frente al paralítico y lo confronta: ¿De veras quieres ser sano, de veras te gustaría recuperar la salud? El reto de Jesús a los acusadores de la mujer es, al mismo tiempo, una denuncia del pecado de quien hizo del adulterio la salida falsa a su condición de vida. Cuando les dice, muy bien, [ella pecó] pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra, Jesús no exculpa a la mujer, lo reconoce al mismo tiempo que denuncia la falta de autoridad moral de los acusadores para juzgarla.
Nuestras circunstancias extremas provocan un quehacer extremo de Jesús. Su presencia se convierte en el parteaguas de que divide la historia de nuestra vida en el antes y después de su aparición confrontadora ante nosotros. Sarita Martínez, una amada hermana que ya descansa en el Señor, celebraba el aniversario de su bautismo en agua por encima de la fecha de su nacimiento. De esta manera daba testimonio de que cuando se entregó a Jesús su vida dejó de ser lo que era para convertirse en una vida nueva.
Hemos conocido a personas que habiendo sido sanadas de enfermedades terminales, imposibles de ser superadas desde la perspectiva humana, decidieron consagrar sus vidas al servicio del Señor. Algunas han ido al campo misionero, otras se han consagrado al ministerio pastoral, otras más han hecho del servicio al prójimo la razón de su vida. Todo lo que son, después de haber sido sanadas, y todo lo que tienen, lo han puesto al servicio de Dios de manera práctica y sistemática.
También estamos rodeados de aquellos que habiendo sido perdonados de su pecado, han entregado sus vidas al Señor en total consagración, santidad y servicio. Como aquel pastor sinaloense que conoció al Señor estando preso en Culiacán, por sus delitos como sicario y traficante de drogas. El Señor lo redimió, de manera milagrosa lo hizo libre de la prisión. Y me decía, Adoniram, lo único que puedo hacer para agradecer a Dios lo que ha hecho en mi vida es servirlo como pastor de otros que lo necesitan. Así lo hizo hasta que el Señor lo llamó a su descanso. Bendito sea Dios.
Jesús aprecia, valora, lo que hace por nosotros. Sabe que se trata de una manifestación extraordinaria de la gracia divina en favor de los que no merecen ni pueden. Alguna vez, nuestro Señor alabó al Padre diciendo: Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos. Es decir, Jesús tiene plena consciencia de lo extraordinario del quehacer divino en favor de los sencillos, del paralítico, de la mujer infiel… y de nosotros.
Esto explica los dichos incómodos de Jesús al paralítico y a la mujer. En ambos casos les hace una advertencia incómoda: deja de pecar, no peques más. Tal advertencia hace evidente que Jesús no desconoce, no ignora por amor, la realidad de nuestro pecado, de nuestro vivir de manera equivocada. Y, advierte que dado lo que Dios ha hecho y que ha transformado nuestra vida, ya no podemos seguir decidiendo, actuando, viviendo como lo hicimos antes de su intervención poderosa, animada por su amor incomprensible.
Generalmente, cuando nos acercamos a quien ha estado enfermo por mucho tiempo y en condiciones extremas, lo hacemos desde la posición del pobrecito, sufre mucho. Jesús mostró su espíritu compasivo, se apiadó del paralítico. Pero también le advirtió que tuviera cuidado con lo que podría ser la razón de su condición deplorable. Le dijo: Ya estás sano, así que deja de pecar o podría sucederte algo peor.
Las enfermedades pueden ser, no todas lo son, pero pueden ser resultado del pecado del enfermo. Por eso Santiago promete: La oración hecha con fe sanará al enfermo; el Señor lo restablecerá y le serán perdonados los pecados que haya cometido. Santiago 5.1 Pero aun cuando la enfermedad no sea fruto del pecar del enfermo, si puede dar lugar al pecado. El enfermo se vuelve vulnerable ante la presión del diablo. Y, si bien su condición de enfermo puede, en alguna manera, justificar su debilidad y caída en el pecado, una vez que Cristo ha transformado su vida ya no tiene justificación alguna para no permanecer fiel.
Cuestión similar la de la mujer. Jesús le dice: Yo tampoco te condeno. Vete y no peques más. El uso del lenguaje de Juan me parece muy revelador del quehacer de Jesús y sus consecuencias. Juan dice que los maestros de la ley y los fariseos le llevaron a una mujer… El término usado por Juan para llevaron, puede entenderse como que la llevaron a fuerzas, cargándola o arrastrándola como a un animal.
Pero Jesús le dice, vete. Según Juan, Jesús le dice continúa tu viaje en la vida, sé tú quien lleve tu vida, ordena tu vida. En otras palabras, no dejes que sean los demás ni las circunstancias quienes dirijan tu vida. Mantente libre. Cuando Jesús redime nuestra vida tenemos la capacidad para vivir libres de lo que nos ató antes de la manifestación poderosa y amorosa de su gracia en nosotros.
Lo trágico es que no pocas veces, habiendo sido sanados y liberados del poder del pecado que nos dominaba, seguimos viviendo como si Cristo no hubiera hecho nada en nosotros. Hay quienes, sanos, siguen viviendo como si estuvieran enfermos. Y otros, quienes habiendo sido regenerados, siguen viviendo animados por sus complejos, heridas y deseos desordenados de su vida antes de Cristo.
Algo que explica tal absurdo es que olvidamos o no tomamos en cuenta que cuando Jesús interviene en nuestra vida es a nosotros a quienes transforma y no necesariamente nuestras circunstancias. Olvidamos que el quehacer de Jesús altera totalmente nuestra vida. El paralítico tenía que buscar trabajo después de treinta y ocho años de estar tirado en el suelo, comiendo de lo que le dieran.
La mujer tuvo que volver a su casa y enfrentar el reclamo del marido, quien quizá le había dejado sobre la mesa la carta de divorcio que la condenaba a la soledad. Tuvo que ir por la vida enfrentando las consecuencias de su infidelidad y vergüenza pública. Tanto ella como el paralítico tuvieron que aprender a hacer la vida de manera diferente a como la habían hecho antes de Cristo.
El amoroso Jesús, el misericordioso Jesús, amarga el momento gozoso del paralítico y le incomoda en medio de su novedad de vida. Le advierte: ya estás sano, así que deja de pecar o podría sucederte algo mucho peor. Quien vive la novedad de vida que ha recibido en Jesús, la vida nueva, su ser una nueva criatura, practicando lo que no le es propio, corre el riesgo de que su vida se convierta en algo peor que lo que fue antes del quehacer maravilloso de Cristo en él.
Jesús nos comprende y obra en nuestro favor, cierto. Pero, su amor y compasión no ignoran que nos reconoce como capaces y responsables de vivir de acuerdo con nuestra vocación, con lo que somos ahora que él ha transformado nuestra vida. La compasión de Jesús no deja de lado su juicio ni evita las consecuencias de que menospreciemos la obra de gracia que nos ha transformado.
Hebreos nos recuerda y previene: Queridos hermanos, si seguimos pecando a propósito después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda ningún sacrificio que cubra esos pecados. Sólo queda la terrible expectativa del juicio de Dios y el fuego violento que consumirá a sus enemigos. Hebreos 11.26ss
Somos llamados a valorar lo que Dios ha hecho en nuestro favor y a honrarlo con nuestra santidad, fidelidad y servicio. Así es como evitaremos que nos suceda algo peor.
A esto los animo, a esto los convoco.
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