Vivencia y convivencia
Mi padre aseguraba que la fe no se aprende, se mama, decía. Recordar y considerar tal propuesta me lleva siempre a nuestro pasaje de este día. Parece que papá y Pablo se llevaban bien, reconocían en la experiencia de Timoteo la importancia que tienen tanto la vivencia de la fe, como la convivencia de los que la profesan.
Creo que la historia y experiencia de la Iglesia Primitiva destaca la importancia del hogar como el espacio del cultivo de la fe, por sobre la importancia que pudiera tener la celebración del Culto congregacional para los creyentes. No es que este no sea importante, pero su importancia, efecto e impacto en la vida de los creyentes se dimensiona en función de la vivencia de fe en el hogar y la manera en que los creyente conviven a la luz de la misma en sus relaciones cotidianas.
En este sentido, la que llamamos vida de iglesia, está siempre determinada y dimensionada por la experiencia personal de los creyentes y por la manera en que estos viven su fe en la cotidianidad de la vida familiar, principalmente.
Nuestras familias, como muchas familias cristianas en el mundo, viven la crisis provocada por el alejamiento de la iglesia de quienes las componen. Cada vez es mayor el número de cristianos que se alejan de la iglesia porque esta no ha respondido a sus expectativas, por que los ha lastimado con sus juicios e incomprensión, por el maltrato que les ha dado, porque no representa un factor importante en el cómo de su vida cotidiana, etc.
Generalmente asumimos que la responsabilidad primaria tanto del alejamiento como de la recuperación de los nuestros, o de nosotros mismos, a la iglesia es responsabilidad, precisamente, de la iglesia. Después de todo, pensamos, es la iglesia la que ha fallado. Así que si alguna culpa hay que explique y aún justifique el alejamiento de los nuestros o el propio, esta recae en eso que llamamos iglesia.
Tan frecuente manera de pensar carece de fundamento. Al acercarnos al alejamiento que algunos de los nuestros viven respecto de la iglesia y, por lo tanto, de Dios, desde tales presupuestos equivocados, nosotros mismos construimos los obstáculos que dificultan y podría hacer imposible el retorno de los alejados a la fe en Cristo y la regeneración de su relación con los miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia.
Aseguro tal cosa porque, contra lo que acostumbramos a pensar, la iglesia no es ellos, sino nosotros. Si la palabra iglesia fuera un verbo, nunca podríamos conjugarlo en tercera persona sino, siempre en primera persona del plural. Lo que la iglesia hace o deja de hacer siempre conlleva nuestra corresponsabilidad, la responsabilidad compartida, porque nosotros somos la iglesia. De cierta manera, podemos decir, la iglesia nos hace y nosotros hacemos la iglesia.
Así que en los aciertos de la iglesia, pero también en sus errores nosotros somos corresponsables. De alguna manera, consciente e inconscientemente, intencionalmente o no, contribuimos a lo que la iglesia hace o deja de hacer. Así que una buena cosa es asumir nuestra corresponsabilidad y las consecuencias de nuestra madurez o inmadurez personales en el todo de nuestra vida cristiana.
La dinámica eclesial, la manera en que nos relacionamos en tanto miembros de la iglesia, como miembros los unos de los otros, siempre es difícil y exige de nosotros amor, paciencia, perseverancia y comprensión mutua. Pablo llama a los gálatas a que cuando uno de sus hermanos haya pecado, los demás lo ayuden a volver al buen camino. Y advierte que cada uno debe cuidarse a sí mismo, porque también puede ser puesto a prueba. Gálatas 6 NBD; cf. Santiago 5.19, 20 NTV
Exhortación que sólo puede ser comprendida desde la caridad, del amor ágape, y que previene que abandonemos al hermano pecador, o peor aún, a que nos alejemos de la congregación. El pecado de los otros siempre apela a nuestra caridad, interés y participación para que, hasta donde nos sea posible, contribuyamos a su restauración espiritual.
Creo que Pablo tuvo en cuenta en su exhortación la práctica militar en la que cuando algún soldado de primera línea caía, siempre había uno a su espalda que tomaba su lugar. De tal manera, se mantenía firme y completa la línea de ataque y defensa, garantizando la resistencia el avance ante el ataque enemigo. Si alguno de mis hermanos peca, aún si lo hace contra mí, soy llamado a cubrir el hueco que mi hermano haya dejado para no dar oportunidad a que el diablo cause mayor daño al cuerpo de Cristo, la iglesia.
Antes he dicho que la que llamamos vida de iglesia, está siempre determinada y dimensionada por la experiencia personal de los creyentes y por la manera en que estos viven su fe en la cotidianidad de la vida familiar, principalmente. Por eso es por lo que te invito a que consideremos a la luz de la experiencia familiar de Timoteo, tanto la vivencia de la fe, como la convivencia de los que la profesan.
Vivencia es, según el diccionario: [la] experiencia, suceso o hecho que vive una persona y que contribuye a configurar su personalidad. Así que al hablar de la vivencia de la fe nos estamos refiriendo a la experiencia personal del creyente, nos referimos al cómo de su relación persona con Dios. Esta implica el hecho mismo de su conversión, de su entrega y compromiso personales, con su fidelidad y responsabilidad asumida.
Pablo hace responsable a Timoteo de su propia responsabilidad espiritual cuando lo exhorta diciendo: te recuerdo que avives el fuego del don espiritual que Dios te dio… Nadie es más responsable de su propia espiritualidad, de su experiencia personal, que uno mismo. Cada uno decide cómo enfrentará la vida cristiana, así como cómo enfrentará el quehacer y el testimonio de sus hermanos en la fe.
Nunca la experiencia y testimonio de los demás podrá sustituir la responsabilidad personal de la forma en que enfrentamos los hechos de la vida. Lo que los demás hacen o dejan de hacer en su caminar cristiano sólo son propuestas que debemos responder en función de nuestra propia experiencia de relación personal con Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
Mientras más profunda, fuerte y sincera nuestra relación con Dios, mejor podremos enfrentar las ambigüedades del servicio cristiano de nuestros hermanos en la fe. Mientras más superficial, débil nuestra experiencia, menos capaces seremos para hacerlo. Considerar esto nos permite apreciar la importancia y urgencia de seguir la exhortación bíblica de Colosenses 2.6,7:
Por lo tanto, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, ahora deben seguir sus pasos. Arráiguense profundamente en él y edifiquen toda la vida sobre él. Entonces la fe de ustedes se fortalecerá en la verdad que se les enseñó, y rebosarán de gratitud.
A ti que justificas tu alejamiento de la iglesia del Señor y de Dios mismo, te animo a que te preguntes si tu experiencia, tu manera de vivir la fe, tenía profundas raíces en Cristo y si tu vida estaba en verdad edificada, cimentada, sobre él. Y, te exhorto a que asumas tu responsabilidad considerando el sacrifico de Cristo como el referente principal de tu experiencia cristiana. Te animo a la valoración del amor extraordinario que Cristo mostró por ti al morir en la cruz en tu lugar. Te provoco a que te preguntes si lo que argumentas como razón para tu alejamiento es comparable con el amor de Dios manifestado a tu favor en Jesucristo.
En nuestro pasaje Pablo hace referencia al hecho de que la fe de Timoteo es la misma fe de la que primero estuvieron llenas, su abuela Loida y su madre Eunice. El apóstol asegura a Timoteo: esta fe sigue firme en ti. Qué hermosa propuesta la de Pablo. Fíjate que el verso seis inicia con la expresión: por esta razón… te recuerdo que avives el fuego del don espiritual que Dios te dio. La expresión por esta razón, conecta el reconocimiento de que la fe de Loida y Eunice es la de Timoteo, con la exhortación a que este avive el fuego del don recibido.
Reina Valera dice que la fe habitó primero en Loida, después en Eunice y finalmente en Timoteo. Aquí encontramos el hecho de la importancia de la convivencia de la fe en las familias cristianas. Convivir es: Vivir o habitar con otro u otros en el mismo lugar. Así que podemos considerar primero la convivencia como un espacio físico del cual participan unos y otros.
Pero, también podemos considerar la convivencia como el participar común de Cristo, dado que los creyentes estamos en él, estamos en Cristo. Cristo es nuestro lugar común. Así que la manera en que convivimos los que estamos juntos físicamente, en el hogar, es fruto del nuestro estar en Cristo. Al mismo tiempo que determina el cómo permanecemos en él.
La experiencia congregacional pone a prueba y hace evidente tanto nuestra experiencia personal con Dios, como nuestra experiencia espiritual con aquellos con los que convivimos en el espacio del hogar y las relaciones familiares. Aunque esta experiencia personal-familiar y la experiencia congregacional actúan de manera interactiva y son mutuamente influyentes, propongo a ustedes que la experiencia personal-familiar resulta más relevante en la experiencia congregacional que esta en la personal-familiar.
Los pastores sabemos que los miembros de nuestras congregaciones que provienen de familias disfuncionales son más proclives a relacionarse disfuncionalmente con sus hermanos en la fe.
La descripción que Pablo hace de la relación entre Loida, Eunice y Timoteo implica una relación nutricia, capaz de nutrir mutuamente. Loida, Eunice y Timoteo se nutrían mutuamente. Se sostenían, se sustentaban, se alimentaban espiritualmente unos a otros. Era en el hogar, el espacio común en el compartían su fe que se preparaban y capacitaban para enfrentar los retos de la fe en su relación con otros, con los hermanos en la fe y con los no creyentes.
Al propiciar la celebración de nuestros Cultos Regionales, lo hacemos en la intención de recuperar el espacio íntimo de nuestros hogares como el espacio donde podemos crecer, fortalecernos y animarnos unos a otros en la batalla de la fe. Al propiciar el conocernos mejor, el fortalecer las relaciones entre quienes estamos en Cristo, el ayudarnos a permanecer firmes, creo que podremos enfrentar mejor el reto de crecer en nuestra comunión personal con Dios, en nuestra comprensión de los retos de la fe y en nuestra disposición a no volvernos atrás en el camino del Señor. A no apartarnos de Dios para nuestra propia destrucción. Hebreos 10.34 NTV
Ve a tus hermanos como tus compañeros de camino, considéralos como un don que Dios te da para que puedas luchar la buena batalla, para que puedas terminar la carrera, para que puedas permanecer fiel. 2 Timoteo 4.7 NTV Pero también considera que tú eres un don de Dios para tus hermanos en la fe. Eres su compañero de camino, el que cubre sus espaldas y el que los ayuda a levantarse cuando han caído. Por ello te animo a que abundemos en el fortalecimiento de nuestra vivencia personal de la fe y en el cultivo de la convivencia con nuestros amados hermanos en la fe.
A esto los animo, a esto los convoco.
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26 septiembre, 2022 a 07:42
Muy buena reflexión que deja muy claro que si queremos mejorar nuestras relaciones dentro de la comunidad no podemos olvidarnos de la parte que nos toca porque como bien dices nadie puede sustituir nuestra responsabilidad personal. BUEN DÍA!!!
3 octubre, 2022 a 10:49
Buenos días