Escogidos
Jeremías 1.1-10; 18,19
Conocí a una muchacha que descubrió que su madre trató de abortarla. Como muchas otras personas en tales circunstancias iba por la vida sintiéndose miserable, poca cosa. Asumió el rechazo inicial de su madre como la constante en su relación con los demás. No sólo se consideraba rechazada por unos y otros, sino que se rechazaba a sí misma.
Cuán diferente posición existencial respecto de aquellos que se saben fruto de la intención amorosa de sus padres. Estos van por la vida sintiéndose seguros y valiosos. Confiados. Se saben elegidos. Es decir, elegidos por Dios desde la eternidad para lograr la gloria. Como Jeremías, a quien Dios le hace saber que lo escogió antes de que naciera para encomendarle una tarea especial, para enviarlo con un propósito, dándole el poder necesario para que pudiera cumplirlo y comprometiéndose a estar con él para cuidarlo mientras alcanzaba su propósito.
En el Nuevo Testamento descubrimos que uno de los sustantivos, nombres, con los que identifica a la iglesia, a los creyentes, es el de escogidos de Dios. v. gr. Romanos 8.33 El término se refiere al hecho de que, en su soberanía, Dios escoge a algunos con un propósito específico. Ya se trate, de un propósito salvífico o, en otros casos, para encomendarles ciertas tareas que implican una relación particular con él.
Desde luego, podemos aproximarnos a tal hecho como una cuestión injusta y preguntarnos por qué Dios tiene misericordia de unos y no de otros. Romanos 9.15 Pero, también podemos aproximarnos al tema reconociendo su señorío y agradeciendo que por mera gracia haya querido tener compasión y misericordia de nosotros.
En el llamamiento a Jeremías comprobamos que Dios actúa siempre más allá de las circunstancias. Su propósito redentor no es detenido ni por la ignorancia ni por el rechazo de las personas. Dios sigue amando a los suyos aún a pesar de la infidelidad de estos. Más aún, Dios no deja de hacer lo necesario para provocarlos a conversión y bendecirlos conforme a su propósito. Para cumplir con el mismo Dios llama a hombres como Jeremías y como nosotros.
Su elección no deja de lado el estado inicial en el que nos encuentra. El rechazo divino del argumento temeroso de Jeremías no significa que Dios ignore su condición de muy joven. Lo que Dios hace es animarlo a que deje de considerarse como tal porque a partir de ese momento, le dice, hablarás por mí. Irás donde yo te mande, y dirás todo lo que yo te diga… yo estaré a tu lado para cuidarte. [Y, lo más importante] Desde hoy tendrás poder sobre reinos y naciones, para destruir o derribar, pero también para levantar y reconstruir.
Además de tal transformación de la identidad del elegido, la vida de Jeremías nos muestra tres características de los elegidos, de aquellos a los que Dios ha escogido:
Forman parte de una cadena. Jeremías se presenta a sí mismo diciendo: Yo soy el profeta Jeremías, hijo de Hilcías. Soy del pueblo de Anatot, y vengo de una familia de sacerdotes. La historia personal de la mayoría de nosotros incluye características familiares relevantes. Sociales, económicas, intelectuales. En no pocos de nosotros se cumple aquello de que estamos parados sobre hombros de gigantes. En efecto, junto con Isaac Newton, podemos decir: Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes.
Lo que Dios ha hecho en y al través de nuestros antepasados lo ha capitalizado en favor de nuestra propia condición y capacitación como sus elegidos. Mi Padre acostumbraba a decir: tienes la responsabilidad de vivir de tal manera que en ti no se rompa la cadena. Somos llamados a convertirnos en los hombros sobre los cuales Dios pueda sostener a otros elegidos, a los que habrán de venir después de nosotros.
No buscan, reciben. Dios siempre sorprende a los que ha elegido. Sale a su encuentro y altera sus vidas. Los lleva por caminos que ellos ni esperaban ni conocían. Por eso la historia bíblica abunda en frases tales como: te saqué de Egipto, entregué en tu mano a tus enemigos, me fijé en ti cuando estabas bajo la higuera, antes que Felipe te llamara, etc. Dios siempre toma la iniciativa porque siempre va delante de nosotros. Ello explica que muchos de nuestros más importantes logros familiares, sociales, educativos, laborales, económicos, etc., nos toman por sorpresa. Descubrimos, muchas veces, que una cosa lleva a otra. Que cuando hemos agotado fielmente una etapa, Dios abre la puerta para la siguiente. En ello vemos el quehacer misterioso de la mano de Dios.
Pero, también nuestra condición de elegidos es la que explica las puertas que se cierran, los esfuerzos que a iniciativa propia realizamos y que resultan en fracaso, las pérdidas y los finales inexplicables. La razón es sencilla, cuando lo que nosotros queremos contraviene el propósito de Dios hemos construido sobre arena. Lo que hacemos no tiene posibilidades de permanecer. El fruto que cosechamos no es otro sino la cizaña de la insatisfacción y el descontento.
A todo ello le acompaña una convicción interior. Gracias a la dirección del Espíritu Santo, desarrollamos una capacidad para tomar distancia de lo que estamos viviendo. Para verlo en perspectiva. Aún a nosotros nos sorprende porque algo nos dice que hay en ello algo más que lo que nosotros podemos y hacemos por nosotros mismos. Nos damos cuenta de que no todo resulta de nosotros, de nuestro saber y hacer. Tenemos conciencia del misterio de la gracia. Vemos a otros y nos preguntamos ¿por qué ellos no? Y, desde luego, ellos ven que hay algo en nosotros que nos hace diferentes.
Viven en conflicto constante. A los escogidos les incomoda lo que está a su alrededor. Les incomoda su condición de diferentes. Les incomoda vivir bajo la presión de sus opositores. Todo, al mismo tiempo que arde en ellos la convicción de su llamado. Como Jeremías, quien, después de estar en la cárcel, llega al extremo de decirle a Dios: Hay días en que quisiera no acordarme más de ti ni anunciar más tus mensajes; pero tus palabras arden dentro de mí; ¡son un fuego que me quema hasta los huesos! Jeremías 20.9
Dios nos marca, pero no nos obliga. Nos atrae a él, pero nunca cierra la puerta con llave y la manija de esta siempre se abre desde adentro. Es decir, siempre está en nuestra mano renunciar a nuestra condición de escogidos, hacer la vida a nuestra manera y caminar nuestros propios caminos.
Podemos irnos. Podemos criticar, hasta menospreciar la obra de Dios. Podemos volvernos sus enemigos. Pero, el hecho es que Dios, y lo de Dios, permanece en nosotros como un fuego que nos quema hasta los huesos. Jeremías descubrió, como lo hemos descubierto muchos de nosotros, que la única solución a nuestros conflictos es perder nuestra vida para así poder vivir para Dios.
Quiero invitarte a que consideres que si estamos aquí es porque Dios nos ha llamado, nos ha elegido para que caminemos junto con él, pero también para que seamos colaboradores suyos en la tarea de la proclamación del Evangelio. Nuestro llamamiento no tiene que ver, inicialmente, con la voluntad o intención de las personas. No es el pastor, ni siquiera la congregación, menos aún nuestros familiares quienes nos han llamado. Dios es quien nos ha escogido y nos ha llamado. En cierto sentido, atrayéndonos, provocándonos, emboscándonos, es él quien nos ha traído aquí, en esta etapa de nuestras vidas, nos ha dado dones para esto, para lo que él quiere y a lo que nos invita en el aquí y ahora de su obra.
Desde luego para lo que tiene que ver con nuestra congregación, pero también para el oikos de nuestra vida diaria. Es decir, para el área de influencia propia de nuestro liderazgo en nuestro vecindario, nuestro entorno educativo, laboral y social. Dios nos ha elegido para que participemos del proceso de redención que él está realizando en nuestro entorno cotidiano.
Por ello, como quien comprende a Jeremías y a todos los y las jeremías que me escuchan. Es decir, a las mujeres y a los hombres que han sido llamados a hacer la vida honrando a su Dios. Quienes en su llamamiento encuentran retos, malestares y temores. A quienes no es preguntaron si quería, sino que sólo los llamaron. Sí, a ustedes, quiero invitarlos a que honremos nuestro llamamiento. A que asumamos nuestra condición de elegidos y vivamos en consecuencia.
Como a muchos, la verdad es que nos gustaría vivir vidas placenteras. Obtener lo más posible, a cambio de poco esfuerzo y sin mayores preocupaciones. Nos gustaría ser exitosos como lo son muchos otros. Pero, hemos sido llamados para ser testigos de Cristo y para vivir contra la corriente. Como lo hicieron aquellos que compartieron a Cristo con nosotros con su testimonio y mediante el anuncio de las Buenas Nuevas.
Les animo a que honremos la memoria de quienes nos preceden y que evitemos que en nosotros se rompa la cadena. A que no olvidemos que hemos sido llamados a no competir con los que corren a pie, sino que somos llamados a correr con los caballos. Jeremías 12.5 PDT (El que lee entienda)
Sí, a esto los animo, a esto los convoco.
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