Conocimiento. Sabiduría práctica
2 Pedro 1.3-11 PDT
Como sabes, soy Adoniram Gaxiola, pastor de la iglesia CASA DE PAN. Quiero agradecer que nos acompañes en el estudio de la invitación que el apóstol Pedro nos hace a crecer en el qué, el cómo y el propósito de nuestra vida cristiana. Te he invitado para que releamos la segunda carta de Pedro una y otra vez, ello con el interés de empaparnos de su mensaje y comprender la razón de su invitación para que crezcamos en Cristo. Confío que lo estás haciendo y que tu vida está siendo impactada con el poder de la Palabra de Dios.
En esta ocasión, leemos de la traducción La Palabra de Dios para Todos, en particular los versos cinco en adelante: Como ya tienen esas promesas, esfuércense ahora por mejorar su vida así: a la fe, añádanle un carácter digno de admiración; al carácter digno de admiración, añádanle conocimiento.
Al conocimiento, añádanle dominio propio; al dominio propio, añádanle constancia; a la constancia, añádanle servicio a Dios; al servicio a Dios, añádanle afecto a sus hermanos en Cristo y a ese afecto, añádanle amor. Ya nos hemos ocupado de los primeros dos elementos de la propuesta petrina: fe y virtud, a la que nuestra traducción llama: carácter digno de admiración.
Si a la fe debe añadirse excelencia y valor; al valor y la excelencia debe añadirse el conocimiento, la sabiduría práctica para enfrentar la vida, dice William Barclay. Si sabiduría es el grado más alto del conocimiento, y lo práctico son los conocimientos que enseñan el modo de hacer algo, entonces el llamado petrino adquiere una dimensión sumamente interesante e importante para nosotros.
De lo que se trata es que crezcamos siendo capaces de aplicar nuestra fe y nuestra virtud a nuestra realidad cotidiana. La fe tiene que ver con nuestro aquí y ahora, así como también tiene que ver con el todo de nuestro pensar, sentir y actuar. A esto se refiere Pedro cuando nos dice que debemos agregar el conocimiento.
Karl Marx aseguró que la religión es el suspiro de la criatura oprimida, el opio de los pueblos. Con tal sentencia, Marx sintetiza la acusación que se hace a la fe de ir en contra de la razón, del conocimiento. Se ocupa a los creyentes de ser escapistas, soñadores, incautos, ignorantes. Casi, casi, de vivir en la luna, en otro mundo. Y, a quienes predican a Cristo, se les tiene como meros embaucadores que se aprovechan de la ingenuidad de quienes tiene poco conocimiento.
Desafortunadamente, en no pocos casos, quienes pretenden tener fe desprecian al conocimiento. También hay quienes son creyentes vergonzantes, es decir, creyentes que se avergüenzan de su fe porque consideran que creer en Dios y en su Palabra es no tiene suficiente fundamento científico o de sentido común. Lo que, creen, los coloca en desventaja respecto de los que sí saben, de los intelectuales, más aún, de los inteligentes. Por eso, confinan su fe y convicciones a su vida personal, estando poco dispuestos a compartir el evangelio a sus conocidos.
Mayor dificultad encuentran para hacerlo, cuanto mayor reconocimiento y valor dan a la preparación intelectual de aquellos con los que hablan de su fe. Pareciera que piensan que la fe es un asunto privado que, cuando se saca a la luz pública es convierte en una cuestión de pena, de vergüenza. Cabría aquí recordar, en contraste, la convicción de Pablo, quien lo mismo hablaba de su fe a esclavas que a altos y cultos funcionarios del Imperio Romano. Este apóstol aseguraba: No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.
Cuando Pedro nos invita a añadir a nuestra fe virtud, y a la virtud conocimiento, tiende un puente equilibrador entre posiciones tan encontradas como las mencionadas. Primero, porque si hay que añadir conocimiento a la fe y la virtud, es que la fe y la virtud sin conocimiento no están completas, no son suficientes. En segundo lugar, porque si el conocimiento es un complemento, luego entonces, el conocimiento por el conocimiento mismo no es, ni será nunca, suficiente en la vida cristiana.
El término utilizado por Pedro, que se traduce como conocimiento es gnosis. Significa inteligencia, sagacidad, sabiduría, que han de ser aplicables y aplicadas a la vida diaria. Por eso puede ser sintetizada como sabiduría práctica. Esta consiste en el desarrollo de nuestra capacidad para aplicar la sabiduría recibida del Espíritu Santo y la obtenida mediante el ejercicio de nuestras capacidades mentales, a nuestro quehacer integral y cotidiano.
Notemos que esto exige tanto de disposición, como del compromiso y del esfuerzo personal. No es Dios quien añade a nuestra virtud, el conocimiento. Somos nosotros quienes debemos añadirlo. No podemos crecer en Cristo si siempre permanecemos en el mismo nivel de conocimiento en que nos encontrábamos cuando conocimos a Cristo.
Desde luego, el cristiano ora. Pero, también lee, estudia, investiga. Se ocupa de conocer mejor su fe, la historia y fundamentos de la misma, sí. Pero, también se ocupa de conocerse a sí mismo, el mundo en que vive; procura comprender su cultura y las circunstancias sociales, familiares y personales que vive.
Las áreas de nuestra Identidad en las que se hace necesario que crezcamos en conocimiento son tres, fundamentalmente: la intelectual, la emocional, la relacional.
Intelectual. Lo relativo al entendimiento. Lo que sabemos mediante la adquisición de conocimientos, mediante el aprendizaje. Aprender requiere de la adquisición de nuevos conocimientos y ello requiere, a su vez, de la disciplina del estudio. De la Palabra, desde luego, pero también de las cuestiones torales de nuestra vida. La fe cristiana promueve el cultivo del intelecto, la formación académica de los creyentes. Es un hecho que la fe cristiana promueve la educación de los suyos. Mi padre hizo un estudio con más de 800 congregaciones y descubrió que entre los cristianos de primera generación que eran analfabetos en el momento de su conversión, la mayoría de sus nietos alcanzaron grados universitarios. Es decir, la tercera generación de creyentes ya tenía un nivel de preparación académica muy superios al de sus abuelos.
Como comunidad de creyentes, sobre todo, como familias cristianas, somos llamados a motivar y facilitar el que nuestros hijos estudien para servir. Aún los creyentes adultos y los adultos mayores, somos llamados a comprometernos en la adquisición de los conocimientos que nos permitan servir mejor a nuestro prójimo. Todo ello, como una evidencia de nuestro crecimiento en la fe y la virtud.
Emocional. Somos seres emocionales. Algunas de nuestras emociones son connaturales a nuestra Identidad y otras son aprendidas. Las emociones son poderosas, generan sentimientos y afectan nuestras opiniones y relaciones. De ahí la necesidad de que aprendamos a conocer nuestras emociones dominantes, sus detonadores y efectos.
Quien no se comprende a sí mismo, difícilmente podrá desarrollar el dominio propio que ha recibido en el momento de su conversión. En una cultura hedonista, aprendemos a vivir bajo el poder de nuestras emociones. Pero, la fe nos recuerda que somos libres de tal poder. Que, al ser imagen y semejanza de Dios, somos seres racionales que pueden discernir y decidir para bien. Que podemos vivir la libertad a la que hemos sido llamados, cuando vivimos de tal manera que podemos administrar nuestras emociones con sabiduría y fortaleza.
Relacional. El cómo de nuestras relaciones está determinado por lo que pensamos y por lo que sentimos, acerca de nosotros mismos y de los demás, entre estos, Dios. A lo largo de la vida, consciente e inconscientemente, hemos aprendido a relacionarnos siguiendo ciertos modelos relacionales. Nuestra responsabilidad es examinar si tales formas aprendidas corresponden a nuestra condición de hijos de Dios.
Primero, porque somos llamados a ser ministros de la reconciliación. Es decir, somos llamados a reconciliar nuestras relaciones y a servir para que otros se reconcilien, consigo mismos, con los suyos, con la sociedad, con Dios. Porque estamos en Cristo podemos desaprender a relacionarnos como aprendimos a hacerlo. Y al relacionarnos a la manera de Cristo nos convertimos en instrumentos de paz y de entendimiento. Es así como somos luz y sal, mostrando formas relacionales alternativas y contribuyendo a la preservación de relaciones humanas sanas, proactivas y empoderantes.
La fe sin virtud se agota y confunde. La virtud (valor, bondad y eficacia), sin conocimiento no tiene ni dirección ni buen fruto. El creyente tiene lo necesario para crecer en conocimiento de manera integral. Ello significa que ha recibido de Dios la capacidad para desarrollar su intelecto (de lo que hay innumerables testimonios), así como para conocer y manejar sus emociones. Desde luego, hemos recibido la capacidad para hacer de nuestras relaciones espacios de bendición, mediante el perdón, la reconciliación y el realineamiento de las mismas.
La fe cristiana dimensiona la importancia y utilidad del conocimiento práctico. Por ello no hay conflicto entre fe y ciencia. Ambas encuentran su origen en Dios mismo. Tener fe no requiere que dejemos de saber; y saber, nutre nuestra fe.
Les animo a que abundemos el cultivo de nuestro conocimiento. Primero, de la Palabra de Dios. Luego de las cosas que tienen que ver con nuestra vida diaria. Les invito a leer, a investigar, a conocer y aún apreciar las distintas manifestaciones del arte, la ciencia, la historia que, en lo personal, me gusta tanto. Porque, mientras más sepamos de aquello que Dios ha creado e inspirado, mayor sabremos de Dios mismo y más podremos alabarlo y confiar en él. Invirtamos nuestro tiempo y recursos en prepararnos mejor, en aumentar nuestro conocimiento integral de las cuestiones de la vida: las espirituales, las intelectuales, las sociales, etc. El creyente que crece en conocimiento se parece más y más a su Maestro y Señor, Jesucristo.
A esto los animo, a esto los convoco.
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