Se nos murió Juanito

Salmo 23

Esta semana se nos murió Juanito Gutiérrez. Y, cuando menos en mi caso, su muerte provocó que algo se secara dentro de mí. No sólo fue mi oveja, mi secretario con humos de jefe, sino compañero de vida que me enriqueció, toleró y alegró de manera extraordinaria. También me retó. Una y otra vez sus ideas y actitudes pusieron a prueba mi paciencia y, sobre todo, mi confianza en mi capacidad para ministrar, no pocas veces me hizo preguntarme si de veras sirvo para pastor. Pasaba de las convicciones más hermosas al derrotismo contagioso. Sin embargo, su amor, su lealtad y su peculiar fe en Dios animaron y enriquecieron mi vida, mi fe, mi llamado. Fue paciente conmigo y valiente para estar a mi lado. Su muerte me platea muchas preguntas y una profunda convicción: no habrá otro Juanito a mi lado. Así que, a ver como le hago para hacer la vida sin su compañía.

El Salmo 23 era uno de los favoritos de Juanito. De hecho, según recuerdo, no podía repetirlo sin emocionarse. Debo confesar que siempre me ha llamado la atención el impacto que este salmo produce en algunas personas. Sobre todo, porque no siempre lo que el salmo dice corresponde con la experiencia de vida de quienes lo aman y han hecho suyo. Corro el riesgo de proponer que algunas personas lo repiten como un mantra y que mientras lo repiten sucede algo místico en su corazón y en su entendimiento. Sus emociones afloran y entran en un espacio de paz, confianza y esperanza, al mismo tiempo que su entendimiento se aclara y enriquece ante la revelación del amor de Dios y del sentido de su presencia en la persona.

Juanito vino a confirmar mi convicción de que la fe ni es una cuestión de perfección ni nos hace perfectos en el sentido que entendemos tal concepto. Quien tiene fe ni siempre está seguro de sus creencias ni siempre actúa congruentemente con las mismas. Quien tiene fe se asume fuerte y capaz para enfrentar la vida porque asume que Dios está con él o con ella. La declaración inicial de nuestro salmo así lo demuestra. La declaración: Jehová es mi pastor; nada me faltará, es de por sí interesante e importante. Con ella el salmista realiza un acto de eliminación. El nada me faltará no sugiere, siquiera, que su pastor le proveerá todo. Lo que el salmista asegura es que ha decidido, que cree, confía y espera, que tener a Jehová como su pastor le resulta suficiente para el todo de la vida.

Como algunos de ustedes saben, David no es santo de mi devoción. Sin embargo, su experiencia de vida me reta y hasta enriquece. Especialmente porque, me parece, David fue un hombre que vivió momentos de soledad prolongados y decisivos. No sólo tuvo que vivir a salto de mata por mucho tiempo, huyendo de Saúl para proteger su vida. Sus años de poder y abundancia parecen haber estado aderezados también con la soledad, la soledad del poderoso. Quizá su pecado con Betsabé fue propiciado por tal soledad. Siempre ha llamado mi atención que en su vejez tuvieran que conseguirle una muchacha, Abisag, para que durmiera con él, dado que de tan viejo y acabado necesitaba calor por las noches. Me pregunto ¿no estaba a su lado alguna de sus esposas o concubinas? ¿A tal grado llegó su soledad que fue necesario conseguirle una cobija con tripas?

Pareciera que me he desviado del tema, pero no. Mi propuesta es que la declaración inicial de nuestro salmo sólo pueden hacerla suya plenamente quienes han probado del todo de la vida, de sus miserias y de sus riquezas. Que han tenido todo y también han tenido las manos vacías. Que han amado y sido amados y han vivido solitarios, solitarias, añorando y deseando compañía. Hombres y mujeres que descubren, por experiencia propia, que en el todo de la vida lo único que es y resulta suficiente es vivir en comunión y al amparo de nuestro buen Dios. Paradójicamente, descubrimiento que es resultado tanto de los aciertos como de los errores de la vida. A veces pienso que esto explica que el Salmo 23 que aprendemos desde niños, se convierte en uno de los preferidos de los viejos, si no es que se trata del salmo preferido por estos, mujeres y hombres.

En la vejez descubrimos la plenitud de la vida cuando, carentes de tanto, encontramos en nuestro buen pastor la razón, la fortaleza y el sentido mismo de la vida.

Otro de los pasajes de este salmo que toman relevancia en la vejez es el verso cuatro: Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Esta semana, al compartir con una buen amigo de la Red de la Gente Grande la noticia de la muerte de Juanito, en algún momento repetí una frase que aprendí de otro pastor: La vida y la muerte van de la mano. Mi amigo se alarmó y me pidió que no lo dijera así y, mucho menos, en lo que a él se refiere. Bueno, le insistí que nos guste o no, la vida y la muerte van de la mano. Una paráfrasis de la expresión del salmista podría ser que transitamos el valle de la vida a la sombra de la muerte. A la sombra de la muerte porque aunque sabemos que vamos a morir no sabemos cuando lo haremos. Y es en la vejez cuando esa sombra se hace más densa y evidente en nuestro diario caminar. Y, ante tal realidad, la declaración no temeré mal alguno, se vuelve ambivalente.

Ambivalente es lo que puede interpretarse de dos maneras distintas. La cuestión de la muerte y del cómo enfrentamos su viabilidad nos hace ambivalentes. Como muchos otros contemporáneos Juanito pasaba del deseo de la muerte, como una amigable alternativa, al clamor de ser librado de la misma. Cuando pedía morir y, a veces quería que lo apoyara en tal clamor, yo le respondía: Sí, te quieres morir, pero, no dejas de ir al doctor. Habrá críticos severos que a las personas que tienen tal espíritu ambivalente ante la muerte los acusen de débiles, falsos o hasta hipócritas. Pero, el hecho es que quienes leemos este versículo asumimos nuestra ambivalencia y reconocemos nuestro temor-esperanza ante ese paso a la eternidad. Por eso es por lo que recordamos que en tal tránsito nos resulta indispensable contar con la vara y el cayado -la disciplina y el auxilio- de nuestro buen Dios.

Otra cosa que me hace pensar que este salmo es de la etapa postrera de David, es su conclusión. La convivencia con los ancianos, y mi propia experiencia como tal, me permite comprender la necesidad que el salmista tiene de la reivindicación al final de su vida. Reivindicar es: Reclamar o pedir [alguien] con vehemencia y firmeza una cosa a la que tiene derecho y de la cual ha sido desposeído o está amenazado de serlo. Los viejos necesitamos ser reivindicados. Reconocidos y hasta recompensados por lo bueno que hemos hecho, por aquello a lo que tenemos derecho, por más poco que esto sea. La figura que el salmista escoge: Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Es hermosa y reveladora del anhelo, de la necesidad, que no pocos ancianos atesoran al final de sus vidas.

Se trata de una especie de revancha de vida. Se necesita ser reconocido, apreciado. De estar sentado en un ambiente de fiesta a la vista de todos, aún y sobre todo, de sus enemigos. Es cierto que los viejos llegamos al final de nuestra vida con un gran acervo de errores y fallas. Pero, la vejez y la fragilidad asociada a la misma hacen que los aciertos, los puntos buenos, adquieran para el viejo una dimensión importante y que necesite saber que son notorios y apreciados, sobre todo, por los suyos. Nadie quiere terminar la vida en fracaso ni, mucho menos, siendo un fracasado. Siempre se atesora la esperanza de que el paso por la vida haya sido siembra que fructifique para bien en aquellos a los que, indudablemente y a pesar de todo, se ha amado.

Mientras he escrito mis notas para esta reflexión en distintos momentos me he detenido porque han venido a mi mente escenas, palabras, experiencias vividas con Juanito.  Creo que, de alguna manera, estoy hablando de él. Que nuestro salmo habla de él, de su experiencia de vida, de su fe, de su ser y sentir. Sobre todo, porque nunca he podido leer o repetir este salmo sin ignorar esa atmósfera de amor, aceptación fortaleza que el mismo genera misteriosamente. Es un canto de amor a dos voces, la del salmista que abre su corazón y habla y dice lo que hay en el mismo. Pero, también la voz de Dios que silenciosa, pero, desde muy adentro del corazón del salmista y de quien lee el salmo, confirma las palabras del que ora y abunda en el testimonio de amor con el que se relaciona con los suyos. Quien hace suyo el Salmo 23 hace suyo el amor de Dios, se sabe amado y ello le permite enfrentar la vida, a veces a trompicones, pero, siempre, en esperanza y con gratitud.

Se nos murió Juanito en un año en el que en nuestro país han muerto decenas y decenas de miles. Pero, ello no quita que la muerte de mi hermano, amigo y compañero, duela. Se trata de un dolor en esperanza, sí, pero, al fin y al cabo dolor. Ojalá que cuando nosotros ya no estemos haya quienes se duelan por nuestra partida y agradezcan a Dios por el don de nuestras vidas. Vivamos de tal forma que animemos a los nuestros a extrañarnos y a agradecer nuestro paso por sus vidas.

A esto los animo, a esto los convoco.

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One Comment en “Se nos murió Juanito”

  1. yanamontoya Says:

    Mi gratitud a Dios, por haber coincidido con Juanito, «se nos fué» pero vivirá siempre en mis recuerdos.
    Gracias Pastor por tan bellas y sinceras palabras.


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