Hablemos del compromiso con uno mismo
Como sabemos, compromiso es una obligación contraída. Es decir, es algo que se está obligado a hacer dada la naturaleza de la persona. Persona es un individuo, así que nuestra condición de personas humanas distingue la dimensión individual de cada uno de nosotros. Somos individuos, particulares, diferentes a cualquier otra persona. Sin embargo, durante el proceso de formación de nuestra personalidad somos influidos de diferentes maneras y en distintos grados por aquellos que están a nuestro alrededor. Ellos y ello nos dan forma, generalmente una distinta a lo que somos, podemos y queremos ser. De ahí que la madurez, la emancipación de nuestras familias, la recuperación de nuestra propia identidad, sean integrantes de la obligación que tenemos con nosotros mismos de identificar y hacer evidente quiénes somos. Estamos comprometidos con nosotros a ser nosotros mismos, diferentes de los demás y otros distintos a lo que los demás quisieron hacer de nosotros.
La importancia de tal compromiso reside en el hecho de que sólo quien se asume un individuo, uno distinto a los otros, puede tomar el control de su vida y realizar lo que es propio de su identidad e interés. Quien no se obliga consigo mismo sigue estando a expensas de otros, siendo y actuando de acuerdo a lo que los demás han hecho de él: con unos sumiso, con otros valiente; con unos fuerte, con otros débil; con unos triunfador, con otros un mero perdedor. Dejan de ser ellos para ser con cada cual lo que éste espera que sean. Terminan viviendo vidas esquizoides, sin control ni satisfacción. Y, lo que es peor, sin sentido ni esperanza.
Asumir el compromiso de ser nosotros y no lo que otros hacen de nosotros, requiere del cumplimiento de tres condiciones o, mejor aún, del desarrollo de tres características fundamentales:
Un nuevo orden interno. Proverbios 16.32. Resulta interesante el símil de nuestro pasaje, pues tanto el que conquista una ciudad como el que domina su espíritu, se ven en la necesidad de establecer un nuevo orden. El conquistador de ciudades hace lo que se tiene que hacer con aquello con lo que cuenta, con lo que ha encontrado en la ciudad que ahora está bajo su dominio. Altera el viejo orden, desecha lo que no está de acuerdo con su interés y establece lo que resulta necesario para el cumplimiento de su propósito. Así, asume la responsabilidad de que la ciudad sea lo que él quiere y puede hacer de ella. Entierra a los muertos, derriba lo que no sirve o conviene, destierra o encierra a sus enemigos y hace de la ciudad, su ciudad.
De manera similar, cuando se llega a la edad adulta la persona ya está bajo un orden establecido. Sometida o influenciada por fuerzas ajenas y siendo lo que, en buena medida, otros han hecho de ella. La madurez requiere de la emancipación respecto del poder y la trascendencia de tal orden. Requiere, por lo tanto, que la persona asuma la responsabilidad de sí misma y se ocupe de establecer el orden que le es propio. Las personas maduras s asumen obligadas a responder por sí mismas. Es decir, se obligan a dejar de explicarse a sí mismas en función de lo que los demás hicieron de y con ellas. Como el que conquista una ciudad, alteran el viejo orden, desechando lo que no está de acuerdo con su interés y estableciendo lo que resulte necesario para ser lo que son.
La Biblia llama a este proceso, conversión. Se sale de un orden que es según la carne, el pensamiento humano limitado y deformado, para pasar a un nuevo orden, el que es según el Espíritu y que produce vida plena, vida abundante.
Determinación. Lucas 9.51. La vida está llena de puntos de inflexión, de momentos y circunstancias que determinan el curso de la misma. En el caso de Jesús, se llegó el momento en que había de ser recibido arriba; es decir, el momento clave de su razón de ser, de su para qué había venido al mundo. Y llegado ese momento, Jesús, afirmó su rostro. Jesús fijó los términos de su identidad y misión, es decir, tomó la determinación de ser y hacer lo que le era propio. Muchas personas siguen siendo la misma ciudad de siempre, atrapadas en lo que no les es propio, porque les falta determinación. Porque no se deciden a afirmar, a establecer, lo que se requiere para su propio crecimiento e independencia respecto de personas y hechos que les impiden madurar. No se trata de falta de conocimiento, ni de la aceptación como propia de la circunstancia que se vive. Se trata de falta de determinación, de falta de osadía y valor para el establecimiento del orden que conviene a sus vidas. Esta falta de osadía les mantiene como extranjeros en su propia vida; mientras que el valor y arrojo les liberan y permiten construirse a sí mismos.
Compasión. 1 Pedro 3.1,8. Compasión es, también, sentir con el otro. Comprender, entender al otro. Uno podría preguntarse qué tiene que ver la compasión con el comprometerse con uno mismo. La verdad es que tiene que ver mucho. De acuerdo con nuestro pasaje, la compasión tiene un efecto liberador, liberalizante, respecto de las acciones del otro y que nos han afectado, particularmente de manera negativa. Quien entiende las razones, y aun las sinrazones, que sustentan las actitudes y conductas de los demás puede liberarse de la compulsión de devolver mal por mal. Quienes permanecen bajo la influencia y el poder de la ciudad en la que son extranjeros, cultivan la necesidad de la venganza. No les importa si esta la obtienen al castigar a quienes les dañaron, o si la obtienen al castigar a quienes pueden hacerlo. Lo que les importa es sentirse satisfechos de poder castigar a alguien, aunque ello signifique mayor miseria para sus propias vidas.
El que cultiva la compasión se mantiene libre y, por lo tanto, puede responder con el bien a quienes le han hecho mal. Puede bendecir a quienes le han maldecido. Puede, por lo tanto, ser señor de su ciudad, enterrando a los muertos, derribando las casas de mal, al mismo tiempo que cultiva la vida y edifica casas en las que el bien y la justicia propician la paz y el crecimiento de todos.
Pero, dirá alguno, con qué puedo hacer todo esto. ¿Dónde mis soldados, cuál mi armamento, en la conquista de mi propio espíritu? Como en ningún otro, es en este terreno que cobran relevancia las palabras de Pablo cuando nos asegura que Dios, no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. 2 Timoteo 1.7. No hay conquista de uno mismo que sea posible, fuera de Dios. Sólo nuestro Señor Jesucristo tiene poder para deshacer las obras del diablo. 1 Juan 3.8.
Por ello es que debemos volvernos a Dios buscando no solo su mano, sino su rostro. Es decir, debemos convertirnos a él y reconocerlo como el Señor de nuestra vida. Debemos estar dispuestos a que el orden de Dios altere nuestro propio orden. A hacer y dejar de hacer, a vivir de tal manera que seamos el espacio en el que la voluntad de Dios se cumpla día a día. Si lo hacemos así, y esta es mi invitación a que lo hagamos, podremos comprobar que quien vive en el orden de Dios, vive en la libertad que él nos provee al través de Jesucristo y disfruta de la vida plena, la vida abundante, en la ciudad, nosotros mismos, que hemos conquistado por el poder de su Espíritu Santo.
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20 agosto, 2014 a 18:20
EXCELENTE!!!
22 agosto, 2015 a 17:53
Esas palabras me dieron una visión diferente, son cosas que ya sabía, pero no comprendía, me ha hecho sonreír, pensar que puedo ser la dueña de mi ciudad es genial.
Gracias por este post, estaré al tanto de esta página.
27 octubre, 2017 a 20:10
excelente palabra
22 abril, 2018 a 18:59
un compromiso es cuando alguien se compromete Aser algo