Cuando Dios resulta incómodo  

Salmos 73; Romanos 8.37ss

Los pasajes que dan fundamento a nuestra reflexión son de mis favoritos. Con frecuencia pienso en ellos, cuando oro, acaban por hacerse presentes. Por ello es por lo que hoy quiero compartir esta reflexión y animarte para que leas Salmos 73 y Romanos 8. Estoy seguro de que recibirás bendición y sustento para tu fe y perseverancia.

Uno de los privilegios de nosotros los pastores es que ustedes, con sus familias, son compañeros frecuentes de nuestros días y habitantes comunes de nuestros pensamientos. Pensamos en ustedes, nos preguntamos por su vida, oramos por los problemas que conocemos pidiendo fortaleza, sabiduría y dirección y, desde luego, consuelo para cada una de nuestras ovejas.

Sin embargo, debo confesar que a veces ni la fe, ni mi conocimiento de la Palabra, ni mi experiencia pastoral, parecen suficientes recursos cuando se trata de servirles y apoyarles en su caminar diario. Quizá esto no sea sino el reflejo de mi propia confusión, sorpresa y tristeza ante las situaciones, ¿cada vez más extraordinarias?, a las que la vida nos enfrenta.

No se trata sólo de las noticias que los periódicos nos acercan en el día a día. O del incremento de la violencia intrafamiliar, o el número creciente de divorcios –con su consecuente cauda de soledad, pobreza, amargura, etc.-, de la violencia callejera contra las mujeres, el alcoholismo y otras adicciones; en fin, tantas cosas que parecen tan lejanas y, sin embargo, cada día tocan a nuestra puerta o, de plano se meten en nuestras vidas sin siquiera avisar ni, mucho menos, pedir permiso.

Se trata, también, de las tragedias, las tristezas y los retos que enfrentan aquellos a los que amamos. De la confusión, el enojo y la impotencia que se apoderan de nuestros cercanos cuando la vida parece ensañarse quitándoles aquello que más aman o que más importante les resulta. En tales situaciones surgen, dolorosas, preguntas tales como: ¿Qué es lo que permanece en la vida? ¿Hay alguna garantía de bien? ¿Hay alguna posibilidad para la paz, para la felicidad?

En estas circunstancias la relación con Dios me resulta incómoda. Dios me resulta incómodo. Los porqués se multiplican y arrastran con ellos confusión, impotencia y rebeldía. Y es entonces cuando surge el reto de la fe, el conflicto entre el renegar de Dios o insistir en la búsqueda de su presencia. Como el Salmista, quien, de manera poética, describe su caminar en tiempos de confusión.

Después de una terrible descripción de su confusión respecto de lo ¿injusto? y del aparente absurdo de la vida, el salmista dice: Hasta que, entrando en el santuario de Dios, comprendo… Salmos 73.17 Parecería que el camino seguido por el salmista hasta el santuario tuvo que pasar por confusión, cuestionamientos y aún por la tentación del abandono de la fe. No cabe duda de que Dios tiene una forma particular de llevarnos a su presencia, de animarnos a entrar en su santuario. De llevarnos hasta el lugar donde él se revela y nos muestra que, en medio de toda la confusión, él permanece en control.

Por su lado, Pablo asegura que: Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, y a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósitoTodas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, sería una buena paráfrasis. Él lo ha dicho, se ha comprometido a ello, y el recuerdo de su actuar pasado así lo confirma.

Pero este es un hecho que sólo podemos descubrir y comprobar cuando hemos llegado al santuario de Dios. Me atrevo a proponerte que el bien de todas las cosas no se hace presente en el camino al santuario, sino en la intimidad del mismo.

Resulta que, generalmente, al salir de su santuario, las cosas siguen igual. Y es entonces cuando resulta necesario que Dios cumpla la promesa que Pablo registra. Por ello, al salir del santuario, de la intimidad de la presencia de Dios, es que no nos queda sino pedir que, para ustedes y para mí mismo, se cumpla su promesa transcrita por Pablo: Que todas las cosas que ustedes están pasando, sufriendo, decidiendo, sean para su bien y el de los suyos. Romanos 8.28

Por ello, en las circunstancias que cada uno de ustedes enfrenta, mi oración es que ustedes sean fortalecidos y permanezcan firmes en el todo de la vida. Pido que el mal que originó sus problemas y tristezas sea contenido, sujetado y detenido, en la vida de ustedes. Pido que no haya daño sobre daño, sino que el bien de Dios se manifieste en gracia y restauración. Sobre todo, mi oración es que aquello que Dios les tiene preparado se manifieste plenamente.

Desde luego, hay una razón que anima tal confianza en medio de tanta confusión y debilidad, esta es la certeza del amor de Dios. En su santuario y fuera de él Dios siempre se manifiesta. Dios nos ama y su amor lo mantiene unido a nosotros. El primer beneficio de tal amor es la que podemos llamar su adicción a nosotros, su anhelo de nosotros. Apocalipsis 3.20 Ante este anhelo de Dios por nosotros, es decir, su interés comprometido para con los suyos, el sufrimiento, las dificultades, la persecución (violencia), el hambre, la falta de ropa, el peligro o aún la muerte violenta, son solo circunstancias, difíciles y dolorosas, pero circunstancias al fin al cabo.

Es decir, apenas son: Aspectos no esenciales que influyen o aparecen en un fenómeno, acontecimiento, etc.

Dios, a quien su decisión de respetar al extremo nuestra libertad como seres humanos le ata frecuentemente las manos frente al cómo y a los riesgos que tomamos en nuestra vida, nos ama. Cuando él no puede detener aquello que el quehacer humano ha desatado, permanece a nuestro lado amándonos. Sufre con nosotros, se duele con nosotros y aún llora con y por nosotros. Pero, hace más que ello. También nos sostiene, nos consuela, nos restaura y nos rodea de hombres y mujeres que son el testimonio fehaciente de que él no se ha apartado de nuestro lado.

Pero, si bien es cierto que Dios se vale de tales personas como los medios por los que nos hace saber de su amor, también es cierto que Dios manifiesta su amor de manera personal, misteriosa, sí, pero real e íntima. En la intimidad de su presencia, en su santuario, nosotros podemos encontrarnos con él, exponerle nuestras dudas y quejas, llorar en su presencia, etc., para salir restaurados al mundo con el poder y la autoridad suficientes para enfrentar la vida como nos ha tocado vivirla.

A diferencia del santuario al que Asaf entró, nosotros podemos entrar directamente, gracias a la obra de Jesucristo, hasta el corazón de Dios. Entramos al espacio de su intimidad, ahí donde residen su amor, su comprensión, su disposición benevolente y su amorosa voluntad en nuestro favor. Ahí podemos experimentar la realidad de su presencia y en la misma abrirle nuestro corazón para contarle lo que en él hay y abrir también nuestros oídos para escuchar lo que él tiene que decirnos.

Por ello es que mi invitación a ustedes quienes, quizá como yo, resultan confundidos, desanimados y lastimados por las circunstancias de la vida, consiste en animarles a que entren en el santuario de Dios. A que sea en su presencia, en el cultivo cuidadoso y constante de su comunión, donde descubran el qué y el cómo del bien, que ese dolor que ahora experimentan habrá de tener como consecuencia.

A esto los animo, a esto los convoco.

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