Cuando la bendición nos aleja de Dios

Salmos 103.1-18 RVR1960

Como hemos dicho muchas veces, este salmo da palabras a nuestros sentimientos más profundos y nos permite, al escucharnos a nosotros mismos, recordar y enumerar sus bendiciones, confirmar, así, la realidad del amor del Señor… De esta manera el salmo 103 anima nuestra gratitud a Dios y nuestra confianza en él. En la consciencia de su paternidad amorosa nos sabemos aceptados y comprendidos, asumiéndonos beneficiarios de su gracia y capacitados para permanecer confiadamente en comunión con él.

Hoy propongo a ustedes que, al inspirar al escritor sagrado a escribir este salmo, el Espíritu Santo revela una preocupación divina, sí, Dios se preocupa. Esta preocupación es que, paradójicamente, las bendiciones recibidas pueden llevar al creyente a separarse de Dios, y aún a renegar de su fe en el Señor. Hay reniegos dramáticos, violentos, pero los más peligrosos y dañinos son los reniegos quietos, que se van dando como quien se desliza sobre el agua. Creo que a Dios le preocupa el que mientras más bendecido el creyente, mayor el riesgo de que este se aparte de él y que deje de reconocerlo y servirlo como su Señor y Rey.

A lo largo de los siglos se ha propuesto que la fe en Dios es propia de personas ignorantes y pobres. Se asegura que en la medida que las personas y aún las sociedades se vuelvan más educadas y gocen de un mejor estatus socioeconómico, menor necesidad tendrán de la idea de Dios y se alejarán de las creencias religiosas. Es decir, pretenden quienes defienden este argumento, que son la necesidad, la pobreza y la desventura los factores que acercan a Dios, o al mito de este a las personas.

Tales aseveraciones resultan, cuando menos, prejuiciosas y parciales. De hecho, mentirosas. La verdad es que ni todas las personas de niveles intelectuales y económicos bajos creen en Dios, ni todos aquellos que gozan de niveles educativos y económicos altos son incrédulos. En los Estados Unidos, por ejemplo, el 46% de los egresados universitarios declaran que la religión es muy importante en sus vidas y el 55% declaran creer en Dios con absoluta convicción. Pewforum 2017

Considero que más que una cuestión intelectual y económica el abandono de la fe, tanto en su doctrina como en su práctica, responde a dos factores que acompañan frecuentemente lo que podemos llamar la evolución social ascendente de las personas, familias y sociedades. Estos factores son: la convicción de la autosuficiencia y el cultivo de la autocomplacencia.

Autosuficiencia es la convicción que la persona desarrolla de que lo que tiene y ha logrado en la vida es merecimiento y recompensa a su esfuerzo, capacidad e inteligencia. A este respecto el de la convicción de la autosuficiencia, Dios, quien conoce tan bien el corazón humano, tuvo el cuidado de prevenir a Israel, cuando la prosperidad era apenas una promesa, una posibilidad.

Les advirtió o los previno diciendo: Cuando hayan comido y estén satisfechos, y vivan en las buenas casas que hayan construido, y vean que sus vacas y ovejas han aumentado, lo mismo que su oro y su plata y todas sus propiedades, no se llenen de orgullo ni se olviden del Señor su Dios… No se les ocurra pensar: “Toda esta riqueza la hemos ganado con nuestro propio esfuerzo.” Deben acordarse del Señor su Dios, ya que ha sido él quien les ha dado las fuerzas para adquirirla, cumpliendo así con ustedes la alianza que antes había hecho con los antepasados de ustedes. Deuteronomio 8.12ss

No resulta difícil comprender que quien logra y adquiere cada vez más dones, intelectuales, materiales y económicos, pronto llegue a pensar que los mismos son resultado de su capacidad y de su esfuerzo. Por lo tanto, no es raro que se asuma que se es autosuficiente. Es decir, que se basta a sí mismo. De esta convicción surge la de la autonomía, es decir la convicción de que no se necesita de nadie, ni de Dios, sino de las propias fuerzas y capacidades. Y, no sólo ello, sino se asume que es libre para decidir lo bueno y lo malo, gobernándose por sus propias normas, sin tomar en cuenta a los otros, ni a Dios.

Pero, quienes piensan así olvidan que hay otros más capaces y otros que se han esforzado más que ellos y que no tienen ni han alcanzado lo que ellos sí. Dejan de lado que hay muchos elementos, además de su capacidad y esfuerzo, que explican su prosperidad, entre estos otros elementos, el primero y principal de ellos, la inexplicable gracia divina.

Es decir, el favor inmerecido de Dios que sin razón ni lógica alguna les ha privilegiado a ellos por encima o aún a costa de otros. Intencionalmente, consciente e inconscientemente olvidan o ignoran, las manos que les han provisto y apoyado. Ignoran intencionalmente a quienes les han abierto puertas y facilitado el caminar por los caminos que los han conducido al éxito logrado. No pocos dejan de lado y aún menosprecian el hecho de que están parados sobre hombros de gigantes. Todo ello, sólo la expresión de la gracia divina en su favor.

Lamentablemente, aun cuando hay quienes reconocen el quehacer de la gracia, no resulta extraño que reconociendo la participación divina en su prosperidad terminan asumiendo que esta es mero reconocimiento a los méritos propios y no gracia pura. Irónicamente, hay quienes se asumen merecedores de la gracia.

Paradójicamente, quien más seguro de sí mismo está, menos se ocupa de agradecer los dones recibidos y de cuidar su comunión con Dios. Al fin y al cabo, puede pensar que, si ha sido capaz para adquirir lo que tiene, será capaz para conservarlo. Quienes así piensan y actúan olvidan dos cosas, la primera, que siempre habrá alguien con mayores méritos que los nuestros y, la segunda, que nada hay seguro en la vida, tal como lo previene Eclesiastés 7.14 NTV

Olvidan, también, que quien no reconoce a Dios y vive para él, corre el riesgo de enfrentar la ira del Señor y encontrarse con que el mismo que le dio todo lo que ahora tiene, tiene el poder para quitarle todo lo que le ha dado.

Respecto del segundo factor, el de la autocomplacencia, debemos decir que esta consiste en la satisfacción por los propios actos o por la propia condición o manera de ser. La autocomplacencia produce en quien ha logrado algo, mucho o poco, la convicción de que lo logrado tiene como razón, como propósito principal, la satisfacción de sus deseos. La persona autocomplaciente, barre para adentro. Es decir, hace la vida pensando que todo tiene que ver con ella y que el fin de la vida y de quienes están a su alrededor es proporcionarle lo que merece.

Jesús contó la historia de un hombre autocomplaciente. Este, tan orgulloso de sus logros estuvo que llegó a la conclusión de que había llegado el momento de destruir sus viejos graneros y construir unos más grandes. Consideró que había llegado el tiempo de decirse a sí mismo: Amigo mío, tienes almacenado para muchos años. ¡Relájate! ¡Come y bebe y diviértete! Lucas 12.16-21 NTV

La prosperidad autocomplaciente anima a no pocos a destruir sus viejos graneros. Ante lo que han logrado, de pronto su cónyuge les resulta inapropiado, los hijos se convierten en una molestia para su descanso, consideran la moral como una trampa inhibidora de su placer y a Dios, un ser tan incómodo que hay que dejarlo de lado mientras no se le necesite.

No pocos creyentes que han sido prosperados encuentran, en la asistencia a la iglesia y en el cumplimiento de sus deberes cristianos, un granero viejo que debe ser derribado.

Después de todo, consideran, ha llegado el momento de relajarse, de comer y beber, que ha llegado el momento de divertirse, de pasarla bien. Se lo merecen, pues para ello han trabajado tanto y no tienen por qué privarse de aquello a lo que tienen derecho.

Viven como si su fortuna y su misma vida no tuvieran un final.

Pero, resulta que la historia de este hombre no termina con el disfrute de sus nuevos graneros. Su tiempo se acabó, como en el juego de la piñata y otro vendría a ocupar su lugar. Cuando mejor iba todo, de pronto todo se acabó. Esta es una historia que se repite una y otra vez. ¡Qué difícil resulta la caída para quienes, de pronto, enfrentan pérdidas para las que no estaban preparados!

¿Por qué, podemos preguntarnos, pasan cosas así? Bueno, Jesús lo explicó de esta manera: El que almacena riquezas terrenales, pero no es rico en su relación con Dios es un necio, un perdedor. Quien vive para sí mismo, deja de vivir para Dios. Esto rompe el equilibrio vital de la existencia humana, porque la Biblia nos recuerda una y otra vez que ni somos nuestros ni vivimos para nosotros mismos. Que somos y vivimos para Dios. Romanos 14.

Y que es en servir a Dios, en el honrarle con lo que somos y hacemos, en donde reside nuestro confort y nuestra realización última. Todo esto es posible en la medida que tenemos presente que es él quien ha hecho engrandecer su misericordia sobre nosotros.

Estamos viviendo tiempos difíciles, duros, inseguros. Tiempos que resaltan nuestra fragilidad y la poca capacidad nuestra para controlar nuestras circunstancias. Tiempos en lo que aquello que nos hacía fuertes antes, es ahora motivo de nuestra preocupación. En una situación similar el Apóstol Pablo invitó a los efesios a que tuvieran cuidado de cómo vivían. Les dijo saquen el mayor provecho de cada oportunidad en estos días malos. Efesios 5.16

Propongo a ustedes que esto podemos hacerlo si reconocemos y asumimos como pensamiento gobernante, el que todo lo que hemos logrado no es sino dones recibidos de Dios. Que, como dice nuestro salmo (verso 3ss), él es quien hace posible todo, empezando por nuestra salvación y, a partir de ello, todas y cada una de las bendiciones que gozamos: salud, vida, favores y misericordias, bien, nuestras fuerzas renovadas diariamente, etc.

Y si él es quien nos bendice, si él es quién es el origen de lo que somos y tenemos, también, que él es quien merece el todo de nuestra adoración y servicio. Resulta muy sencillo y atractivo poner nuestra esperanza en lo que esperamos lograr y tener. Sin embargo, al hacerlo así corremos el riesgo de encontrar que hemos construido nuestra vida sin los cimientos apropiados. Sin el fundamento necesario.

La vida que no se cimienta en Dios y no lo tiene a él como razón de ser, es como la casa que se construyó sobre la arena. Sin importar cuán hermosa, atractiva y costosa resultara, estaba condenada, de inicio, a la destrucción. Cosas así las vemos una y otra vez en quienes, cegados por sus aparentes éxitos, le dan la espalda a Dios, se niegan a vivir por la fe.

Por ello es por lo que animo a ustedes para que nos propongamos vivir los días por venir y aun el año que está por empezar, en gratitud y con compromiso. Con total reconocimiento al origen de nuestros dones: espirituales, intelectuales, materiales. Los invito a privilegiar aún las más sencillas expresiones de nuestra fe y a que procuremos ser fieles, agradecidos y buenos mayordomos de la gracia recibida. Al fin y al cabo, en todo y por todo, él, nuestro Dios, él es quien.

Les animo a que hagamos nuestra la auto invitación del salmista: Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios.

A esto los animo, a esto los convoco.

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