Nosotros somos la alabanza
… A todos los que llevan mi nombre, a los que yo creé y formé, a los que hice para gloria mía. Isaías 43.7
Nos hemos propuesto considerar las que consideramos las disciplinas espirituales más importantes para el cristiano. Ya hemos hablado sobre la oración y la lectura y el estudio de la Palabra de Dios. Nos toca profundizar ahora en la consideración de la disciplina de la alabanza.
Debo confesarte que me ha sido difícil acercarme al tema. Ello porque, por lo que considero una deformación de la consideración de lo que es la alabanza, hemos concluido que esta se limita al cantar sentidamente a Dios. En automático, cuando pensamos en alabanza, pensamos en cantar. Desde luego, cantar a Dios es alabarlo, si lo hacemos de corazón y de manera congruente con el todo de nuestra manera de vivir. Pero, permíteme proponerte, la alabanza es mucho más que el cantarle a Dios. Alabar a Dios es vivir el todo de la vida de tal manera que Dios sea glorificado: reconocido, exaltado y honrado en y por nosotros.
Así que a reserva de que nos ocupemos de la dimensión cultual de la alabanza, la que tiene que ver con el contenido y la forma de nuestros cantos, hoy quiero animarte a que nos detengamos a considerar los fundamentos de la alabanza a Dios. Para ello nos hemos de ocupar de nuestra identidad y de nuestra tarea. La primera da lugar a la segunda, así que, te propongo, viviendo de acuerdo con quienes somos en Cristo y haciendo aquello para lo que hemos sido llamados, es como alabamos y glorificamos a Dios en nuestra vida.
Ojalá tengas listas tu libreta y tu pluma para tomar notas de esta reflexión. De cualquier modo, recuerda que puedes leer las notas en http://www.vidaypalabra.com
Empecemos diciendo que en el ser de la persona se encuentra el quehacer de la misma. Quién eres determina cuál es tu tarea. Sabemos que somos creados por Dios a imagen y semejanza suya. Los creyentes, además de que somos la obra maestra de Dios, creados de nuevo en Cristo Jesús para que hagamos las buenas obras que preparó para nosotros tiempo atrás. Efesios 2.10 NTV. Fijémonos que, a la definición de nuestra identidad: somos hechura de Dios, sigue la declaración de nuestro propósito: para buenas obras.
Si los creyentes somos el Cuerpo de Cristo y miembros cada uno en lo particular (1 Corintios 12.27); luego entonces, nuestro tema tiene que ver tanto con nuestra identidad como con nuestra tarea. ¿Para qué somos Iglesia?, cabe preguntarnos. ¿Qué es lo que se espera que hagamos?, sería otra manera de formular la misma pregunta.
A lo largo de la historia de la Iglesia, la respuesta ha dependido del centro de interés de los creyentes. Quién es el centro de interés determina la tarea. Son tres las principales alternativas: las personas, las instituciones, Cristo. Consideremos cada una de ellas:
- Las personas. La tarea de la Iglesia está encaminada a lograr, mantener y acrecentar el confort de las personas. En este caso la Iglesia existe para satisfacer las necesidades de las personas: las fisiológicas (que sean sanadas, v.gr), las del ego (recibir reconocimiento) y las de trascendencia (asegurarse el ir al cielo).
- Las instituciones. Las instituciones religiosas se convierten en beneficiarias y sustentadoras del quehacer de los creyentes. La razón de su servicio cristiano es servir a la institución. Ello puede concluir en el desarrollo de intereses de poder, de influencia y de control que convierten a los individuos y a Dios, en meros instrumentos para la satisfacción de las necesidades de los grupos de poder.
- Cuando Cristo es el centro de interés de los creyentes, la tarea consiste en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia en el todo cotidiano de la vida. Es decir, a que nuestra vida sea la alabanza que elevamos Dios. Mateo 6.33. Dado que el creyente vive para Dios, Dios es glorificado, alabado, en y por la vida del creyente.
A la luz de lo aquí dicho podemos preguntarnos: ¿Cuál es la tarea de esta expresión particular de la Iglesia que es CASA DE PAN? Aquí debemos añadir, para poder dar respuesta a nuestra pregunta, que las alternativas antes enumeradas conviven en conflicto al interior del cuerpo de Cristo. Lo mismo sucede al interior de nuestra Iglesia. En nuestro caso enfrentamos el riesgo de caer en el conflicto que se da entre la satisfacción de nuestras necesidades personales y el establecimiento del reino de Dios en y al través de nosotros.
Y no es que la satisfacción de nuestras necesidades (fisiológicas, del yo y de trascendencia), sean ilícitas o ajenas al Reino. Podemos estar seguros de que el Reino en nosotros, también satisface nuestras necesidades verdaderas. De acuerdo con Pablo a los Efesios, el propósito divino para nosotros-Iglesia, es que:
- Seamos para alabanza de su gloria. Efesios 1.12
- Realicemos buenas obras, las cuales Dios ya preparó para que anduviésemos en ellas. Efesios 2.10
- Demos a conocer la multiforme sabiduría de Dios a los principados y potestades en los lugares celestiales. Efesios 3.10
Ahora bien, de acuerdo con el contexto neotestamentario, este propósito se cumple tanto por la proclamación del evangelio, como por el vivir santo y fiel del pueblo de Dios. Veamos el porqué de esto.
Primero, porque somos una comunidad de Reino, comunidad-reino, que vive una calidad de vida diferente.
En nosotros se hace visible el Reino de Dios. Ello exige una calidad de vida que no se espera de los no creyentes; no sería justo pedírselos porque no está en sus posibilidades vivir para Dios. Antes de Cristo, dice Pablo, las cosas invisibles de Dios, su eterno poder y deidad, se hacían claramente visibles por medio de las cosas hechas. Romanos 1.20. Pero ahora, en gracias a la obra de Cristo, no sólo la creación da testimonio de las cosas invisibles de Dios. Nosotros, la iglesia, somos llamados a que por nuestro testimonio de vida cotidiana las personas, creyentes y no creyentes, glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos. Así lo dijo nuestro Señor: Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Mateo 5.16.
¿Vivimos de tal manera que el mundo glorifica a Dios por lo que ve en nosotros? Nuestra persona, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro hablar, etc., todo ello, ¿provoca que la gente a nuestro alrededor alabe a Dios?
La TLA (Traducción al Lenguaje Actual), resulta más comprensible respecto de la relación existente entre nuestra conducta y la alabanza que otros den a Dios. TLA nos recuerda: De la misma manera, la conducta de ustedes debe ser como una luz que ilumine y muestre cómo se obedece a Dios. Hagan buenas acciones. Así los demás las verán y alabarán a Dios, el Padre de ustedes que está en el cielo.
La exhortación la conducta de ustedes debe ser como una luz que ilumine y muestre como se obedece a Dios. Hagan buenas acciones. Así las verán los demás y alabarán a Dios, debe llevarnos al cuestionamiento de la calidad de nuestra vida, de nuestras relaciones, del todo-cotidiano de nuestra vida. No es suficiente lo que sabemos, o lo que entendemos, ni siquiera lo que oramos. Somos llamados a hacer la vida de tal manera que Dios sea glorificado por ello.
Ello porque la razón para lo que hacemos no somos nosotros, sino Dios. De ahí el triple llamado a la negación, a la obediencia y al amor, como los motivadores de nuestro quehacer. No tenemos tiempo para detenernos a descansar, ni para dudar. Descansamos en él y se caminamos aun dudando. Como Moisés, que se mantuvo como viendo al Invisible. Este es el reto que encaramos: vivir nuestro hoy, nuestro aquí y ahora, desde la realidad de la nueva vida.
En segundo lugar, porque somos una comunidad que crece, espiritual y numéricamente, mediante la proclamación del evangelio.
Somos llamados a ganar a otros para Cristo. Es decir, a hacer discípulos que sigan al Señor y lo compartan con otros. El rescate de los que viven sin esperanza y sin Dios en el mundo. Efesios 2.12; es parte esencial de nuestro presentarnos a Dios como una ofrenda viva, santa y agradable a Dios, lo cual es el auténtico culto que le ofrecemos. Romanos 12.1 BLPH. No podemos pretender que ofrecemos culto a Dios, a menos que cumplamos con la obra de Cristo de buscar y salvar lo que se había perdido. Lucas 19.10.
Este salvar, significa literalmente rescatar del peligro y la destrucción. Así que la proclamación implica tanto la acción proactiva de la búsqueda, como la entrega de uno mismo en la tarea del rescatar del peligro y la destrucción a quienes viven sin esperanza y sin Dios. Creo que puedo asegurar que Dios se obsesionó por la salvación del mundo. Juan 3.16.
Así que, como sus hijos y como miembros del cuerpo de Cristo, no deberíamos ser más que fanáticos: divinamente impulsados, en el cumplimiento del propósito divino: de por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz. Colosenses 1.20.
Al cumplir con nuestra tarea de compartir el evangelio con los que no conocen a Cristo, debemos tomar en cuenta lo que Pablo dice a los Corintios (2ª Co 4.15): A medida que la gracia de Dios alcance a más y más personas, habrá abundante acción de gracias, y Dios recibirá más y más gloria.
Conviene preguntarnos: ¿Estamos obsesionados por la salvación de alguien en particular? ¿Estamos siendo divinamente impulsados para alcanzar a una persona en especial? ¿Qué es lo que estamos dispuestos a perder con tal de que alguien se salve? Dios entregó a su Hijo (Juan 3.16); Pablo gastó lo suyo y se gastó a sí mismo para que otros fueran salvos, tal como asegura: Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos… 1 Corintios 12.15.
Hay quienes siguen viviendo para sí y por ello no se ocupan de la salvación de otros. Olvidan que no importa que tanto bien hagamos a otra persona, si no la llevamos a los pies de Cristo, nada esencial ha sucedido en su vida.
A veces, la razón que tenemos para no actuar divinamente impulsados, es el costo que la tarea requiere. Las más de las veces, sin embargo, es la indiferencia, el desinterés que nos provoca la condición espiritual de las personas. De esto debemos arrepentirnos y volvernos en afanosos proclamadores del evangelio de Jesucristo, como él único medio por el cual la persona puede ser reconciliada con Dios y regenerada a imagen y semejanza de Dios.
Termino reiterando que nuestra tarea es glorificar a Cristo en nuestras vidas. Vivir de tal modo que el mundo sepa quién es él; así como anunciar su evangelio para que sean encontrados y salvados quienes hoy viven sin esperanza y sin Dios. ¿Haremos nuestra esta tarea? Les animo a que la hagamos y que vivamos de tal manera que Dios sea glorificado en y por nosotros.
A esto los animo, a esto los convoco.
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