Lastimados por la disciplina de la iglesia

Romanos 14.1-9; Colosenses 2.13-23

Muchos han sido lastimados por la disciplina de la iglesia. No son pocos quienes ante la persecución sufrida por la manera en que visten, la música que escuchan, las prácticas recreativas que prefieren, etc., han sufrido tantas críticas y menosprecio, que, agotados y decepcionados, terminan por abandonar a la iglesia y, en no pocos casos, renegando de Dios. Sí, la iglesia tiene que reconocer y confesar que ha pecado cuando a, cuestiones secundarias, las ha convertido en esenciales e identificadoras del carácter y la fidelidad de los creyentes.

A lo largo de la historia de la iglesia han surgido corrientes que en la búsqueda del cultivo de la santidad entre los creyentes han encontrado en las manifestaciones externas de la conducta individual, el espacio en el que, se pretende, se hace evidente el grado de consagración y pureza de la persona. Este es un problema que ya se vivía entre los colosenses, tal como lo denuncia el Apóstol Pablo.

En efecto, entre los colosenses había quienes habían establecido reglas de comportamiento en asuntos de festividades, alimentos, relaciones, etc., que tenían como propósito ejercer un control sobre los creyentes. Se les identificaba como cuestiones devotas, piadosas, sacrificiales y disciplinarias, orientadas a formar, se pretendía, el carácter de Cristo en los cristianos colosenses. Más aún, se pretendía que al través del cultivo de tales disciplinas se obtenía o conservaba la salvación.

Lo mismo sucede en nuestros días. Especialmente entre las iglesias de corte pentecostal y algunas de la corriente conocida como la de las iglesias históricas, se concede suma importancia a ciertas prácticas y costumbres. Estas, como ya he señalado, tienen que ver con cuestiones que, aunque son realmente secundarias, se convierten en fundamentales en la práctica de la vida cristiana. Son tres, en mi opinión, los principales problemas que se derivan de tal acercamiento.

En primer lugar, tal y como Pablo lo destaca en su carta a los colosenses, dan lugar a un antievangelio, al desconocer la gracia como el qué y el cómo de la salvación. Vestir de cierta manera, comer o no comer tales o cuales alimentos, pueden parecer meritorias y valiosas, pero, dice el Apóstol, no le ofrecen a la persona ninguna ayuda para vencer sus malos deseos. Con esta expresión, Pablo señala que las obras, por más piadosas que estas resulten, no tienen el poder para cambiar la naturaleza espiritual de la persona. Esto lo hace Cristo mediante y por su gracia.

En segundo lugar, esta forma de devoción propicia el empoderamiento de la apariencia por encima de la importancia de la autenticidad de la vivencia de la fe. Apariencia es lo que parece y no es. En cuestiones de consagración y pureza, aparentar se vuelve un atractivo. Nos gusta ser aceptados por los demás y, si es posible, admirados, sin mayor compromiso de nuestra parte. Por eso resulta tan atrayente depender de lo que hacemos para parecer que somos.

Pero, el largo de la falda no asegura la pureza de los pensamientos. El no bailar no asegura la pureza del corazón. El no usar joyas no asegura la humildad del creyente. Quien confía en su apariencia no sólo engaña a los demás, termina creyendo su propio engaño. Asume que mientras mas haga o deje de hacer, más santo, más salvo, más unido a Cristo. Nada más falso y peligroso.

El tercer elemento a considerar es el de la intolerancia. Como las reglas del no toques, no pruebes eso, no te acerques a aquello, son simples enseñanzas humanas y no principios bíblicos, se requiere de los especialistas para que ellos definan lo que está bien y lo que no. Los especialistas hacen del control de los demás el sustento de su poder. Por ello es que son intolerantes, exigen el cumplimiento de sus normas y para ello se valen del engaño, de la manipulación y del miedo sembrado en el corazón de los creyentes que desean agradar al Señor.

Parte del problema es que cada especialista tiene su propia verdad y debe defenderla ante las verdades de otros, o ante el cuestionamiento legítimo que se haga de sus presupuestos. Faltos de caridad, los especialistas no dudan en lastimar, menospreciar y castigar a los que se oponen a lo que ellos exigen.

Lo hasta aquí dicho plantea un conflicto: si nuestra salvación no la adquirimos por las obras piadosas que realizamos, si sólo Dios ve y juzga el corazón y, si no está bien que se exija a los creyentes que cumplan con determinadas obras piadosas ¿entonces podemos hacer lo que queramos? ¿Podemos vestir de cualquier modo, comer cualquier cosa que se nos antoje, practicar cualquier tipo de pasatiempo o diversión?

Es interesante el acercamiento bíblico a tales inquietudes. Primero, encontramos una declaración sorprendente y no siempre bien comprendida. En efecto, Pablo asegura que todo nos es lícito, es decir, que uno es libre de hacer lo que quiera. 1 Corintios 10.23 DHHDK Pero a tal reconocimiento de la libertad del creyente, el Apóstol agrega: sí, pero no todo convieneuno es libre de hacer lo que quiera, pero no todo edifica la comunidad.

Así que la Palabra limita el ejercicio de la libertad a lo que conviene y a lo que edifica a la iglesia. Primero, se refiere a lo que conviene al creyente para su crecimiento en Cristo y la capacidad para dar testimonio de él a los demás. Podríamos hacer una paráfrasis del dicho paulino y decirlo así: uno es libre de hacer lo que quiera, pero no todo es de utilidad para el cristiano.

Una de las principales armas de nuestro enemigo es el engaño, el hacernos creer lo que no es verdad. Por eso es por lo que somos llamados a permanecer alertas ante cualquier situación que pueda poner en riesgo nuestra comunión con Dios. Somos llamados a ser sensibles para no permitir que nada ponga en riesgo nuestra consagración y pureza espirituales. El ejercicio equivocado de la libertad en Cristo puede ser un espacio propicio para caer en la tentación.

Por eso es por lo que Pedro nos anima a recordar que si bien somos libres, también somos de Dios, llamados a llevar una vida honorable. Pedro utiliza una expresión muy contundente. Él asegura que somos esclavos de Dios. Por lo tanto, concluye: así que no usen su libertad como una excusa para hacer el mal. 1 Pedro 2.15,16

Una pregunta sencilla y a la vez compleja cuando se trata del ejercicio de nuestra libertad, de nuestro derecho a hacer lo que queramos, es si el hacerlo nos acerca o nos aleja del Señor, si honra a Dios o lo deshonra. El primer recurso que tenemos para obtener una respuesta adecuada es el testimonio de nuestra consciencia. Pero, resulta fundamental el recurso del conocimiento de la Palabra de Dios. ¿Qué dice la Biblia al respecto? Conocer la Palabra es un bien invaluable para un correcto ejercicio de nuestra libertad en Cristo. Conociéndola es que podemos determinar qué es lo que conviene y qué no.

Hemos dicho que el ejercicio de nuestra libertad también esta condicionado a aquello que edifica a la iglesia. Este es un tema interesante que te propongo estudies con mayor detenimiento. Como punto de partida te recomiendo que leas el capítulo 14 de la carta a los Romanos. Este destaca la importancia que debemos dar a la consciencia de nuestros hermanos en la fe. También lee y estudia el pasaje paralelo de 1 Corintios 8.

El acercamiento paulino resulta interesante pues parte del hecho de que existen creyentes que son débiles en la fe. Con esta definición, Pablo se refiere a aquellos que han aprendido que su salvación, santidad y comunión con Dios, depende de las cosas que hacen o dejan de hacer. En el caso de los creyentes romanos esto tenía que ver con el guardar ciertos días como celebraciones espirituales o si era correcto o no comer carne sacrificada a los ídolos.

La cultura romana era una cultura sumamente supersticiosa, la vida se hacía en función de las creencias religiosas que tenían. Los rastros, lugares donde se sacrificaban a las bestias destinadas a la alimentación de la población, estaban consagrados a tales o cuales ídolos o deidades. Por lo tanto, algunos creyentes consideraban que era malo comer aquello que ya había sido ofrecido a los ídolos y, en consecuencia, procuraban no comer carne.

Como puedes ver esta era una enseñanza sin fundamento en la ley de Dios. La razón principal es que, como asegura Pablo: sabemos que un ídolo no es en verdad un dios y que hay solo un Dios. 1 Corintios. 8.4 Y, aunque seguramente, los débiles en la fe, lo sabían, de manera hasta inexplicable sufrían de una disonancia entre lo que sabían y lo que habían aprendido. En su caso, ambos conocimientos, el de la fe y el de la cultura, estaban tan firmemente arraigados que no les permitían darse cuenta de la incongruencia que vivían.

Ante personas así lo más sencillo resulta caer en el menosprecio y en la arrogancia del conocimiento propio. Al calificarlos de ignorantes decidimos no ser responsables de lo que nuestra conducta, el ejercicio de nuestra libertad, puedan provocar en su comprensión de la fe. Los juzgamos y los calificamos de ignorantes y, en no pocas ocasiones, nos esforzamos en hacer aquello que sabemos les incomoda y alarma.

Sin embargo, Pablo nos anima a acercarnos al tratamiento del tema con una cualidad fundamental del carácter cristiano: la caridad, el amor ágape que hace del bien del otro el interés principal. A los corintios el Apóstol los exhorta: Pero ustedes deben tener cuidado de que su libertad no haga tropezar a los que tienen una conciencia más débil. (Op. cit) El cuidado que tenemos al renunciar a nuestro derecho de hacer tal o cual cosa, por consideración a nuestros hermanos débiles en la fe es un espacio que propicia la mutua edificación.

Lo es porque nuestra renuncia es motivada por nuestro amor al prójimo y por el reconocimiento a la obra redentora de nuestro Señor Jesucristo, realizada en su favor. Es tal el aprecio que tenemos al sacrificio de Jesús, que nos esforzamos para que nada estorbe su propósito, ni siquiera en el contexto de la débil fe de nuestro hermano.

Además, es un espacio que propicia la mutua edificación, porque ofrece una oportunidad para, al mantener y fortalecer la comunión en Cristo, fomentar un diálogo que nos permita acompañar al nuestro hermano débil en la fe, en su proceso de crecimiento y madurez en Cristo. La comprensión y el respeto mutuos, animados por la convicción de la presencia del Espíritu Santo en unos y otros, contribuye a la edificación mutua y, seguramente, habría evitado que muchos de los que ya no están entre nosotros, perseveraran en el camino de la fe, creciendo en la gracia y la comunión con el Señor.

A quienes me escuchan y han sido lastimados por otros cristianos, les pido de su perdón en nombre de quienes los han lastimado. Les invito a que no le den más al diablo de lo que este ya les ha quitado y que, confiando en el amor de nuestro Dios, perseveren en su propósito de honrarlo y permanecer en la comunión de los santos.

A quienes nos creemos fuertes y maduros, les invito a la humildad. A recordar que nada somos y que nada es nuestro. A tomar siempre en cuenta que la vida no se trata de nosotros, sino de nosotros y de nuestros hermanos en la fe, aún de aquellos a los que consideramos débiles. Les animo a que seamos ministros de la reconciliación, a que pidamos perdón a quienes hemos ofendido con nuestro orgullo insensible y a que procuremos honrar en todo a nuestro Señor y a nuestros hermanos, aún pagando el precio de la pérdida de nuestra libertad.

A esto los animo, a esto los convoco.

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