Porque Dios es santo
1 Pedro 1.16; 1 Tesalonicenses 4.3a
Si, la disciplina de la iglesia es el proceso de corregir el comportamiento pecaminoso entre los miembros de una iglesia local con el propósito de proteger a la iglesia, restaurar al pecador para que camine correctamente con Dios, y renovar el compañerismo entre los miembros de la iglesia, cabe preguntarnos cuál es, en última instancia, el elemento que da razón, primero a considerar que el pecado pone en riesgo a la iglesia y, segundo, a propugnar que es la santidad, entendida esta como consagración y pureza, aquello que hay que rescatar y luchar por preservar.
Nuestra cultura propone que todo es relativo, es decir, que los seres humanos, con nuestra cosmovisión, somos resultado del medio sociocultural en el que existimos. Si así son las cosas, se propone, entonces no existen los absolutos y, por lo tanto, no existe el bien y el mal como categorías absolutas. Si todo es relativo, lo que es bueno en determinada circunstancia puede no serlo en una realidad diferente. Y viceversa. Resulta obvio que tal acercamiento a la realidad difiere sustancialmente de la doctrina cristiana.
Nuestra fe y nuestra práctica cristianas parten del presupuesto de que Dios es el origen y principio -la norma que sustenta el ser y quehacer del ser humano. No sólo de la persona, sino de aquello en lo que consiste el ser seres humanos. Creemos que Dios es Señor de todo lo creado y que, por lo tanto, es él quien ha establecido, de manera definitiva, aquello que es bueno y aquello que es malo.
Habrá quienes consideren esta cuestión como una restrictiva y contraria al principio de libertad del ser humano. Sin embargo, los cristianos consideramos que nuestra libertad consiste en nuestra capacidad para decidir. No decidir lo que es bueno o malo, sino en elegir hacer o dejar de hacer en armonía o en rebeldía respecto de lo que Dios ha establecido como bueno y malo y en conformidad con nuestra identidad en él.
También creemos que Dios nos ha revelado, nos ha hecho saber lo que es bueno y lo que es malo, mediante dos medios: el primero, nuestra consciencia. El segundo, su Palabra revelada y la cual tenemos de manera escrita, la Biblia. A los romanos (2.15 NTV), Pablo les asegura que aún quienes no cuentan con la ley escrita de Dios, conocen esa ley por instinto. Eso se debe a que tienen la ley de Dios escrita en el corazón, porque su propia conciencia y sus propios pensamientos o los acusan o bien les indican que están haciendo lo correcto.
Cuánto más nosotros quienes tenemos la mente de Cristo, sabemos lo que Dios ha establecido como bueno o malo. Sin embargo, el conocimiento de la voluntad de Dios, mismo que adquirimos mediante el estudio de su Palabra, la Biblia; como por el testimonio de nuestra propia conciencia, no es vinculante. Es decir, no nos obliga a actuar según lo que Dios ha establecido y nos exhorta a que lo hagamos.
Que reconozcamos que Dios es el Señor no nos lleva, en automático, a someternos a su gobierno. Entonces ¿si su señorío no es suficiente razón para que obedezcamos al Señor, habrá alguna otra razón que nos anime a hacerlo?
Al respecto quiero proponer a ustedes la consideración de otro atributo de Dios, mismo que considero, fundamental con el cultivo de nuestra relación con él. Me refiero a su santidad: Dios es santo. Este atributo se refiere a su absoluta pureza, a su perfección absoluta y a su total bondad. Su santidad es un atributo intrínseco de Dios. Es decir, es una cualidad propia, esencial a su naturaleza. Ser santo le es propio, no es algo que él haya adquirido o pueda perderlo. Es santo, simplemente lo es.
Si santo, entonces no puede relacionarse con lo impuro. Cualquier vestigio de impureza atenta contra su condición de santo. Así que quien quiera estar en comunión con él, necesita participar de su pureza, necesita ser santo también. La Biblia declara que todos los hombres pecamos. Habiendo sido creados a imagen y semejanza de Dios, hemos pecado y nos hemos hecho impuros, no dignos de él. Según Romanos 3.23 estamos privados de la gloria divina, BHTI, lejos de la presencia gloriosa de Dios, DHHDK, destituidos de la gloria de Dios, RVR1960
Aún así, Dios en su bondad no renunció a estar en comunión con nosotros. No se acostumbró a que fuésemos sus enemigos, sino que envió a Jesucristo para reconciliarnos con él. En Jesucristo, Dios nos ha hecho santos: nos ha apartado para sí y nos ha limpiado de toda inmundicia; ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho copartícipes de su gloria.
Siendo santo no se negó a su perfección absoluta, sino que nos justificó, nos hizo perfectos, en Jesucristo. En Jesucristo, Dios no se hizo menos santo, nos hizo santos para él a fin de poder vivir en comunión plena y eterna con nosotros. Según Pablo a los Efesios (2.6), Dios nos levantó de los muertos junto con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales porque estamos unidos a Cristo Jesús.
Considerar la santidad de Dios y su amor expresado en Jesucristo nos anima y emociona. Pero, también debe preocuparnos. El pecado de los cristianos rompe la armonía entre ellos y Dios, al mismo tiempo que rompe la relación espiritual de unos con los otros. Es como un collar de perlas preciosas cuyo hilo se rompe. Las perlas siguen siendo perlas, el trozo de hilo sigue siendo hilo, pero el collar ha dejado de serlo. La razón de tal rompimiento espiritual es sencilla: no hay comunión entre la luz y las tinieblas. La luz no puede ser compañera de la oscuridad. 2 Corintios 6.14 DHHDK
Cuando pecamos, Dios sigue siendo Dios, nosotros seguimos siendo sus hijos, pero la relación de armonía íntima se ha roto, cuando menos, se lastimado, se ha debilitado.
Así que a la pregunta respecto de cuál es el elemento que nos lleva a temer el riesgo del pecado y a propugnar el rescate de la santidad, en tanto pureza y santidad, podemos responder que se trata del deseo y de la necesidad de permanecer en comunión con nuestro Señor y Dios.
La tolerancia del pecado, la naturalización del mismo entre los miembros de la iglesia es la negación de nuestra identidad en Cristo y el rompimiento de nuestra relación con él. Pecar, aun en el más mínimo grado, es repugnante al Señor, decía Charles Spurgeon. Y advertía sobre el riesgo de tolerar el pecado, pues, aseguró, cuando se tolera el pecado en una persona, pronto se le justificará a otra… hasta que el pecado finalmente dominará la iglesia.
Spurgeon retoma la declaración de Jesús cuando dijo: separados de mí, nada podéis hacer (Juan 15.5), y establece: Jesús no tiene comunión con los que descuidan su voluntad. Pocas veces nos detenemos a considerar la importancia que tiene el permanecer en comunión con Dios. A veces, el mantenernos en buenas relaciones con los miembros de la congregación, nos resulta suficiente para sentirnos bien con Dios.
Pero conviene que consideremos que una buena relación entre quienes practican el pecado y quienes lo toleran no es, en esencia, comunión espiritual. Puede ser una complicidad o, como en el caso de la iglesia en Corinto, ante el incesto de uno de sus miembros, puede tratarse de una pretensión arrogante de que nosotros somos quienes determinamos lo que es bueno o malo y, por lo tanto, los que decidimos la existencia o no de la comunión de los creyentes con Dios.
Con desafortunadamente frecuencia resulta que quien práctica el pecado no se inquieta ni se preocupa por la afectación de su comunión con Cristo y con su iglesia. No creo que sea malo lo que estoy haciendo, tengo paz y estoy tranquilo, me han dicho algunas personas al reconvenirlas de su pecado. Otras aseguran: Dios está conmigo, me está yendo bien, tengo muchas bendiciones.
Quienes pecan y no se incomodan olvidan que el pecado cauteriza la consciencia, la hace insensible. El diablo es un buen anestesiólogo espiritual. También olvidan que nuestro enemigo tiene el poder para engañar simulando bendiciones a quienes insisten en pecar.
La comunión espiritual, con Dios y con los hermanos en la fe, es una cuestión de santidad, de pureza, de vivir para Dios. Como hemos visto, nuestra comunión con Dios y con los hermanos es fruto del sacrificio de Cristo en la cruz. Es una obra de gracia que gozamos inmerecidamente y la que somos llamados a tratar con la consideración y el cuidado que merece.
Por eso, la congregación que está en comunión, en armonía, con el Señor, se mantiene sensible, alerta, ante la aparición del pecado entre los suyos y se ocupa con determinación radical para desechar toda levadura que pueda provocar su separación permanente de Dios y de su iglesia. Lo hace porque se trata de una cuestión de elemental sobrevivencia, dado que separada de Cristo nada es, nada puede.
La disciplina de la iglesia, en tanto el proceso mediante el cual corrige el comportamiento pecaminoso de los miembros de una iglesia local, encuentra su razón de ser en el deseo y la necesidad imperiosa de la comunión plena con su Señor y Salvador. Esta disciplina se desarrolla de una manera preventiva, mediante la predicación y la enseñanza de la Palabra de Dios de manera constante y sistemática. Es deber de la iglesia prevenir, disponer con anticipación lo necesario para evitar que sus miembros practiquen el pecado y que la congregación se acostumbre al mismo.
Además, dada la importancia que tiene el recuperar la comunión con Dios y con el resto del cuerpo de Cristo, cuando por la aparición del pecado, tal comunión se ha visto alterada, la iglesia tiene el deber de tomar medidas disciplinarias que contribuyan al reordenamiento espiritual, moral y relacional entre sus miembros. Llegándose al caso de verse en la necesidad de expulsar de la comunión de la iglesia a quien persista en su práctica pecaminosa.
Nunca será suficiente recordar la exhortación paulina que nos recuerda que: un poco de levadura fermenta toda la masa. Gálatas 5.9 LBLA Es tiempo de que nos examinemos a nosotros mismos para ver si estamos firmes en la fe. 2 Corintios 13.5 Es tiempo de que, humildes, vayamos al Señor y le digamos: Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna. Salmos 139.24 NTV Hagámoslo, así, porque Dios es santo
A esto los animo, a esto los convoco.
Explore posts in the same categories: Agentes de Cambio
Deja un comentario