El problema es cómo vivimos la vida
La vida es un don. Primero, porque vivir es un privilegio extraordinario, existir. También lo es porque, para los seres humanos, la vida es mucho más que energía, fuerza, aliento. A esto, que los hombres comparten con los animales y las plantas, las personas agregan el privilegio de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. Así que la vida da a mujeres y hombres la oportunidad de vivir en comunión con el Señor.
Vale la pena caer en el lugar común y asegurar que la vida es bella. Dios, a quien puede considerarse hombre céntrico, ha creado todas las cosas en función del hombre. La belleza de la Creación no solo refleja el carácter de Dios, sino que tiene como objetivo el enriquecer a los seres humanos, animar en ellos el gusto por, y el cultivo de, lo bueno y lo bello.
Además, lo que Dios ha creado acompaña al hombre, brindándole la oportunidad de ser, él mismo, cocreador con el Señor de la Creación. Este, quizá, sea uno de los dones aparejados al de la vida que más valioso resulta: las personas tienen la capacidad de producir, de recrear, a partir de lo que Dios ha hecho y así, valga la pretensión, contribuir al enriquecimiento de lo que Dios ha creado.
Por si ello fuera poco y ante el aparente fracaso del propósito inicial de vivir en comunión plena y empoderante con el ser humano, Dios se ha atrevido a incorporar al hombre como colaborador suyo en la tarea de la salvación. Pudo haber encargado a los ángeles que fueran sus mensajeros; sin embargo, prefirió encargar a hombres y mujeres, muchos de ellos, escoria del mundo, para que ellos fuesen los portadores de la buena nueva de Jesucristo.
Los seres humanos han sido creados, asegura el profeta Isaías, para Dios y para que proclamen su alabanza. Isaías 43.21 DHHK Así, la razón de la vida humana no la es la persona misma, la razón de la vida de todo ser humano es Dios. Se viene de él y a él se va. No en balde, el Apóstol Pablo les recuerda a los atenienses: Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos… (Hechos 17.28)
Y luego recuerda a los romanos un principio básico que da sentido a la vida de quienes han sido creados a imagen y semejanza divina (Ro 14.7, 8): Ninguno de nosotros vive para sí mismo ni muere para sí mismo… Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. De manera que, tanto en la vida como en la muerte, del Señor somos.
Hay una perversión en hacer de uno mismo, de los suyos, o de lo que se tiene, la razón para la vida. El problema de una vida que equivoca su sentido no consiste en cómo se enfrenta la muerte. El problema es cómo se vive la vida. Quien vive para sí, se aparta del propósito divino y, por lo tanto, termina perdiendo su vida.
Para algunos, Dios no parece ser suficiente razón para vivir la vida. No son pocos los que cuando escuchan que el ser humano ha sido creado para gloria de Dios, entran en conflicto. Que cuando escuchan a Cristo decir aquello de: Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará (Lucas 9.24), entienden el propósito de Dios como una cuestión restrictiva e invasiva a su identidad y espacio vital.
Asumen que vivir para Dios, los limita. Es más, algunos hasta lo consideran ofensivo. ¿Quién es Dios, o quién se cree que es para esperar que yo viva para él?
Sin embargo, cuando el Señor Jesucristo llama a sus seguidores a asumir que la vida es más que la comida, más que el vestido, los anima a una pasar a una dimensión de trascendencia. La definición que el diccionario hace de esta palabra es no solo interesante, sino inspiradora: Exhalar olor tan vivo y subido, que penetra y se extiende a gran distancia.
Jesucristo invita a los suyos a que vivan de tal manera, a que produzcan un fruto que permanezca aun cuando ellos ya no estén. Les invita a dejar huella, a inaugurar calzadas que otros habrán de caminar, les invita a unirse a Dios en la tarea que, si bien, se inicia en el contexto de la finitud de lo humano, terminará por perfeccionarse en la eternidad. Es decir, les invita a que vivan de tal manera que lo que hacen revele, muestre, lo que son. Su verdadera naturaleza.
Uno de los problemas actuales de muchas personas es, precisamente, su sentido de intrascendencia. Es creciente el número de personas que van por la vida enfrentando la superficialidad, la irrelevancia, la frustración como el eje de su vida. No importa qué tanto se esfuerzan, se cansan, invierten o alcanzan, no encuentran provecho en lo que están haciendo. Nada o poco menos que nada les satisface, les hace sentir completos.
Tengo presente la confesión de una exitosa mujer en sus treintas, me dijo: He alcanzado la mayoría de las metas que me propuse de joven y, sin embargo, me pregunto ¿esto es todo? Nada me llena, nada me satisface. Tim Keller cita a un exitoso financiero neoyorkino, quien le dijo: Me di entonces cuenta de que ninguno de mis logros profesionales me daba verdadera satisfacción, que la aprobación del mundo es algo transitorio, que una existencia basada en exclusiva en el carpe diem [aprovecha la oportunidad] no deja de ser una forma de narcisismo idólatra.
La frustración ata, estorba el desarrollo integral de las personas. Cada vez son más los que se encuentran atrapados en relaciones de pareja que no llegan a ningún término, no se definen. También son más los que están atrapados en espacios laborales que los desgastan y no retribuyen ni el esfuerzo, ni las presiones ni el cansancio que representa el realizarlas. También crece el número de quienes se preguntan si no equivocaron su vocación y pudieron haber escogido otros caminos de vida: relaciones, profesión, ocupación, etc.
Y, no estoy hablando ni de gente mediocre o incapaz ni de personas perezosas o flojas. No, se trata de personas capaces, esforzadas, que se arriesgan y hasta se sacrifican en lo que están haciendo. Pero que, lamentablemente, cada día comprueban y sufren el que su más se convierte en su menos. Algunas de tales personas son admiradas, hasta envidiadas, puestas frecuentemente como ejemplo de lo que se puede llegar a ser y tener si se está dispuesto a esforzarse y dar lo mejor de uno mismo.
Sin embargo, son como los frascos de perfume en los aparadores, o como los celulares de exhibición. Puras carcasas, pura apariencia. Hermosos y atractivos por fuera, vacíos por dentro. Algunos van de una relación amorosa a otra, otros cambian frecuentemente de trabajo. Hay quienes estudian esta carrera y la otra o aprenden nuevos oficios, inician este y aquel emprendimiento. Pero, siguen estando en una condición, en una situación de crisis existencial.
Víctor Frankl asegura que cada situación, cada escenario, de la vida es, al mismo tiempo, una llamada y un reto que nos da la oportunidad de explicarnos a nosotros mismos. Quiénes somos, cuáles son nuestros valores, cuál nuestra misión decida, etc., son las cosas que revelamos en cada situación que enfrentamos.
Dado que entre nosotros hay quienes están enfrentando este tipo de situaciones, especialmente quienes están viviendo por debajo de sus capacidades en Cristo, hoy quiero animarlos a que se detengan un momento en el quehacer de sus vidas. Que se dispongan a correr el riesgo de ser confrontados por el Señor y a que se confronten a ustedes mismos. Les animo a que, en oración, abran sus corazones a Dios y, como el salmista, le pidan que vea si en sus vidas están caminando caminos malos y que sea él quien los conduzca por caminos eternos, caminos trascendentes. Salmos 139. LBLA
Para quienes están dispuestos a cuestionarse a sí mismos la buena noticia es que estando Cristo en nosotros y nosotros en Cristo, no vivimos vidas limitadas. En él y por él podemos vivir vidas plenas y trascendentes. Mientras más Cristo en nosotros, más significativa la huella que dejamos en la vida. Lo que dimensiona nuestra vida a la luz de la eternidad, lo que nos hace trascendentes, no es aquello que realizamos en función de nosotros mismos. Resulta de nuestro estar en Cristo y de nuestro vivir para él.
Esto implica, es verdad, de que dejemos de ser la razón de nuestra vida. En la traducción NBV, Jesús le dice a Pedro: el que trate de vivir para sí, perderá la vida. Cuántos entre nosotros son ejemplo de la verdad de tales palabras. Viven para sí mismos y cada día tienen menos vida, la están perdiendo. Jesús mete la mano en la herida que sufren y la hace más amarga al preguntar: ¿Habrá algún valor terrenal que compense la pérdida del alma?
Jesús nos llama a vivir no sólo en él, sino para él. Es decir, nos llama a morir a nosotros mismos. Sí, somos llamados a morir a nosotros mismos, cierto. Pero lejos de ser esta una mala noticia, nos muestra el camino a la trascendencia, a la realización plena de nuestras facultades y ambiciones. Pues, se nos llama a imitar al grano de trigo que, cuando muere, se reproduce y genera riqueza abundante.
Así que en realidad nada perdemos cuando nos despojamos de lo que tenemos para ser lo que realmente somos. Porque en Cristo, el de la negación es el camino que nos conduce, irremediablemente, al éxito, a terminar el todo de nuestra vida con gozo, sabiendo que hemos cumplido fielmente con lo que se nos ha encargado.
Reconozco que mi propuesta es incómoda y molesta. Pero quiero reiterar mi invitación para que nos detengamos y hagamos un examen de nuestra vida. A que, en términos muy prácticos, hagamos un análisis de nuestra inversión y ganancia vitales. ¿Vale la pena seguir invirtiendo en lo que las polillas se los comen y el óxido los destruye, y donde los ladrones entran y roban? Mateo 6.19 NTV Les animo a que estemos dispuestos a perder lo menos para ganar lo más en Cristo.
A esto los animo, a esto los convoco.
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