Hacer un hombre de alguien

13Estad alerta, permaneced firmes en la fe, portaos varonilmente, sed fuertes. 

1 Corintios 16.13 LBLA

Eso de portaos varonilmente suena fuerte. Puede ser interpretado como un pórtense como hombres, lo que es, al mismo tiempo, un descuento y una exhortación. Si hay que decirle a alguien que se porte varonilmente, se presume que es que no lo está haciendo. Expresión difícil esta. Más aún cuando descubrimos que su significado es mucho más profundo. El término usado por Pablo, significa, literalmente, háganse hombres.

Si portarse varonilmente significa de manera literal: hacer un hombre de alguien, luego entonces, la hombría verdadera es una cuestión de identidad. Porque ser hombre es, ser humano; es decir, imagen y semejanza de Dios. Lo varonil tiene que ver con quien se es y no con lo que se hace, o con el cómo se hace. Pablo no se está refiriendo, entonces, a ser feos, fuertes y formales, como se entiende que deben ser los hombres, sino a que estos recuperemos la identidad que hemos recibido en Cristo.

Debemos prestar atención a la traducción del término varonilmente: hacer un hombre de alguien. Si es necesario hacer, luego entonces, es que ese alguien no es, aún, un hombre. Si hay que hacerlo es que todavía no está hecho. Por ello, nuestra primera propuesta es que sólo es verdadero hombre aquel que ha sido regenerado, sólo aquel que ha recuperado su identidad original gracias a la obra redentora de Cristo, y sólo aquel que se hace el propósito de abundar en el cultivo y el fortalecimiento de sus atributos de identidad en Cristo.

Debemos al Dr. José D. Batista, la propuesta de que la Identidad del ser humano se sustenta en tres valores fundamentales: la Dignidad, la Integridad y la Libertad. Tales valores fundamentales definen el ser de la persona, son los que le hacen un ser humano. En la medida que la persona desarrolla tales valores es que puede apreciarse a sí misma y a los demás; puede actuar de acuerdo a la dignidad -el merecimiento y respeto- que le ha sido conferida por Dios, teniendo conciencia de sus fortalezas y debilidades, al mismo tiempo que puede distinguir entre las conductas de las personas y ellas mismas; y, puede ser libre del poder de las emociones que experimenta, tanto las generadas por factores endógenos como las resultantes de los factores exógenos.

El pecado, que no es otra cosa sino la pérdida de la Identidad, hace que las personas dejen de ser ellas y se conviertan en un remedo de sí mismas. Tratándose de los varones, estos, animados por sus temores van por la vida requiriendo del sometimiento de los otros, particularmente de las mujeres; haciendo así aquello que parece garantizarles el aprecio de los demás, aun cuando vayan en contra de los valores fundamentales; y estando sujetos a los patrones aprendidos para el manejo de sus emociones, convirtiéndose en esclavos de las mismas.

Quien ha perdido su identidad no puede recuperarla por sí mismo. Necesita ser regenerado. La redención es el acto por medio del cual, en Jesucristo, Dios justifica al hombre, recuperándole los valores fundamentales con que fue creado. Dios, de acuerdo con Pablo, da a quien ha redimido un nuevo espíritu, una nueva manera de pensar. Esta nueva forma de pensar da a la persona el amor que se traduce en respeto de sí misma y de los demás; así como el poder para actuar con integridad; y el dominio propio, es decir el gobierno interior que le permite someter sus emociones al entendimiento propio de su condición regenerada.

Así, de acuerdo con nuestra primera propuesta, la verdadera hombría consiste en la regeneración de nuestra identidad, gracias a la obra redentora de Jesucristo. No se puede ser verdaderamente hombre fuera de él. Sólo estando en Cristo es que los varones podemos ser verdaderamente hombres.

Siendo regenerado, el varón está en condiciones de establecer una nueva relación consigo mismo y con sus semejantes, particularmente con las mujeres.

Ello nos lleva a nuestra segunda propuesta: la verdadera hombría es una cuestión relacional. Verdadero hombre es aquel que desarrolla relaciones de calidad; es decir, relaciones complementarias, relaciones que manifiestan y posibilitan la Identidad de las personas.

Dado que quienes han perdido su identidad resultan incapaces para amarse a sí mismos y a su prójimo, terminan desarrollando relaciones de codependencia. Estas se caracterizan por el uso que las personas hacen de sus semejantes para aminorar sus temores y necesidades sentidas. Así, quien es incapaz de apreciarse a sí mismo, requiere que otros le amen para sentir que vale. Manipula, impone, exige de los otros aquello que no encuentra en sí mismo. Su seguridad, la satisfacción de sus deseos y la disposición de los demás en su favor, etc., se constituyen en los elementos de su cultura.

Consecuentemente, al trastocarse los valores fundamentales, se aprende que la hombría consiste en la capacidad para controlar a los demás. Mientras más fuerte físicamente, mientras más logros alcance, mientras más hábil sea para manipular a los demás, mientras más personas están bajo su influencia, más hombre se siente. Carente de identidad, busca llenar sus vacíos sirviéndose de los demás. Pero paradójicamente, mientras más obtiene, menos es. Ello porque lo que acumula no es lo que le hace falta.

Ciego ante tal verdad, el hombre disminuido se sabe cada vez menos hombre y, por lo tanto, frustrado se aleja de la hombría verdadera.

Como hemos dicho, la verdadera hombría consiste en la recuperación de la identidad con que el varón ha sido creado. Requiere de la regeneración en Cristo. Pero, debemos agregar, una vez regenerado, el varón enfrenta el reto de desaprender los patrones relacionales adquiridos en su condición de pecador. Requiere también desaprender los modelos aprendidos para el manejo de sus emociones. Tiene que aprender a pensar, es decir a generar nuevas ideas animado por el Espíritu que está en él.

Así como la semilla de la naranja es tan naranja como el fruto mismo, pero tiene que desarrollarse y madurar para alcanzar su identidad; así el varón regenerado tiene que proponerse madurar, crecer, para que manifieste plenamente su identidad en Cristo. En este propósito el varón regenerado identifica cuáles son las características propias de su ser en Cristo: mentales, emocionales, afectivas, relacionales, etc.; y cuáles son aquellas que persisten en su cuerpo de muerte. Al discernirlas descubre sus fortalezas y debilidades y está, entonces, en condiciones de negarse a aquello que no le es propio y a abundar en lo que sí lo es.

La verdadera hombría es una cuestión integral e integradora. Integral porque tiene que ver con el todo de la vida del hombre: con él mismo, con sus semejantes, con Dios, pero también con las cuestiones laborales, civiles y éticas. Es integradora porque, en la medida que el hombre produce los frutos de su Identidad, va poniendo en sintonía, re-armonizando, las diferentes áreas de su identidad.

Si se sabe en comunión con Dios, el hombre entiende que se hace necesario reintegrar, darle una nueva forma al estilo de Cristo, a la comunión con su pareja, con su familia, con su prójimo. Si entiende que es una nueva criatura, reconciliada y con el mandato de la reconciliación, comprende que nada le es ajeno y se ocupa de las cuestiones espirituales, sociales, económicas, educativas y, aún, políticas de la sociedad a que pertenece.

Ser verdaderamente hombre tiene que ver con mucho más que con el cómo nos relacionamos con las mujeres o con qué tan guapos y machos somos. La hombría verdadera consiste en la vivencia cotidiana de la realidad del Reino, del orden de Dios en nuestro aquí y ahora.

A esto los animo, a esto los convoco.

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