Piedra de ayuda
1 Samuel 7.12
Piedra de ayuda, es el significado original del término Eben-Ezer, que tan significativo y valioso resulta para nosotros los creyentes. Lo asociamos con nuestros momentos de victoria, repetimos Eben-Ezer como testimonio de la presencia y del cuidado del Señor en favor nuestro.
Paradójicamente, la primera referencia, al respecto, que encontramos en la Biblia está asociada a una dramática derrota de los israelitas. Cuando, en solo día, murieron más de cuatro mil hombres a manos de los filisteos. Y no sólo a la luz de tal derrota, sino ante el hecho de que, queriendo vengarse de sus enemigos y en el intento de derrotarlos, los israelitas no solo perdieron treinta mil hombres más. No sólo ello, lo más terrible fue que los filisteos también les arrebataron el arca del pacto, símbolo y lugar de la presencia de Dios.
Pasarían más de veinte años antes de que los israelitas recuperaran dicha arca y que, finalmente, pudieran derrotar a sus enemigos filisteos. Samuel, juez de Israel, después de la victoria, colocó una piedra entre Mizpa y Sen y le puso por nombre Eben-Ezer, diciendo: Hasta aquí nos ayudó Jehová. Cabe apuntar que, contra lo que comúnmente pensamos, Eben-Ezer no significa: Hasta aquí nos ayudó Jehová. Sino que se trata del monumento que recuerda la ayuda del Señor en ese momento crucial de la vida de Israel y la de Samuel.
Desde entonces, los hijos de Dios con frecuencia imitan a Samuel y levantan, o reconocen, señales que dan testimonio de la ayuda recibida de parte de Dios. Como ellos, también nosotros tenemos muchas señales, recuerdos, cicatrices, objetos, que nos recuerdan una y otra vez que hasta aquí nos ha ayudado Dios.
Conocer la historia de Israel y, particularmente, el contexto en que surge tal expresión nos permite comprender mejor el significado de la ayuda divina. En primer lugar, la historia pone de manifiesto el ambiente de conflicto, lucha y enfrentamiento que, de manera similar al que Israel enfrentó, resulta propio de la vida del creyente. Por ello no es ocioso el recordar que el monumento llamado Piedra de ayuda se levanta después que Israel ha logrado vencer a sus enemigos.
Estudiosos de la historia bíblica aseguran que el nombre Eben-Ezer, aún cuando es mencionado desde el capítulo cuatro de 1 Samuel, solo se le da veinte años después de que Israel fuera derrotado dramática y dolorosamente. El monumento levantado es testimonio de la ayuda de Dios, pero también guarda la memoria de la derrota que se tradujo en la muerte de millares de israelitas y del oprobio sufrido por el Arca de la alianza.
Así como, Eben-Ezer, testificaba de la victoria de Israel en el mismo sitio donde el pueblo de Dios había enfrentado su derrota, nosotros llamamos Eben-Ezer a aquello que, como expresión de la gracia divina, se traduce en victoria para el cristiano después de la lucha, la tragedia y el sufrimiento.
Ello nos lleva a una segunda consideración. Quien lee los capítulos cuatro al seis del primer libro de Samuel, solo encontrará una sucesión de derrotas. El verso dos del capítulo siete, parece ser una conclusión sumamente penosa de la realidad enfrentada por el pueblo de Dios: Desde el día que llegó el arca a Quiriat-jearim pasaron muchos días, veinte años; y toda la casa de Israel lamentaba en pos de Jehová.
Lamentarse en pos de Jehová es una experiencia bien conocida por la mayoría de los creyentes, sino es que por todos. Alguna vez, cuando sus discípulos se lamentaban en pos de él, nuestro Señor Jesús les aseguró: De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y el evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna. Marcos 10.23-30
Refiriéndose a las luchas y pérdidas que enfrenta el cristiano por causa de Cristo, el Apóstol Pablo asegura: Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8.37
Como podemos ver, tanto nuestro Señor Jesucristo como el apóstol Pablo reconocen la lucha como el ambiente en el que el creyente vive su fe y crece en su caminar con Cristo. Pero, las luchas no son ni el todo ni el destino de los creyentes. De lo asegurado por la Palabra de Dios en los pasajes mencionados, podemos concluir que, en el Señor, ninguna tragedia o derrota tiene el poder para impedir nuestra victoria final. Que los campos, los lugares y espacios de nuestras batallas, aún los de nuestras derrotas más dolorosas y vergonzosas, pueden, por el poder de Dios y su especial gracia, volverse en nuestros Eben-Ezer.
Que en Cristo, ahí donde hemos sido derrotados podemos, con el auxilio divino, levantar nuestras Piedras de ayuda, es decir, nuestros recordatorios que dan testimonio de que hasta aquí nos ayudó Jehová.
Lo anterior no solo lo creemos ni es una esperanza sin fundamento, lo hemos comprobado. Nuestros eben-ezeres dan testimonio de ello. En efecto, nuestra historia de vida, la personal, la familiar, la eclesial, está llena de lugares sin nombre en los que hemos sido derrotados. De senderos solitarios y oscuros donde hemos sido vencidos por el pecado y el desánimo. De batallas que nos avergüenzan y duelen.
Pero, también está llena de piedras de ayuda, de muchos eben-ezeres. Por lo que, podemos, estar seguros de que aquellos lugares en los que todavía hay derrota; que aquellas batallas que todavía estamos luchando en desventaja, podrán convertirse en os
A veces cantamos ese himno llamado Tu Bandera. El mismo se refiere a la experiencia en el campo de batalla de quienes bajo el agobio del enemigo, de pronto se ven rodeados por quienes luchan contra ellos. Los lastiman, los rodean y los derriban. Pero, cuando levantan su mirada descubren ondeando la bandera de los suyos, testimonio de que, a pesar de todo, no están solos ni derrotados. Porque la ayuda viene en camino.
No debemos pasar por alto, como lo hemos visto en nuestra lectura de Samuel, que antes de la batalla de la victoria, Samuel, juez de Israel, urgió al pueblo de Dios para que confesara su pecado. El profeta sabía que detrás de toda batalla perdida, hay, siempre, condicionantes espirituales no resueltas. Sabía que el pecado nos hace vulnerables y empodera a nuestro enemigo sobre nosotros. Sabía que permanecer en el pecado es, en cierta manera, una profecía sobre nuestra derrota.
El profeta sabía que la gracia sigue al arrepentimiento, a la confesión y a la conversión santa nuestro Señor. Porque en el pecado no hay victoria. La victoria resulta de la comunión con el Señor y la comunión requiere de nuestra santidad a Dios. Así, quien pide a Dios su nuevo Eben-Ezer, debe derramar su corazón delante del Señor, suplicando su perdón y restitución.
Cada día que vivimos es tiempo de recuentos, de balances. De sumas y restas. Es, también, tiempo de conversión, tiempo de volvernos a Dios. Esto empieza recuperando la convicción de que somos suyos, creados para gloria y alabanza de su nombre.
Desde luego, esto requiere que recuperemos nuestro sentido de pertenencia. Que tengamos siempre presente que somos de Dios y que hemos sido llamados a vivir para él, permitirá que Dios sea, una y todas las veces que resulte necesario, nuestro Eben-Ezer, nuestra piedra de ayuda.
A esto los animo, a esto los convoco.
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