Alcen sus ojos y miren

Juan 4.35 PDT

Cuando mi Papá ya no pudo manejar de vez en cuando me acompañaba al Centro de la Ciudad. Alguna vez, interrumpió su silencio habitual y me dijo: Cuántos años manejando por estas calles y nunca me detuve a observar los altos de los edificios. ¡Qué hermosos e interesantes!, agregó. Me hizo pensar de cuántas cosas nos perdemos en la vida cuando nos enfocamos en lo inmediato, en lo que mayor poder tiene para atrapar nuestra atención.

En el relato de Juan podemos encontrar que los discípulos de Cristo también corremos el riesgo de no ver más allá de lo inmediato cuando nuestros ojos miran lo de abajo. En tal circunstancia, los discípulos no sólo resultan incapaces de cumplir con su tarea, sino que estorban la realización de aquello en lo que Dios está ocupado. Es decir, impiden que lo que Dios está haciendo cumpla con su propósito.

Una de las cuestiones torales que evidencia el libro de los Hechos de los Apóstoles es la estrecha relación existente entre el quehacer del Espíritu Santo y el quehacer de la Iglesia. En la vida de la iglesia primitiva encontramos una coordinación fundamental, de recursos y participación, en la que el quehacer de uno no limita ni sustituye al quehacer del otro.

Por el contrario, es el quehacer del uno lo que perfecciona y empodera el poder del otro, logrando así una asociación que explica y hace posible la transformación poderosa de las personas que quedan expuestas al quehacer del Espíritu Santo y de la Iglesia.

De la lectura de los Hechos de los Apóstoles podemos concluir que son, cuando menos, tres las condiciones fundamentales (es decir, circunstancia indispensable para la existencia de otra), que distinguen el quehacer dinámico de la iglesia primitiva. Estas son: su sentido de pertenencia, su sentido de trascendencia y su sentido de complementariedad.

Utilizamos la expresión sentido de, en cuanto a la capacidad que la iglesia primitiva desarrolló, inspirada y animada por el Espíritu Santo, para entender y discernir su momento y tarea. Este entendimiento resulta de una profunda comunión con el Señor de la Iglesia, Jesucristo, y un profundo compromiso con el destinatario de la obra redentora, la humanidad toda.

Si somos iglesia, que lo somos, tenemos el reto de adoptar y adaptar el modelo de la iglesia primitiva a nuestra manera de ser Iglesia, de ser el cuerpo de Cristo. Para ello necesitamos preguntarnos dónde estamos, qué es lo que nos motiva y lo que hacemos como iglesia.

Hacerlo así propicia el arrepentimiento donde no hemos sido ni hecho lo que nos es propia, así como la conversión de los que somos llamados en el proceso de crecer y servir como una comunidad de creyentes que se asumen agentes de transformación en los cuales el reino de Dios se hace presente.

Veamos lo que tales condiciones fundamentales significan.

Sentido de pertenencia. La iglesia primitiva desarrolló una convicción profunda respecto de la relación existente entre los miembros de la comunidad de fe. Eran mucho más que compañeros o socios, eran, según afirma San Pablo, miembros los unos de los otros. Romanos 12.5ss

La iglesia primitiva desarrolló tal convicción comunitaria, corporativa. Es decir, evolucionó desde un sentido de individualidad, propia de los que son no pueblo, hasta el asumirse como miembros de un mismo cuerpo. Siendo muchos, insiste Pablo, somos uno solo. Los cristianos hacen suyo el hecho de que están unidos por una unidad subyacente; es decir, que lo que los une está por debajo, cual sólido cimiento, de cualquier circunstancia externa o secundaria que les toque vivir.

En nuestra cultura, misma que rinde culto al individualismo, la iglesia se convierte en una alternativa de comunión que hace del otro nuestro interés principal. Estando en Cristo, siendo uno con él, no podemos ser insensibles a la condición espiritual de quienes vagan sin Dios y sin esperanza. Por amor es que podemos interesarnos en alcanzarlos con el evangelio de Cristo y así ser uno con ellos, privilegiando la unidad por sobre la animosidad que caracteriza a nuestra sociedad actual.

El factor de unidad, lo que une a los muchos y los hace uno, no es otra cosa sino el Espíritu Santo que está en ellos y que los une tanto en esencia como en propósito. Fortalecemos cuando reconocemos que el mismo Espíritu que está en nuestros hermanos es el que está en nosotros, y viceversa. Haciendo nuestra esta verdad es que podemos procurar la paz con todos.

Sentido de trascendencia. Trascender es exhalar olor tan vivo y subido, que penetra y se extiende a gran distancia. El que la iglesia primitiva haya tardado más de trescientos años antes de construir templos para reunirse en ellos, parece ser un buen signo de su sentido de trascendencia. Al parecer, la iglesia se resistía a quedar limitada, encerrada, por las cuatro paredes.

Desde un principio la iglesia primitiva comprende y asume su condición de agente de cambio. Asume que las tareas enfocadas en la propia comunidad sólo tienen razón e importancia en la medida que la capacitan para alcanzar y transformar a quienes no forman parte de ella. Siguiendo a su Señor y Salvador, quien aseguró que su orden no es el de este mundo, se asumen como portadores de una contracultura.

Los discípulos de Cristo, creen, viven y comparten un conjunto de valores diferentes a los del orden actual. Su propuesta es integral, en tanto que abarca el todo de la vida humana y es, también integradora, por cuanto propone la reconciliación del hombre con Dios, del hombre consigo mismo, del hombre con sus semejantes y del hombre con su creación.

La iglesia, la primitiva y la contemporánea, vive de tal manera su fe que aún sus enemigos están dispuestos a reconocer su trascendencia. Tomemos, por ejemplo lo dicho en Hechos 16.6: Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá… O lo dicho en Filipos cuando, ante la presencia y el testimonio de los cristianos se les acusa: Estos que trastornan el mundo entero también han venido acá. Hechos 16.20

Somos llamados a ser los que trastornan el mundo con el evangelio, las buenas nuevas de Jesucristo. Como alguien ha dicho, hemos sido transformados para transformar la vida de quienes están cerca de nosotros y aún a la sociedad toda.

Sentido de complementariedad. A veces, las comunidades cristianas juegan el juego de Juan Pirulero. ¿Recuerdas? este es el juego de Juan Pirulero, que cada quien atienda a su juego. Algunos de los miembros de la iglesia viven y hacen según lo que bien les parece, cada quién tiene su propio juego y lo atiende. En algunos casos, el juego son ellos mismos, en otros, alguna tarea, alguna misión que ellos deciden. Cosas buenas, sí, pero las que ellos creen pertinentes y no necesariamente aquellas para las que su comunidad ha sido llamada a realizar en tanto iglesia.

Quien juega su propio juego y no sigue la directriz de sus líderes espirituales no sólo atenta contra la unidad del cuerpo de Cristo, sino que obstaculiza la tarea del mismo. La iglesia primitiva se caracterizó por su disposición a complementar (complemento: cosa, cualidad o circunstancia que se añade a otra para hacerla íntegra o perfecta), los recursos, las capacidades y las tareas de sus líderes espirituales. No sólo perseveraban en la doctrina de los apóstoles y ponían a los pies de los mismos sus recursos, sino que estuvieron dispuestos a arriesgar su propia vida para preservar la de sus líderes. Hechos 2.41ss; 4.35; 2 Corintios 11.33

Al hablar de líderes espirituales no refiero únicamente a los que por razones organizativas están adelante, sino al sacerdocio universal de los creyentes. Cada uno ha recibido un don, asegura la Biblia. A este corresponde una tarea y esta requiere del acompañamiento y apoyo de los demás miembros del cuerpo de Cristo. Los primeros cristianos lo hacían así porque comprendieron y aceptaron que eran sus líderes espirituales quienes daban sentido y dirección al quehacer de la Iglesia. Pues eran estos quienes habían recibido la revelación y el llamado de Dios para conducir a su pueblo. De ninguna manera ello presupone una sumisión total ante un liderazgo autoritario y libertino. La Iglesia conoce a sus líderes, su testimonio, su piedad y su fruto.

Además, la Iglesia tiene el derecho y la obligación de discernir el liderazgo de sus pastores constatando la fidelidad de sus enseñanzas y demandas con lo que Dios ha establecido en su Palabra. Tal como lo hacían los cristianos de Berea, quienes comparaban lo que escuchaban con la Escritura, para ver si era cierto lo que se les decía. Hechos 17.10,11

Ser una iglesia que no considera estas condiciones fundamentales es ser una iglesia intrascendente, vacía y sin razón ni dirección. El evangelio de Juan Pirulero, por lo demás, resulta demasiado costoso pues lo que se hace, sin importar el valor de ello, se pierde en la nada.

Ser miembro de la iglesia y participar de las tareas y actividades de la congregación de la que se forma parte, representa, siempre, un alto costo. Desde el asistir a las reuniones, pagando los costos del traslado, las tensiones familiares resultantes, el costo económico, la disposición del tiempo, para participar en actividades litúrgicas que no tienen mayor relevancia, es una pérdida total que conlleva el riesgo de la pérdida de la fe.

Y, desde luego, el dar testimonio de que somos de Cristo en la cotidianidad de nuestra vida también representa costos altos, hasta sacrificios. Conducirnos con temor de Dios, hablar la verdad, amar al prójimo, mantenernos santos y dar testimonio del evangelio, siempre provoca incomprensión, burla, sacrificios y grandes esfuerzos.

Por ello es por lo que resulta tan importante el disponernos a adoptar y adaptar los principios que sustentaron la vida de eso que llamamos, la iglesia primitiva. El nuestro es tiempo de conversión, de cambio y de complementariedad con el Espíritu Santo. Así, sumándonos a su quehacer, podremos ser, efectivamente, agentes de cambio. Seremos, dado que ya lo somos por la obra de Cristo en nosotros, el tipo de personas que trastornan este orden de pecado, para que la luz brille en medio de las tinieblas.

Por ello es por lo que les animo a que hagamos nuestro el llamado de Cristo y que alcemos nuestros ojos y miremos que la cosecha ya está lista para que la recojamos y la ofrezcamos a nuestro Dios como una ofrenda de amor, obediencia y solidaridad. Les animo para que nos apropiemos de nuestra condición de iglesia, de cuerpo de Cristo, y así cumplamos con la tarea que nuestro llamamiento implica.

A esto los animo, a esto los convoco.

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