Iglesia, somos iglesia

Romanos 12.1-12

Ser Iglesia es un gran privilegio. Ser miembros los unos de los otros, también lo es. Por ello, precisamente, el Apóstol Pablo nos previene sobre la singular importancia que tiene el discernir, es decir comprender lo que es y su propósito, el cuerpo de Cristo. 1 Corintios 11

Esto significa, fundamentalmente, que tengamos conciencia plena de lo que significa ser Iglesia, ser miembros del cuerpo de Cristo. Porque sólo quien comprende a cabalidad esto, valora suficientemente lo que representa el privilegio de ser Iglesia y está en condiciones de entender y hacer propia la tarea de la misma.

La Iglesia es mucho más que una organización humana. Es el pueblo de Dios. Es un cuerpo místico, misterioso, santo y de pleno valor para el Señor. Quien viene a Cristo, viene a la Iglesia. Ambas incorporaciones son gracia, porque es por la misericordia divina que somos salvos y también insertados en el cuerpo de Cristo.

Quien recibe tal gracia es llamado a vivir de una manera especial, honrando a Dios en todo lo que es y hace, y, sobre todo, haciendo suyo el propósito más importante del Señor: la redención de quienes vagan sin Dios y sin esperanza.

A diferencia de la gran mayoría de las organizaciones sociales, la Iglesia no tiene como la principal razón de ser a sus propios miembros. La Iglesia es, ante todo, un espacio de servicio. En ella, los miembros son capacitados, fortalecidos y entrenados en aras de que, individual y corporativamente, cumplan la tarea que se les ha encargado. Es esta, por lo tanto, la primera cosa que debemos tomar en cuenta cuando de entender lo que significa ser iglesia se trata.

En efecto, no debemos olvidar que el cuerpo de Cristo está al servicio de Cristo. Que la Iglesia no es un espacio para el confort de sus miembros, ni una organización dedicada al bienestar de estos ni para buscar la felicidad de ellos. No, la Iglesia es ese ejército al servicio de Dios, dedicado, en cuerpo y alma, a anunciar las buenas nuevas de salvación.

Quienes olvidan esto encuentran que permanecer en la Iglesia, haciendo de su propio bienestar la razón de su permanencia y servicio, termina por confundirlos, decepcionarlos y llenarlos de amargura. Es que están fuera de lugar. Hay una contradicción en ellos mismos, viven un conflicto interno y entran en contradicción con el resto del cuerpo de Cristo.

Somos Iglesia para servir, siendo la primera tarea de nuestro servicio la proclamación del evangelio de Jesucristo.

El segundo espacio de tal servicio es el que se ocupa de la edificación del cuerpo de Cristo. Es decir, todo aquello que hacemos, animados por el Espíritu Santo, para que nuestros hermanos en la fe crezcan en todo hacia Cristo, que es la cabeza del cuerpo. Efesios 4.15ss

En algún momento de su ministerio a los corintios, el Apóstol Pablo confesó su preocupación por la salud de la Iglesia, diciéndoles que, en su opinión, sus reuniones les hacían daño en vez de hacerles bien1 Corintios 11.17 Comprendo bien el dolor y la frustración que llevaron al Apóstol a decir tal cosa, porque yo pienso lo mismo de algunos de los miembros de mi iglesia. Me temo que su asistencia y participación en las actividades de nuestra congregación puede hacerles más daño que bien. Que batallan para asistir (por eso es por lo que faltan con tanta facilidad); y que, en no pocos casos, habiendo superado distancias, costos y otros problemas, para llegar al culto, cuando regresan a casa se sienten incómodos, insatisfechos y, quizá, hasta defraudados… por Dios… por su pastor, por los demás hermanos.

Como en Corinto, hay entre nosotros quienes están enfermos y débiles, y también algunos han muerto. Es decir, han perdido la fe, el interés y se han alejado de la congregación. La razón es una, participamos de la comunión de los santos sin fijarnos que se trata del cuerpo del Señor.

Es decir, nos acercamos a la comunión de la iglesia como la hacemos con cualquier otra agrupación social, buscando nuestro confort, comprometiéndonos lo menos posible en la tarea común, responsabilizando a los otros de nuestra propia condición y del estado general de la iglesia.

Cada vez son más los pastores que se quejan de la falta de compromiso en el quehacer cotidiano de la congregación por parte de sus ovejas. Menos oración, menos lectura y estudio de la Palabra, menos participación en las actividades presenciales y virtuales, una mayordomía deficiente, son, entre muchos otros, indicadores de tal falta de compromiso. Alguien dijo, cada vez tenemos más espectadores y menos miembros activos.

Dios, por su Palabra, nos llama a examinarnos a nosotros mismos. 2 Corintios 13.5 ¿Por qué y para qué eres miembro de y estás en la Iglesia? ¿Cómo estás cumpliendo la tarea que Dios te ha encomendado? ¿Qué clase de mayordomo eres respecto de los dones que has recibido? ¿Cuál es tu aporte cotidiano a la edificación del cuerpo de Cristo, de tus hermanos en la fe?

La iglesia la formamos todos. Cada uno aporta a la salud o a la enfermedad de la misma. Pero, al mismo tiempo, la Iglesia es mucho más que nosotros y nuestro quehacer. Es también templo del Espíritu Santo y espacio del quehacer divino. Dios conoce nuestra condición, sabe de nuestro cansancio, de nuestra pérdida de fe, de nuestras luchas cotidianas, sí.

Pero, él no ha renunciado a su propósito con y al través de la Iglesia. Sigue trabajando para presentársela a sí mismo como una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga. Efesios 5.25ss Este propósito perseverante de Dios es lo que el explica la provisión de los llamados dones espirituales, los cuales Pablo enlista en los versos seis al ocho.

Pablo describe tales dones, regalos que Dios nos da a los miembros de la iglesia para que hagamos bien determinadas cosas, como capacidades. Es decir, los dones espirituales nos ponen en condiciones de hacer o lograr las cosas que se nos encargan como miembros del cuerpo de Cristo, la iglesia.

Así que el mismo que nos hace el encargo nos capacita, nos da lo que necesitamos para hacer nuestro aporte personal y trascendente en tanto miembros de la Iglesia. El llamado que recibimos hace evidente el propósito particular que Dios tiene para cada uno de nosotros. Todos llamados a servir, sí. Pero cada uno llamado a servir de maneras diferentes. Todas ellas complementarias entre sí.

En la medida que cada uno realiza aquello para lo cual ha sido capacitado es que la iglesia, en tanto cuerpo de Cristo, puede realizar la doble tarea de proclamar en evangelio del Reino y edificar a los miembros del cuerpo. Al ser miembros de la iglesia, hacer o dejar de hacer nunca es una cuestión meramente individual, personal. Siempre es una cuestión corporativa porque lo que hacemos o dejamos de hacer afecta al todo de la iglesia y a la realización de la tarea recibida.

Toca a nosotros tomar una decisión vital respecto de nuestro ser Iglesia. O entramos en sintonía con el Señor, o, en última instancia, nos rebelamos a su autoridad y propósito. Como en los ambiente laborales, podemos ser renunciantes pasivos. Es decir, no nos vamos, pero permanecemos haciendo lo menos posible.

Nada va a destruir a la Iglesia. Ni siquiera nuestra falta de discernimiento, mucho menos nuestra falta de compromiso, de fidelidad y de santidad. Somos nosotros los que necesitamos de la Iglesia, por lo que, para permanecer en ella debemos estar dispuestos a la negación de nosotros mismos y hacer nuestro el propósito, el cómo y el cuándo de nuestro Dios.

Hablo a cada uno de ustedes en particular y les exhorto: disciernan, comprendan, correctamente el cuerpo de Cristo. Aprecien el privilegio que han recibido al formar parte del cuerpo de Cristo. Asuman la tarea específica que Dios les ha encargado al injertarlos en la Iglesia. Vuélvanse a Dios y hagan lo que él les ha llamado a hacer. No vale la pena permanecer en la Iglesia si no estamos dispuestos a servir al Señor en lo que, y como, él nos ha llamado a servir.

Pero, tampoco sería sabio el decidir apartarse de la Iglesia, para evitar el conflicto de permanecer a contracorriente en la misma. No, el que estamos viviendo es un tiempo de conversión, tiempo de volvernos a Dios, de ocuparnos de recuperar nuestro primer amor. Los tiempos de crisis social son estos tiempos de oportunidad para nosotros, y el que podamos participar del quehacer de la Iglesia así lo demuestra.

Dios, en su amor, compasión y paciencia, hoy nos da la oportunidad de venir a él y unirnos en él. Nos da, entonces, la oportunidad de comprobar que permanecer en la Iglesia, sirviendo, es fuente de bendición, regocijo y gratitud creciente ante el hecho de su fidelidad.

A esto los animo, a esto los convoco

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