¿Dónde está tu tesoro?
Lucas 12.22-34
Creo que la imagen edulcorada que nos hemos hecho de Jesús no coincide con la imagen que Jesús tenía de sí mismo. Cuando se trató de que explicara para qué había venido, dijo: no he venido para traer paz, sino para traer desacuerdo y para causar divisiones en la familia. Mateo 10.34,34 PDT Me pregunto si en nuestra lectura y enseñanza de la vida de Jesús, consciente e inconscientemente, hemos procurado endulzar lo amargo y lo desagradable de su persona y mensaje, edulcorado, con el fin de sentirnos cómodos con él y con su enseñanza.
El pasaje que nos sirve de referencia para esta reflexión culmina con una advertencia que puede ser leída también como un reclamo: Donde tengan su tesoro, allí estará, también, su corazón. A todas luces, Jesús está hablando del leitmotiv de nuestra vida. Es decir, de ese elemento que está presente en el todo de la misma, el que determina nuestras elecciones, nuestras decisiones y nuestras evaluaciones de la realidad que vivimos.
Todos tenemos una razón principal que da sentido a nuestra vida. Esta razón puede ser consciente e inconsciente, explícita o implícita, clara o apenas percibida. Pera actúa como el motor de lo que somos y hacemos. No siempre esta razón está en sintonía con lo que decimos creer o aún con lo que creemos creer. Tiene una dimensión oculta que le otorga un poder que nos domina, tengamos o no consciencia de ello.
La NTV nos ayuda a entender mejor la importancia de esto, cuando traduce: Donde esté su tesoro, allí estarán también los deseos de su corazón. Es como si NTV tradujera: donde esté su tesoro, aquello que es lo verdaderamente importante para ustedes, ahí estará el centro de su vida física y espiritual.
Lo que es verdaderamente importante. Jesús viene a nosotros, se nos atraviesa y nos confronta preguntando ¿qué es lo verdaderamente importante para ti? Esta es una pregunta incómoda porque requiere de una respuesta que cumpla con tres condiciones: conciencia, honestidad y proyecto de vida.
De acuerdo con el diccionario, conciencia es, en sentido moral, la capacidad para distinguir entre el bien y el mal. Los cristianos asumimos el hecho de que es Dios quien ha determinado qué es lo bueno y qué lo malo. Así que la pregunta implícita de Jesús nos obliga a cuestionarnos si el centro de nuestra vida es el correcto o no.
Jesús es la pregunta personificada que Dios nos hace, y la cruz la hace más incómoda. Primero, porque invade nuestra intimidad violando nuestro derecho a elegir libremente. Jesús se nos atraviesa y nos obliga a responder a su cuestionamiento. Y digo que la cruz hace más incómoda la pregunta personificada en Jesús, porque la cruz se convierte en un reproche. En efecto, la cruz nos recuerda que para Jesús, Dios hecho hombre, no hubo nada más importante que nosotros, que tú y que yo.
La pregunta que Dios nos hace en Jesús le da ventaja sobre nosotros. Porque establece, reclama, el principio de reciprocidad. La pregunta que se nos hace exige, reclama de nosotros, una respuesta igual a la acción que ha hecho en nuestro favor quien la está haciendo.
Dado que el punto de referencia, el elemento que da sentido a la pregunta y su respuesta, es el amor de Dios manifestado en la cruz de Jesús, somos obligados a tomar conciencia, es decir, a juzgar y reflexionar sobre cuál hemos decidido sea el centro de nuestra vida física y espiritual.
Ello nos lleva a la segunda condición requerida en nuestra respuesta a la pregunta de Jesús: ¿Qué es lo más importante en tu vida? Nos referimos a la honestidad. A ese conjunto de características que parece poseer una persona o cosa pero que en realidad no tiene. ¿Recuerdas haber escuchado decir a alguien, refiriéndose a una tercera persona? Y tan cristiano que se veía.
Esta semana escuché a una mujer decir que sus hijos se duelen de que su padre sea uno en la iglesia y otro, tan distinto, en la casa. ¿Somos lo que parecemos? ¿Hay congruencia entre nuestro quehacer de la vida y lo que proclamamos creer? O, se nos puede acusar de decir aquello que se atribuye a Groucho Marx: Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros.
Todo a Cristo, yo me rindo. Tuyo soy, Jesús. En totalidad a ti rindo alma y corazón. He decidido seguir a Cristo. Etcétera, son frases con las que nos emocionamos al cantarlas. A veces lo hacemos con lágrimas en los ojos, convencidos de que lo que decimos es la verdad que sustenta nuestra alabanza y nuestra vida. Pero ¿es cierto? ¿Hacemos la vida de lunes a sábado, rindiendo el todo de la misma a Cristo?
Las Naciones Unidas definen: la honestidad, hablar y actuar con sinceridad, es más que no mentir, engañar, robar o hacer trampas. Implica mostrar respeto hacia los demás y tener integridad y conciencia de sí mismo. Añade: la integridad es el acto de actuar de acuerdo con los principios. Las apariencias no sólo engañan a quienes nos ven, tienen el poder de engañarnos a nosotros mismos. Podemos estar convencidos de que estamos viviendo para Cristo aun cuando, en la práctica, no lo estemos haciendo.
¿Es el cumplimiento del llamamiento recibido a hacer discípulos la razón de nuestra vida? ¿Nuestras relaciones nucleares, de pareja y familiares, dan testimonio de Cristo en cuanto a su pureza, el amor, la paciencia, el perdón, etc.? ¿Nuestro quehacer escolar y laboral da testimonio de Cristo? ¿El cómo de nuestra participación social hace presente a Cristo ahí donde nos desempeñamos cotidianamente? ¿Nuestro lenguaje, honra a Cristo? ¿Es la nuestra una ética cristiana o una ética circunstancial?
Son muchas las cuestiones que somos llamados a considerar respecto de la honestidad, la congruencia, en nuestra vida. Confrontarlas honestamente nos permite elaborar la respuesta adecuada a la incómoda pregunta encarnada en Jesús.
La tercera condición requerida para una respuesta congruente a la pregunta personificada en Jesús es eso que llamamos proyecto de vida. Esta condición es, quizá, la más importante. El que en nuestra vida existan eventos y espacios de servicio y adoración a Dios no significa, necesariamente, que él sea el centro de nuestra vida física y espiritual. Podemos, y de hecho lo hacemos, establecer en qué sí haremos nuestra vida al estilo de Cristo y cuándo lo haremos. Pero esos espacios y eventos no significan que nuestro proyecto de vida esté enfocado en Jesús.
Para comprender mejor este concepto, proyecto de vida, conviene recuperar el sentido de la palabra plan, de la que resultan palabras como planear o planeación. Un plan es, tanto una idea del modo de llevar a cabo una acción, como el programa en el que se detalla el modo y conjunto de medios necesarios para llevar a cabo esa idea.
En nuestro pasaje, Jesús destaca que no resulta difícil hacer de la comida y del vestido la razón de la vida. También señala que hacer de tales cosas la razón de la vida es un sinsentido. Primero, porque quienes así actúan pretenden que tienen la capacidad para vivir mejor, para vivir más. Lo que no es verdad. ¿Quién, por mucho que se preocupe, podrá añadir siquiera una hora a su vida?, pregunta incisiva y mordaz.
Además, Jesús destaca que quien depende de Dios alcanza logros mayores que los que hacen de las cosas perecederas la razón de su vida. Otras traducciones traducen el verso 23, así: La vida es más que la comida y el cuerpo más que la ropa. La vida es más que lo que generalmente nos ocupa y hasta obsesiona, señala Jesús.
Jesús nos convoca a que busquemos el reino de Dios. Eso de buscar el reino de Dios no es otra cosa que someter el todo de nuestra vida al orden divino. De asumir como bueno lo que él ha dicho que es bueno y como malo lo que él así ha definido.
No se trata de hacer méritos para vivir la eternidad en el cielo, ni se hacer la vida en torno a las actividades cultuales de la iglesia. Se trata de que cada espacio, cada acción, cada relación y emprendimiento honren a Dios y convoquen y provoquen a otros para que también lo sigan y honren.
Nadie puede vivir así a menos que se haga el propósito de hacerlo y que esté dispuesto a enfrentar las consecuencias de su elección de vida. Hace algunos años se hizo popular la pregunta ¿qué haría Jesús en mi lugar? Dicha pregunta la lanzó como un reto a una congregación de cristianos orgullosos y satisfechos, un vagabundo al que aceptaron a duras penas durante su servicio dominical. Los retó para que cada decisión, cada acción, cada relación, cada emprendimiento, etc., fuera precedido por tal pregunta y consecuencia de la respuesta dada.
Escoger pareja, el modelo familiar a cultivar, la carrera u ocupación, el lugar dónde vivir y trabajar, las relaciones qué cultivar, la administración de tus recursos, etc., todo ello revela quién y qué es tu tesoro. Porque hace evidente aquello que es el centro de tu vida física y espiritual. Más que lo que decimos, que lo que aparentamos, es el todo de nuestra vida lo que hace evidente nuestros verdaderos valores e intereses. Aquello que resulta ser el motor de nuestra vida.
Se dice que Séneca aseguraba: Cuando no sabes hacia donde navegas…, ningún viento es favorable. Igual, mientras menos firme el propósito de hacer del honrar a Dios lo más importante en nuestra vida, mayor la confusión, más frecuentes y graves los errores, mayor la frustración. Quien habiendo iniciado el camino cristiano no persevera fielmente en su propósito de vivir para Dios, se encuentra, irremediablemente, en curso de colisión. La pregunta no es si va a fracasar o no, sino qué tan doloroso resultará cuando ese momento llegue.
Cuando te propongo que Jesús es la pregunta personificada de Dios a cada uno de nosotros, comprendo la incomodidad y malestar que ello provoca. Pero, no podemos seguir viviendo una vida de tibieza, de entrega parcializada y condicional. No tenemos derecho a olvidar que Dios espera de nosotros una respuesta directamente proporcional a lo que él ha hecho por nosotros, respuesta que imite la entrega de Jesús quien se dio a sí mismo por ti y por mí.
Al iniciar nuestra reflexión te he pedido que te preguntes cuáles son los tres propósitos más importantes en tu vida. Si el primero no ha sido el vivir el todo de la vida para que el Señor sea glorificado en ti, te animo a que te replantees el todo de tu fe y servicio cristiano.
A esto los animo, a esto los convoco.
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