Separados de Mí, Nada

Juan 15.1-11

La vida es hermosa, de ello no hay duda. Pero, me atrevo a decir que también la vida es canija, a veces nos trata sin consideración alguna. Una de las cosas más difíciles a las que la vida nos enfrenta es a la evidencia de nuestra fragilidad. A nuestra incapacidad para hacer algo que pueda transformar en una mejor alternativa lo que estamos enfrentando.

Hace años tuvo el privilegio de servir como pastor a la hermana Carmen Martínez. En su funeral señalé que esta mujer vivió con el santo de espaldas. Su vida fue una sucesión de pérdidas, de sus seres amados, de su salud, de su estabilidad económica, etc. Desde luego, ello implica que su carácter se haya perfilado de tal forma que, de muchas maneras, se encontró sola y aislada. Le resultaba difícil compartir la vida y a quienes estaban a su lado no siempre les resultaba fácil comprenderla.

Cada vez conocemos a más y más personas que, como Carmen, parecen vivir con el santo de espaldas. Algunas, muy cercanas a nosotros. Tan cercanas que, en no pocas veces, descubrimos que somos nosotros los que tenemos al santo de espaldas. Muertes, enfermedades inesperadas, absurdas. Pérdidas significativas: relaciones, bienes, recursos, laborales y escolares. En fin ¿quién no sabe que en la vida la alegría y el dolor van de la mano?

Sin embargo, lo más terrible, la pérdida mayor de quien vive con el santo de espaldas no es ni el dolor, ni el sufrimiento, ni la soledad, etc. El peligro, la pérdida mayor, es que quien enfrenta tales situaciones fácilmente puede perder de vista la razón fundamental, el propósito de la vida: agradar a Dios, sirviéndole y colaborando con la tarea salvífica que el realiza entre los hombres.

Las pérdidas que enfrentamos nos recuerdan que la vida se acaba. No sólo se acaba con la muerte. Podemos estar acabados y seguir viviendo, paradójicamente. Cuando era muy joven, Manuel, mi hijo mayor, me compartió el que, según me dijo, era su mayor temor: despertar y enfrentar una vida sin propósito ni sentido. Quienes viven así, dijo, de hecho están muertos. Somos como ramas secas, colgando del árbol todavía, pero secas, agregaría yo.

Algunos podríamos pensar que ante las pérdidas de la vida resulta imposible vivirla llena y enteramente. Sin embargo, en personas como Carmen descubrimos que quienes no se dan por vencidos aprenden a identificar y apreciar lo que puede vivirse en llenura y con plenitud. Que si bien es cierto que en la vida no todo llena y no todo es entero, también es cierto que lo que la vida da, llena muchos de los vacíos de la misma y que estos podemos vivirlos sin merma alguna, con llenura.

Carmen, entre muchos creyentes que han vivido vidas difíciles, nos han enseñado que el secreto para permanecer firmes en el propósito de honrar a Dios y dar testimonio de su amor, poder y salvación, no es un qué, sino un quién. Es Jesús, nuestra esencia, quien da plenitud a nuestra vida. Da sentido a lo que hacemos, da valor a lo que tenemos y da fuerzas cuando la vida se empeña en debilitarnos.

Vivir es mucho más que sólo sobrevivir. La sobrevivencia es pasiva. Vive quien crea, quien produce para el bien propio y el de los demás. Sobre todo, vive quien produce frutos que honran a Dios.

Carmen, y muchos otros, han encontrado que la vida es mucho más que un estado, una condición, la vida es una persona: Jesucristo. Han descubierto que ante las adversidades que enfrentamos, Jesucristo hace la diferencia que nos lleva del vivir escasamente, a vivir de manera fructífera, dejando huella en otros. Sembrando semillas que producirán fruto aún después de nuestra muerte física.

Jesús nos compara con las ramas que, unidas al tronco, llevan fruto. Su advertencia en el sentido de que separados de él nada podemos hacer, establece un principio que no tenemos el derecho a ignorar. Claro que se trata de un principio animado y dimensionado por la fe en Cristo. No podemos esperar comprenderlo a menos que tengamos fe, que estemos dispuestos a correr el riesgo de la fe.

La fe dimensiona y estructura nuestra vida. La explica, le da sentido y dirección y la sustenta. Para empezar, nos recuerda que la vida es más que el vestido y que la comida. Al hacerlo así nos anima a la trascendencia. Dios, dice la Biblia, ha puesto eternidad en el corazón del hombre. Eclesiastés 3.11

Es decir, Dios nos ha creado con el deseo de trascender, de ir más allá de nuestras circunstancias. Pero, no sólo ha puesto tal deseo en nosotros, sino que ha provisto del medio para que lo logremos: Jesucristo mismo.

Muchos que aparentemente sumaron más pérdidas que ganancias, también nos han dejado un testimonio de valor y de esfuerzo. Pero, descubrimos que lo que anima el valor y lo que explica el esfuerzo no es lo que se ha perdido, sino lo que se ha logrado alcanzar y conservar en cada etapa y a lo largo de la vida.

El valor dado por la presencia de Cristo en nosotros es subsistencia, es mantenerse firme en medio de cualquier circunstancia. Quien está unido a Cristo, permanece en equilibrio y conservando lo que se ha logrado. Valor no es temeridad, arrojo, necesariamente. Valiente es quien permanece firme ante las dificultades de la vida.

Desde luego, el valor es una opción, se elige el ser valiente o no serlo. Pero, seamos claros, esta es una decisión consecuente, es decir, resultado de nuestra decisión de permanecer en Cristo o no hacerlo.

Esforzarse es resistir. Quien se determina a permanecer en equilibrio, a mantenerse en control en los vaivenes de la vida, siempre encontrará resistencia, oposición. De adentro y de afuera. San Pablo lo dijo así: Desde que llegamos a Macedonia, no hemos tenido ningún descanso, sino que en todas partes hemos encontrado dificultades: luchas a nuestro alrededor y temores en nuestro interior2Corintios 7.5

Luchas a nuestro alrededor y temores en nuestro interior, ¿quién no sabe de esto? Estar dispuesto a permanecer no es suficiente, hay que pagar el precio que ello representa, hay que resistir la oposición que sale de nosotros mismos y la que encontramos en las circunstancias de la vida y, aún, en otras personas. En la vida, tanto las adversidades como los logros pueden ser usados por nuestro enemigo, el diablo, para animarnos a dejar de estar unidos a Cristo.

Por ello es tan importante comprender que estar vivos, vivir plenamente es y resulta del estar unidos a él. Respirar, comer, trabajar, no es garantía de que se está vivo. Sólo quienes están en comunión con Jesucristo producen frutos de vida, trascienden. Sólo quienes están en comunión con Cristo superan el obstáculo de la muerte física, la muerte del propósito, la muerte de la trascendencia, y acceden a la vida plena, la vida eterna.

La fe nos dice que quien cree en Cristo, aunque muera, viviráJuan 11.25 Lo que esto significa es que el cómo de nuestra vida no tiene el poder para definirnos. Quien nos define es Cristo, nuestra relación con él. Sin él, nada, con él, todo.

Hoy que estamos vivos, que todavía podemos decidir hacerlo, es tiempo de que nos volvamos a Dios una y otra vez, en cada circunstancia de la vida. Es tiempo de que establezcamos una relación con él haciendo nuestra la obra redentora de Jesucristo.

Para vivir la vida unidos a Cristo y así vivirla plenamente, necesitamos poder. Necesitamos del poder del Espíritu Santo. Déjame decirte algo radical y quizá alarmante. Lo que estás enfrentando, lo que viene a tu vida tiene el poder de destruirte, de acabar contigo aunque sigas respirando, comiendo, haciendo lo que haces. Y todo lo que puedes, todo lo que sabes, no es suficiente para impedir tal destrucción.

Sólo el poder del Espíritu Santo, el poder de Dios en tu vida, puede librarte del poder de las adversidades presentes y venideras. Jesús fue categórico cuando dijo: separados de mí, nada pueden hacer. Me parece conveniente parafrasear tal expresión y dejarla así: Separados de mí, nada.

Animo a quienes están separados de Cristo, a que se unan a él. A que se arrepientan de su pecado y se vuelvan a Dios. A que sean bautizados para que así reciban el don del Espíritu Santo. Es decir, para que al volverse templo del Espíritu Santo, sean animados por la vida de Cristo y, entonces, al permanecer en su amor, nos alegraremos con él y nuestra alegría será completa. Juan 15.11 DHH

Pero también te animo a ti que conoces a Cristo, que has recibido la luz, saboreado el don de Dios, tenido parte en el Espíritu Santo, has disfrutado el buen mensaje de Dios y el poder del mundo venidero (Hebreos 6.4ss), te animo para que fortalezcas tu unión con Cristo. Te animo para que te propongas permanecer en comunión con él, a que corras el riesgo de perderlo todo, aún si ello fuera necesario, para mantenerte vivo y hacer tuyo el don de la vida eterna.

A esto los animo, a esto los convoco.

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